Ramiro Ledesma Ramos o la esperanza

 
María del Pilar A. Pérez García (Pituca)
Historiadora 
 
 
   La gran mayoría de los jóvenes de nuestros días se han convertido en un gran rebaño de borregos que marcha por el camino que le marca el pastor de turno, es decir, el representante del sistema que padecemos. Todos esos jóvenes se conforman con llevar una vida vacía, chata, alicorta, sin horizontes, sin nada importante y trascendente por lo que esforzarse y luchar. Justamente son el polo opuesto a lo que había soñado Ramiro Ledesma Ramos que fuera la juventud.          
 
   Ramiro fue un joven que se esforzó y luchó toda su corta vida por sus semejantes. Y lo hizo utilizando todas las horas del día: primero preparándose intelectualmente y, luego, estrujándose hasta la última gota de inteligencia para crear una doctrina política. Se dice pronto, pero es de una grandeza increíble, que un hombre dé a sus semejantes un cuerpo de doctrina para intentar mejorar su Patria y su Pueblo.       
 
   Por eso, al enterarse de su trágico asesinato, exclamó el gran filósofo José Ortega y Gasset: “No han matado a un hombre, han matado una inteligencia…”               
 
   A diferencia de muchos jóvenes de hoy, corría sangre por sus venas y no horchata, coca-cola, güisqui o cualquier droga más o menos dura o de diseño… Y su sangre era fuerte, roji-negra como la bandera nacional-sindicalista revolucionaria, y generosa.       
 
   Ramiro nunca se movió por egoísmo personal ni por afán de notoriedad. Todo lo contrario que muchos otros, que anteponen su vanidad y su ego  al bien común. Ramiro, ante todo, fue honrado frente a todas las cosas, (¿cuántos “dirigentes” y “políticos” de nuestros días pueden presumir de algo así?), fue honrado consigo mismo, que es la forma más elevada de la honradez y de ser consecuente, serio y valiente. Ramiro creó, comenzó a desarrollar y murió por una idea, que es lo único serio y profundo a lo que puede aspirar un hombre de bien, hecho y derecho, demostrando al mundo y a la Historia eterna que era un verdadero Líder y Caudillo de juventudes. Un auténtico Líder y Caudillo que perdurará en dicha Historia.       
 
   Y no como otros, líderes de pacotilla, sin mérito alguno, que han sido creados artificialmente por los medios de comunicación gracias a la publicidad, que no han sido más que falsos “profetas”, sofistas de falsas doctrinas, elaboradas en laboratorios putrefactos y siniestros y dirigidas a maniatar, engañar, malograr, perder y esclavizar al hombre, diciéndole que es libre mientras, por la espalda y a traición, se le va encarcelando el pensamiento, el alma, la acción y, en definitiva, la vida entera, convirtiéndole, realmente, en una marioneta a la que se le ha exprimido hasta la última gota de espiritualidad y personalidad propia. Esos pretendidos “líderes” sólo buscan su beneficio personal, importándoles nada su Patria y su Pueblo. En eso estamos, vivimos y padecemos, desgraciadamente, hoy en día…       
 
   Gracias a Dios, todavía queda un pequeño grupo de jóvenes que no se dejan llevar por los cantos de sirena de esta sociedad podrida y falsa. Y ese pequeño, pero elegido, grupo de jóvenes tiene una tarea inmensa que realizar. No basta con que haya descubierto en Ramiro a un hombre excepcional al que seguir. No basta con que repitan su nombre y se pongan camisetas con su efigie. Deben leer, estudiar y asimilar todo su legado para adaptarlo a nuestros días y ponerlo, definitivamente, en práctica, por el bien de España, Europa y  la Humanidad, tan huérfana de la Verdad. Es un legado que rezuma Amor por la Patria, Amor por el prójimo, Amor por nosotros mismos… que destila Autenticidad, Justicia Social profunda, Libertad verdadera, Vida fructífera y Progreso inmenso, tanto material como espiritual.       
 
   Para que se realice esta ingente, pero justa tarea, vivió, estudió, trabajó, escribió y murió Ramiro Ledesma Ramos. En los últimos instantes de su vida, cuando las balas asesinas ya habían acribillado su cuerpo, seguramente una lágrima corrió por su mejilla mientras toda su existencia pasaba en un instante por su mente… luego, posiblemente, alzó el brazo a la manera que le agradaba tanto, y lanzó al aire ese grito, inventado por él seis años antes, de “¡Arriba los Valores Hispánicos!”… ese grito que condensa toda la rebeldía de su tiempo en cuatro palabras lanzadas al viento en la madrugada fría de su muerte con la que alcanzó la Palma del Martirio de los escogidos.       
 
   Mientras su espíritu se elevaba, estando a mitad de camino entre su Lucero eterno y esta tierra que le vio nacer y a la que tanto amó, volvió su mirada hacia el mundo y pronunció su última voluntad y deseo: que se supiese aprovechar todo su esfuerzo y sacrificio en esta vida por el bien de todos. Y como un aerosol se expandió esta idea por España entera y ahí está, en una nube que deposita, de cuando en cuando, la semilla de su doctrina en nuevas generaciones que deberían, de una vez por todas, hacerla germinar.               
 
   Muchos años después, a una joven se la ha caído otra lágrima encima de los escritos de Ramiro que estaba repasando. Si esa lágrima se hace muchas lágrimas, en muchas mejillas de muchos jóvenes, se convertirá en el agua necesaria para hacer germinar la semilla que plantó Ramiro esos días lejanos de los años treinta del siglo XX.  Por el bien de España, Europa y el Mundo. Y se cumplirá la última voluntad del bueno de Ramiro, el Caudillo de Juventudes. Y la esperanza se hará realidad.