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Augusto Ferrer-Dalmau
Nací
hace 53 años en Barcelona, en el seno de una familia tradicional catalana. En
el transcurso de mi vida he sido testigo, junto a millones de catalanes, de
cómo se creaba día a día una historia “contrafactual”, un relato histórico
construido contra la realidad de los hechos, tergiversando y modificando los
acontecimientos pasados o, simplemente, inventándolos. Todo ello con el objeto
de construir en las mentes y en las voluntades de los ciudadanos, sobre todo de
las nuevas generaciones de catalanes, un nuevo referente nacional e identitario
contrapuesto, innecesariamente, al resto de los ciudadanos de nuestro país, al
sentir de solidaridad del conjunto de los españoles: una Cataluña sorprendente
y antinaturalmente no española.
Nada
más lejos de la verdad y de la identidad real de Cataluña, una tierra
profundamente hispana desde mucho antes de su propia configuración cultural,
territorial y política cuando, precisamente, era conocida en la Alta Edad Media
como “Marca de España” o “Marca Hispánica”.
Nada
más lejos de la verdad y de la identidad real de los catalanes. Somos un pueblo
comprometido desde siempre con el ideal de la unidad que articuló la Corona de
Aragón y que impulsó la unión con Castilla y los demás pueblos de España para
construir nuestra Nación común. Un pueblo que, durante los siglos que se
sucedieron, vivió los mismos avatares que el resto de nuestros compatriotas: el
auge y las crisis del siglo XVII; la Ilustración y la racionalización del
XVIII; la gran Guerra Hispano-Francesa de 1808-1814; las guerras civiles
carlistas que desgarraron toda nuestra geografía; la extraversión española en
el norte de África; el desgarro de Cuba; la última gran contienda fratricida de
mediados de los años 30 del siglo XX… y, por último, las cuatro décadas de mayor
desarrollo y progreso material, social y democrático vividas por toda España
desde la reinstauración en 1975 de la Monarquía como régimen parlamentario.
Pero,
coetáneamente al proceso de creación e invención de una nueva identidad
colectivo-nacional catalana por parte de las autoridades nacionalistas de mi
tierra, se ha venido produciendo un hecho paralelo y lamentable en el conjunto
de nuestro país: la misma desnacionalización de la propia España. El
desconocimiento de su historia, la interiorización de complejos falsos y
absurdos, el ensalzamiento de la diferencia en vez del de los valores de
concordia y unidad…, todo ello favorecido o impulsado por una innegable
fragmentación política, educativa y cultural que, inconscientemente, nos ha
traído hasta la crítica situación actual.
Así
que, efectivamente, percibo que los decenios de mayor progreso económico y
social de nuestro país son también, triste y paradójicamente, los de la
aceleración de la descomposición de España a la que asistimos atónitos. Y en
este sentido, la situación de Cataluña es, finalmente, un mero correlato de la
situación general de España, lo cual, irónicamente, confirma una vez más la
profunda españolidad de Cataluña.
por