PONCIO PILATOS. POR JAIME ALONSO

Comienza cada año la recreación histórica de la “Pasión de Jesucristo”, el hijo de Dios hecho hombre, que los seguidores de esa Fe redentora mantenemos como preciado tesoro de evocación personal y enseñanza místico/social. La inicia una sentencia inapelable que, como todas, encierra una posible arbitrariedad humana. En el presente caso evidenciada por el refrendo popular de preferir a un malvado criminal, Barrabás, a un hombre cuyo pecado era revelarse contra el poder establecido señalando que: “mi reino no es de este mundo”.

Aquí emerge la figura central que categoriza al ser humano con autoridad, potestad y juicio limitado por la conveniencia, Poncio Pilatos, cuyo acrónimo resulta ser P.P.  El gobernador de la provincia romana de Judea es asimilable a cualquier gobernante autonómico o delegado del gobierno en la actualidad; e incluso, podría valer para cualquiera de los lideres políticos en la toma de decisiones.

El gobernador P.P. tenía plena capacidad de discernimiento, estaba bien informado y sabía que el juicio popular que le trasladaba el Sumo Sacerdote del Sanedrín, Caifás, era evidentemente injusto, necesariamente arbitrario y preconcebido para la obtención de un resultado. P.P. elude su responsabilidad, no condena a alguien que sabe inocente, se “lava las manos”, traslada al pueblo judío, a la chusma indocumentada que reclama venganza, la responsabilidad: crucifícale. De ahí que el comportamiento más detestable y de mayor gravedad sea el de P.P.

Cuan poblada está hoy la sociedad de gobernantes, autoridades eclesiásticas, civiles y militares émulos de P.P. transitando por la vida, sin más pena, ni gloria, que la de servir a lo conveniente a sus intereses. Tan nocivo proceder es uno de los motivos de la decadencia de nuestra civilización cristiana, con la eximente de que la conducta del P.P. original, venía predeterminada según las escrituras, mientras que en los seguidores de tan impía conducta no existe el menor atisbo determinista.

Ya es casualidad que el acrónimo de Poncio Pilatos coincida con las siglas del partido mayoritario en la derecha española, Partido Popular, que nunca gobernó España para la mayoría de los españoles, ni tan siquiera para sus votantes o con su programa, sino en función de sus complejos, coyunturas o intereses.

Desde hace cuarenta años, el P.P. político y el Sanedrín eclesiástico no han perdido una sola oportunidad de imitar la actitud cobarde, acomodaticia y entreguista de “lavarse las manos”, hoy conocida como abstención. Daba igual que el asunto afectara al orden moral: profanación de un cadáver, resignificación de una Basílica pontificia o la enseñanza religiosa en los colegios; o que afectara al orden político con refrendo constitucional: memoria histórica o democrática, ilegalización de las fundaciones o asociaciones que hagan apología del franquismo, inmigración ilegal, división de los españoles en Reinos de Taifas (autonomías,) o el mantenimiento de un sistema impositivo confiscatorio.

En todos los casos, frente el avance de un populismo cainita, desintegrador, ruinoso, arbitrario, liberticida e iconoclasta, la misma respuesta que la de P.P. original: la abstención, “el lavarse las manos”.  Qué decidan los vientos de la historia, aunque sean huracanados y amenacen con repetir épocas de catástrofes pasadas.

El Sr. Cobo, de cuyos méritos para dirigir la Archidiócesis de Madrid no voy a dudar, sí me causa zozobra, perplejidad y asombro su invitación “a no mirar las cruces convertidas en estandartes de otras cosas”. Esa traición del subconsciente le hace aflorar lo que significa la resignificación del Valle de los Caídos: transformar una Basílica pontificia presidida por la Cruz más grande del mundo, en estandarte de otra cosa. El libre albedrío de San Agustín no le impedirá rendir cuentas ante sus feligreses y ante Dios.

La impiedad, Sr. Cobo, era considerado un delito muy grave en la Grecia pagana, que llevó a Sócrates a terminar sus días teniendo que beber cicuta. El nihilismo relativista que nos circunda puede desembocar en el peor totalitarismo, en cuyo caso, de nada le serviría su actual entreguismo, aunque le defendiera el mismo Hipérides. Séneca lo dijo en cuanto supo que en su casa había cristianos y lo que predicaba Pablo: “los dioses romanos han muerto, porque nadie podrá contra un Dios que pone por encima de todo el amor”. La Cruz redentora no admite banderías de nadie y menos de apropiaciones excluyentes de los pastores de almas.

Jesucristo, como hijo de Dios, a modo de salvación eterna, pudo rogar al Padre y decirnos, antes de expirar: “Dios mío, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Tendrá que explicarnos el arzobispo de Madrid, Sr. Cobo, si esas palabras, de profunda significación teológica, son aplicables a la vida cotidiana y a las decisiones de nuestra Conferencia Episcopal o clase política. Sostengo para mí que puede salvarnos por la misericordia divina, pero no ante la justicia humana.


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