Por una democracia profranquista

 
Pío Moa 
 
 
   Hoy hace cuarenta años que murió Franco. Dentro del ínfimo nivel del análisis político corriente en España, hablar de una democracia profranquista sonará un oxímoron, y alguien me preguntaba como argumento definitivo contra Franco: “¿Se votaba en España cada cuatro años para elegir los gobiernos?” Respondí a la necedad: “No había posibilidad de elegir entre un corrupto y otro corrupto, un pro separatista y otro pro separatista, un demagogo barato y otro demagogo barato. Y la gente no lo echaba de menos”. Porque es evidente que nuestra democracia ha ido deteriorándose hasta un grado que recuerda los dicterios de Marañón contra la “estupidez y canallería” de los republicanos, o del propio Azaña contra aquella política de los suyos “incompetente, de codicia y botín sin ninguna idea alta”.   
 
   Y sin embargo la democracia, o la posibilidad de una democracia sana, se debe al franquismo. En tres sentidos:  Priemro: Fue organizada desde el franquismo y por personajes del franquismo, empezando por Juan Carlos; y hecha “de la ley a la ley”Segundo: No podía venir de la oposición antifranquista que siempre fue totalitaria (comunista y terrorista).  No existió oposición democrática real y los pocos demócratas vivían y prosperaban tranquilamente, aunque se quejaran, y no había ninguno en la cárcel.Tercero: El franquismo creó las condiciones para una democracia que funcionase: prosperidad, amplia clase media, y sobre todo olvido de los odios políticos que hundieron la república. Hizo posible una convivencia en paz y libertad que fortaleciese y no amenazase de nuevo la existencia de la nación.   
 
   No es que Franco desease la democracia liberal. Estaba convencido de que esta repetiría la nefasta experiencia republicana y precisamente eso fue lo que trató de evitar siempre. Pero gracias a  haber derrotado un proceso totalitario, sorteado la guerra mundial, vencido al maquis y al criminal aislamiento que trataron de imponer a España;  gracias a un largo periodo de paz y prosperidad y reconciliación (no hay que confundir la reconciliación popular, muy cierta, con la reconciliación de los políticos en la transición, hecha sobre bases falsas), gracias a ello  se crearon las condiciones básicas sin las cuales no puede sostenerse una democracia. Él era consciente de que el régimen no se mantendría, porque lo había declarado católico y la Iglesia lo había abandonado. Los elementos falangistas, carlistas y propiamente monárquicos eran secundarios en su ideología. El historiador inglés Paul Johnson ha descrito a Franco, con toda razón, como uno de los políticos más inteligentes del siglo XX, añadiendo  que alguna vez los españoles le harían justicia. Creo que el momento de hacerle justicia debió llegar con la misma transición, pero en todo caso ya va siendo más que hora, no debe aplazarse más.   
 
   A la muerte de Franco se abrió, pues, la posibilidad de avanzar sobre lo mucho construido antes, pero no debe olvidarse que “la estupidez y la canallería”, y la mentira, son fuerzas poderosas en la historia. Se identificó democracia y antifranquismo, la multitud de arribistas sin escrúpulos llegados a la política optó por identificarse con el Frente Popular, adoptar la propaganda “democrática” desplegada por los comunistas, y atacar la memoria del franquismo, es decir, de una de las épocas más fructíferas de nuestra historia en al menos dos siglos. Y quienes debían haber defendido la memoria de Franco no lo hicieron o lo hicieron muy mal, dejando el terreno libre a sus enemigos, que lo eran también de la verdad: “la economía lo es todo” y “miremos al futuro” (sin sacar ninguna lección del pasado y privando a los españoles de su historia) han sido las consignas de una derecha que también ha querido hacerse la demócrata volviéndose cada vez más antifranquista retrospectiva. La democracia estará enferma mientras no sea capaz de hacer justicia a Franco y a su régimen.    
 
   He dedicado Los mitos del franquismo  “a quienes respeten la verdad y sientan la necesidad de defenderla“, aun sabiendo que la verdad  absoluta es inalcanzable; y algunos tratamos de mantener el programa de radio “Cita con la Historia” como combate contra la llamada “memoria histórica”, nombre involuntariamente irónico. Decía Cicerón que la verdad se corrompe tanto por la mentira como por el silencio, y en España tenemos un ejemplo sobresaliente. Se ha corrompido la verdad y la democracia. De todo esto debemos seguir hablando, debemos insistir mucho, afrontando el matonismo ideológico de un antifranquismo grotesco; porque la mentira y el silencio han avanzado demasiado, pervirtiéndolo todo. 
 
 
 
 

Publicado

en

por