“Prefiero a Franco” La sentencia de Azaña

Francisco Torres

Sierra Norte Digital

He
leído en estos días, a propósito del aniversario de la Guerra de España -lo de
civil no me cuadra, aún cuando lo fuera, y lo de incivil me parece una tontería
que algunos utilizan para intentar ganar el plus de la equidistancia-, la
protesta soterrada que algunos historiadores hacen con respecto al intento de
coartar la libertad del investigador en función de la aplicación de la “memoria
histórica”, que no es memoria de ningún tipo, sino un elemento ideológico
creado por una izquierda que busca referentes para renovar su aceptada
superioridad moral sobre los demás (ellos son los más demócratas, los mayores
defensores de la libertad, los que pueden dar lecciones…). Andan mis colegas
preocupados porque se está imponiendo una censura y una autocensura -tampoco es
nada nuevo y el los Departamentos de Historia hace ya mucho que existe- que
invita a apagar toda discrepancia (en España no existe un grupo de
profesionales de la historia capaces de sostener lo que en la Alemania de
finales de siglo fue la guerra de los historiadores ni para sacar los colores a
los que andan enfrascados con eso de la “Memoria”). Piden, inútilmente, que la
Guerra de España sea solo objeto de investigación y no de manipulación, como si
la manipulación fuera extraña a los últimos cuarenta años de la historia en la
universidad española.

Soy
de una generación que sufrió la manipulación de la izquierda en las aulas,
aunque entonces les fuera difícil salir de ese espacio de dominio -las notas y
las ganas de progresar cercenan el debate y la discrepancia, pero eso no quiere
decir que no existiera-. Una generación de historiadores que nunca llegó a
enterarse en las aulas de lo que, por ejemplo, fue realmente el Gulag o de los
millones de víctimas que habían supuesto los intentos de implantar el
comunismo; la generación que padeció a quienes edificaron una leyenda rosa
sobre la II República que ahora se recupera -¡Ah, aquel tostón insoportable de
la caída de baba ante la verbena popular de Santos Juliá sobre el gran progreso
que abría para España la victoria del Frente Popular!-; que eran manipulados
con el mito del Ché; que sufría la distorsión de las obras de Tuñón de Lara
(apodado Muñón de Lara) que llegó a poner por escrito que tras el incendio de
las Iglesias podría estar en realidad la derecha; de los que soportaban una
tarascada cuando el profesor de turno, que andaba más allá del PCE, se enfadaba
si le recordabas que los republicanos tuvieron en Cartagena la humanitaria idea
de darles un baño en el mar a los oficiales con una plancha de metal atada a
los pies.

No
tuvieron entonces los propagadores académicos de la manipulación, más allá del
poder que les daba la tribuna y la publicidad, mucho que hacer ante una
generación de historiadores, hoy desaparecida, que les oponía el saber. Hoy
todo ha cambiado, porque existe e irá en aumento la censura y la autocensura.
La Guerra de España vuelve a librarse hoy en el país y esta vez -también era
así en los primeras semanas de la contienda- parece que los vencidos de antaño
van a ganar la guerra que perdieron cambiando para ello la historia.

Se
impone lentamente una versión ahistorica e irreal que rcuepera las imágenes de
la propaganda: el golpe de estado motivado por la ambición de poder; el
ejército contra el pueblo; los fascistas dispuestos a acabar por la fuerza con
la libertad… Cualquier historiador serio -excluyamos a Casanova y demás- sabe
perfectamente que eso son solo mitos de la izquierda. El 18 de julio de 1936
hubo un intento de golpe de estado, pero también un auténtico alzamiento civil
-en la zona nacional con menor población hubo muchas más voluntarios en números
absolutos que en la frentepopulista-. También saben que esa sublevación se
produjo porque para ellos había razones objetivas para ir a la lucha, entre ellas:
las religiosas y el deseo de evitar el triunfo de la revolución -la izquierda
era revolucionarioa pero no democrática. Lo que ocurre es que mientras que se
alaban las revoluciones de izquierdas con su rosario de muertos se niega el
derecho a los que no aceptan la imposición a rebelarse y defenderse. Y ahí está
la clave de lo que sucedió en España.

¿Qué
es lo que realmente pasó en España en julio de 1936? Lo dijo Gil Robles: que
media España no se resignaba a morir. La España amenazada por la revolución
tras el intento de asalto armado al poder por parte de la izquierda en 1934 y
víctima del pucherazo que dio la victoria en febrero de 1936 al Frente Popular
(se denunció en la época y una pléyade de historiadores perdieron el tiempo
intentando convencernos de que esas elecciones fuero sinónimo de la alegría
popular; hoy sabemos que hubo pucherazo).

Recuerdo
cómo despertaba no pocas crítica el poema de Pemán de La bestia y el ángel y
hoy asistimos a algo similar con las denominadas víctimas de la represión
franquista que son presentadas como ejemplo de luchadores por la libertad y
objeto de especulación por parte de las Asociaciones de Memoria Histórica
convertidas en un lobby de presión. Pero no, dejando a un lado el dolor de los
familiares, ni la inmensa mayoría defendían libertad y democracia ni eran
inocentes en grado de intervención directa de la muerte, del asesinato de
decenas de miles de españoles. No se puede desenterrar para después enterrar la
Memoria real. En la España de julio de 1936 había pocos partidarios de la
democracia y sí muchos de la revolución. Lo malo de las revoluciones, desde la
francesa, es que, pasando por China a la URSS, dejan un reguero de sangre que
los historiadores que comparten versión con los de la “memoria histórica” procuraron
olvidar.

En
la España de 1936 pocos era demócratas y como Manuel Azaña reiteraba, aún
cuando todos busquen olvidarlo, si la izquierda de verdad, los anarquistas,
socialistas y comunistas, hubieran triunfado los republicanos hubieran tenido
que exiliarse o dejar la vida: “La guerra está perdida; pero si por milagro la
ganáramos, en el primer barco que saliera de España tendríamos que salir los
republicanos, si nos dejan”. El mismo Azaña que durante el gobierno Negrín
anotaba “Y si estas gentes van a descuartizar España, prefiero a Franco”.

            No olvidemos pues que la sublevaciòn
cívico-militar fue también una revolución, que tuvo un por qué y un para qué.


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