Juan Chicharro Ortega
General de División (R)
El 19 de julio de 1936 las milicias carlistas requetés se congregaron masivamente en la Plaza del Castillo de Pamplona. El Alzamiento triunfó sin oposición alguna en toda Navarra. Abuelos, hijos y nietos se echaron el fusil al hombro y se aprestaron a la lucha por una España mejor. La mayoría del pueblo navarro fiel a la tradición de sus mayores se alzó en defensa de Dios, ante la violenta persecución religiosa, en defensa de la Patria frente a la amenaza de una inminente dictadura del proletariado y en defensa, también, de los derechos forales y de Don Alfonso Carlos de Borbón Austria Este, a la sazón Rey legítimo de España según la tradición carlista. Esta es la verdad histórica sin paliativos de lo que sucedió ese día 19 de julio de 1936 en Pamplona y en toda Navarra.
Pertenezco por tradición a una familia, como otras muchas más, de vieja y profunda tradición carlista. Mi abuelo paterno Jaime Chicharro y Sánchez-Guio fue Diputado tradicionalista, además de primer Teniente de Alcalde del Ayuntamiento de Madrid por el partido carlista, mi abuela Dolores Lamamié de Clairac fue declarada Heroína Tradicionalista por defender la bandera de España en Medina del Campo y mi bisabuelo José Chicharro y Sánchez del Moral fue Jefe de Estado Mayor del General Villalaín en la tercera guerra carlista. Consecuencia de estos antecedentes familiares abundan en mi casa recuerdos tales como fotos de Carlos VII, de Don Alfonso Carlos o de Doña María de las Nieves. Casi todas en El Loredán, lugar de exilio de todos ellos.
No es de extrañar entonces que acompañara siendo joven a mi padre, en varias ocasiones, a la tradicional romería a Montejurra en los años 60 del siglo pasado. Recuerdo con nitidez la riada de boinas rojas subiendo al monte y desde luego la exaltación de los valores del carlismo: “Dios, Patria y Rey”, que en la plaza de los fueros de Estella tenía lugar después. Exaltación en forma de arengas y discursos, las más de las veces en vascuence.
Si de los acontecimientos del 19 de julio del 36 han pasado 76 años, de mis subidas al Montejurra unos 45.
Hasta aquí los hechos históricos irrefutables.
Hoy en el 2015, mientras escribo estas líneas, las recientes elecciones municipales y autonómicas han dado lugar a que se atisbe la posibilidad de que la Navarra, que se alzó un día en armas por España, sea quizás gobernada por los enemigos acérrimos de la Patria por la que lucharon durante 150 años los abuelos de los actuales políticos navarros. No soy ni sociólogo ni politólogo pero convendrán conmigo que del mero hecho de la observación de la realidad lo único que le queda a uno es la perplejidad e incomprensión absoluta de lo que uno ve.
¿Qué es lo que ha pasado?
Tal vez sea porque en la sociedad actual se le achaca al otrora movimiento tradicionalista un tufo inmovilista y reaccionario; seguramente porque no se ha logrado transmitir lo que Víctor Pradera mantenía sobre el sentido de la tradición que no era otra cosa que la transmisión de un legado histórico recibido por quienes nos precedieron y que, a nuestra vez, debíamos entregar, actualizado y mejorado, a quienes nos sucedieran.
No, no era el Carlismo un movimiento retrogrado, e integrista, sino todo lo contrario. Incluso la defensa de la política social que propugnaba, basada fundamentalmente en la de la propia iglesia católica, consecuencia de la encíclica ” Rerum Novarum” de León XIII, podría hoy estar en boca de muchos que se autodenominan progresistas. Ellos no lo saben pero así es.
Viendo lo que vemos en estos días, y la confusión tan grande de ideas existentes en nuestra sociedad, no estaría de más una parada, siquiera momentánea, para releer a líderes de altura de nuestro pasado reciente y no tan reciente.
Pero por desgracia, la realidad es, que, hoy, en Navarra, muchas familias, de abolengo carlista, se han ido radicalizando progresivamente pasándose, incluso, a partidos claramente independentistas.
Mucho me temo que los nietos de aquellos que en julio de 1936 se congregaron en la Plaza del Castillo se apuntan hoy a movimientos sociales secesionistas y bien lejanos de las ideas que defendieron sus abuelos.
Es curioso observar, en la España de hoy, que algunos de los líderes de determinados movimientos surgentes parece que sí han leído, e incluso, incorporado a sus programas, ideas procedentes no sólo del ideario carlista sino también joseantoniano. Lean atentamente sus propuestas. Lo malo es que en la escala de valores morales, fundamento del movimiento tradicionalista, se alejan tanto del pensamiento de la tradición que ambos movimientos sociales se encuentran en las antípodas y ferozmente enfrentados.
Y digo yo: si aparecen triunfantes estos movimientos sociales ¿a qué es debido el fracaso de ideas que, en muchos casos, desde el punto de vista socioeconómico, son similares, si bien unidas al concepto tradicional de nuestra España y por supuesto de Navarra?
Lo que ha pasado es que nos han robado todo: desde el uso del propio idioma vascuence hasta la verdad histórica de la propia Navarra; desde el control de la enseñanza primaria hasta la desvirtuación de los valores de la tradición.
Los tres grandes pilares en los que se sustentaba el ideario carlista: “Dios, Patria y Rey”, por los que Navarra se alzó en armas en julio de 1936, han sido virtualmente deshechos mediante ardides subliminales cuando no frontales, una y otra vez. Y lo que es peor, ante la desidia y cobardía de todos aquellos que lo han posibilitado por su incompetencia y relativismo.