“¡Qué Dios nos coja confesados!”

 Honorio Feito
Alerta Digital
 
 
La inmensa vulgaridad en la que ha caído la sociedad española tiene su origen, probablemente, en el agotamiento del sistema partitocrático que, tras lo vivido en las últimas semanas, más el largo periodo decadente que venimos padeciendo, ha llegado hasta las últimas consecuencias. Esta situación tiene también sus exponentes, como el caso de la aparición de los llamados partidos populistas, cuyos mensajes tienden a una ruptura con el modelo clásico, en un intento de no identificarse con los habituales. Es probable que existan estudios acerca de esta situación y hasta puede que se hayan podido etiquetar conductas. La sociedad española padece un estado depresivo que se demuestra en la inhibición o paso atrás que se observa en algunas personas que deberían ser, en sus medios, referencias para los demás. Me refiero al caso de la niña golpeada y maltratada en un colegio de Palma de Mallorca, por parte de un grupo de compañeros, causándole diversas heridas físifcas, por las que tuvo que ser ingresada en un hospital, y las consecuencias que estas han tenido en su estado de ánimo, después de haber avisado a los responsables del colegio acerca de las amenazas y agresiones verbales recibidas con anterioridad a esta última agresión.
 
Vengo defendiendo, desde hace ya algún tiempo, lo que a mi juicio es un enorme error entre algunos profesionales de la enseñanza, aquellos que aplican el principio de que en la casa se educa y en la escuela se enseña. Vengo manteniendo, desde hace ya algún tiempo, lo delicado que es un niño, un ser humano en formación, en cuya infancia y primera adolescencia, al menos, recibe información que tiene que procesar en su cerebro para establecer un reglamento útil con el que ordenar sus ideas, con el que construir su comportamiento. Y vengo insistiendo, desde hace ya algún tiempo, en la definición del concepto “educar”. El Diccionario de la RAE, en su segunda acepción, lo define como “Desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven por medio de preceptos, ejercicios, ejemplos, etc.”, significado que parece que se ha olvidado por parte de muchos de los que tienen la enorme responsabilidad de atender a los escolares.
 
He mantenido algunos debates en las redes sociales, que es donde parece que ahora se cuece todo, que el significado de educar incluye el de enseñar. La Educación no es únicamente aprender las reglas de la gramática, o los teoremas matemáticos y el álgebra, sino que también incluye el comportamiento social, las normas básicas con las que un individuo debe comportarse en público. El abandono de estas contempla procederes como los que estamos viendo cada vez con más frecuencia. Sostengo, pues, que la Educación, con mayúsculas, es un compromiso aún mayor que la enseñanza.
 
La Educación es una responsabilidad que afecta en primer lugar a la familia, y en segundo lugar al docente, y como marco de ese binomio, a las autoridades de la Nación que no se pueden inhibir ante ese desafío. La Educación de un niño es algo tan especial –o debería serlo- y de tan especial efectividad que cuando no se hace con el esmero que supone los resultados son desastrosos para la formación del niño. No hace falta ser pedagogo para aplicar un poco de sentido común. Y es una cuestión en la que se tienen que implicar los profesores porque, desgraciadamente, en los hogares humildes los padres o tutores no tienen conocimientos, a veces, que puedan enriquecer el aprendizaje del niño, que debería recibirlo del colegio.
 
Pero es un hecho que la Sociedad, en este momento, no dispone de los argumentos suficientes para impulsar la colaboración en ese binomio que es familia-escuela y ello es en parte debido a la falta de un sistema educativo unitario para toda España; otro de los errores del Estado de las Autonomías ha sido la transferencia de competencias en materia de educación a las propias comunidades sin un árbitro, en ese caso, el Ministerio, que vigilara el desarrollo de los planes educativos en las diferentes CCAA. El conflicto que en alguna de ellas se viene cultivando contra el Estado, por un lado, y la aptitud desafiante y contestataria de algunos líderes locales o nacionales, respecto a esa media docena de puntos que se supone que todos deberíamos asumir, es una doctrina con la que crecen muchos de nuestros niños en cualquier parte del territorio español –todavía español-
 
La clase política centrifuga la actividad principal de los españoles y de ella se desprende también una forma de hacer las cosas que ha calado en todos los estratos sociales. Si a esto añadimos, como decía al principio, la inhibición –justificada, en parte, por las dificultades de los profesores para imponer autoridad, las sospechas de pederastia y demás asuntos relacionados con ese difícil asunto de las relaciones sociales- y la falta de conductas sociales claras y ejemplarizantes, el resultado es el de una sociedad abúlica que presencia comportamientos delictivos en una actitud ausente, impávida, carente de reaccionar ante la afrenta. No toda la culpa es de los políticos.
 
Como ingrediente, las redes sociales, ese espejo donde hoy se miran los jóvenes, incluso los más pequeños, donde ven estilos y conductas no ya poco recomendables, sino sencillamente rallando el delito ante la impunidad de la comunidad y de las autoridades frente al ultraje.
 
¿Ejemplos?, ahí va alguno:
 
El pequeño Adrián, de 8 años, que padece una enfermedad grave, el sarcoma de Ewing, ha sido objeto de los disparates de dos expertos manipuladores de las redes sociales, por decir que quiere ser torero y protagonizar un acto taurino celebrado en Valencia, hace unos días.La eibarresa (no diré armera, que es otro gentilicio de Eibar), Aizpea Echezarraga, tuiteó deseando la muerte del niño, y otro personaje ya conocido también en esta alfombra de despropósitos, Manuel Ollero, dejó un comentario sobre el gasto innecesario que supone el tratamiento del niño Adrián. ¿Le parece, amigo lector, que ambos comportamientos corresponden a personas con un mínimo de sentido común o capaces de albergar un sentimiento siquiera digno de un ser humano? Debo añadir que estos dos “valientes” se apresuraron a borrar los contenidos de sus amenazas, y despropósitos, tan pronto se anunciaron medidas jurídicas por parte de algunas asociaciones taurinas y de la propia familia de Adrián.
 
Desgraciadamente, este tipo de manifestaciones no es único, ni nuevo. Se vienen repitiendo desde hace tiempo. Da igual cual sea el motivo; da igual cual sea la razón.
 

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