Qué es el antifranquismo, sus señas de identidad, por Pío Moa

Pío Moa

Blog Dichos, Actos y Hechos

 

 

*El antifranquismo es el imperio de la mentira y  la falsificación histórica

*Antifranquismo son leyes totalitarias como las de “memoria histórica” o “de género”.

*Antifranquismo es impulso a los separatismos y a la disgregación de España.

*Antifranquismo es venta de soberanía a la burocracia de Bruselas.

*Antifranquismo es complicidad servil con la invasión del territorio español por Gibraltar y con la colonización cultural de España.

*Antifranquismo es corrupción.

*El antifranquismo es el cáncer de la democracia y de la propia existencia nacional de España.

En su evolución histórica se aprecian tres  antifranquismos. El primero fue el de la guerra, salido de unas elecciones fraudulentas –verdadero golpe de estado–, y distinguió a los criminales que pretendían disgregar España,  imponer regímenes totalitarios y supeditar la nación a la URSS ( mediante la entrega de las reservas financieras a Stalin). De paso, aquellos antifranquistas asesinaron, torturaron y, en especial su sector socialista, robaron en gran escala.  Y todo lo hacían, faltaba más, en nombre de la libertad y la democracia. Fue un apogeo de la estupidez y la canallería, como diagnosticó  el médico e intelectual liberal Gregorio Marañón.

El segundo fue el de la posguerra hasta la muerte de Franco. La derrota desanimó a aquellas bandas de delincuentes federados en el Frente Popular, excepto a los comunistas. Salvo actuaciones de menor enjundia de algunos socialistas y anarquistas, los comunistas fueron los únicos que mantuvieron la lucha por sus objetivos (¿hay que explicarlos?) durante todo el franquismo. Primero intentaron una nueva guerra civil mediante el maquis, y al fracasar organizaron la infiltración en la universidad, en sectores intelectuales y en los sindicatos falangistas, donde, muy lentamente y con grandes sacrificios, fueron ganando posiciones. Por supuesto, todo lo hacían en nombre de la “democracia y la reconciliación nacional”: pretendían que la gente se reconciliara con ellos para aplastar a los muy justos vencedores de la guerra. A última hora surgió del separatismo vasco la ETA,  grupo comunistoide de asesinos profesionales, también empeñado en “liberar” a los vascos e imponerles su democracia. Y grupúsculos maoístas pro o abiertamente terroristas. Esta fue la oposición real al franquismo.

Y el tercer antifranquismo es el que cobra impulso en la transición agrupando –a menudo en torno a los comunistas– a quienes no habían hecho oposición a Franco ni asumido ningún riesgo o sacrificio, sino que habían prosperado bajo el régimen y a menudo en su propio aparato de estado:  separatistas,  socialistas  y personajes variopintos ansiosos de hacer carrera política (y a menudo económica). Así se formó un informal segundo frente popular con la pretensión de saltar sobre los muy fructíferos cuarenta años de gobierno de Franco para enlazar la democracia con el Frente Popular de la guerra. La gente acababa de salir del franquismo  y su satisfacción se mostró en un referéndum que por abrumadora mayoría apoyó la democracia desde y no contra el franquismo, y sí contra cualquier aventura de frente popular. La nueva derrota les hizo ser más cautos por bastantes años, pero ni por un momento cesaron en su propaganda antifranquista, a base de falsificar la historia sistemáticamente. Falsificación aceptada por la derecha, primero inhibiéndose y pronto colaborando con ella. Y de paso extendieron la corrupción de forma masiva, vendieron progresivamente la soberanía española, ahora ya no a la URSS sino a la burocracia de Bruselas, promovieron y financiaron los procesos de disgregación de España,  convirtieron Gibraltar en un emporio invasor, corrupto y corruptor de toda la política española, y  avanzaron en políticas abortistas, homosexistas y ultrafeministas.

Necesitaron un proceso bastante largo para invertir por completo la decisión popular de 1976. Pero ya el gobierno de Aznar, ideológicamente vacuo y muy colaborador con los separatismos, propició la victoria de Zapatero, debida en parte a su alevosa explotación del  más brutal atentado de nuestra historia. Zapatero  creó un tercer frente popular de facto, compuesto, como siempre, de separatistas y grupos de inspiración totalitaria. Y una de sus líneas fundamentales de actuación consistió en la revancha contra el franquismo, imponiendo una ley de “memoria histórica” tan totalitaria y liberticida como falsaria. Fue un nuevo triunfo de “la canallería y estupidez, del  “Himalaya de falsedades”  denunciado por Besteiro. Como siempre, en nombre de la democracia, cuya defensa, así como la muy necesaria del franquismo, fue abandonada por una derecha hundida en una bajeza insondable.  Rajoy mantuvo una ley tan inicua, que ahora pretende empeorar el gobernante más indigno y delincuente que ha sufrido España desde la transición. Y completarla con el ultraje a los restos del hombre que derrotó felizmente al primer Frente Popular. Esta es la democracia… de los liberticidas y ladrones.

Así pues, el antifranquismo nunca dejó de ser la misma cosa: alianza de hecho o de derecho entre separatistas y  totalitarios, cuajada por tercera vez  en un Frente Popular que es preciso derrotar política e intelectualmente. Si la democracia ha de salir de su actual estado putrefacto debe convertirse en democracia franquista, que reconozca su origen en aquel régimen, reconozca la necesidad histórica del mismo y lo respete profundamente. El franquismo no fue democrático, no podía serlo después de las experiencias funestas de la república y el Frente Popular. Pero la democracia ha de ser franquista y recordar el pasado, o repetiremos lo peor de él, como advertía el filósofo J.  Santayana. Esta es la tarea histórica del momento para los españoles patriotas y demócratas.


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