Francisco J. González del Piñal Jurado
Historiador y Académico
Nos regaló unas lecciones de periodismo, unas lecciones de estilo, quizás imitado, pero jamás igualado. Porque nunca nacerá tristeza en ningún sitio donde el paso de un buen hombre ha dejado su rastro a perpetuidad.
Abunda en la vida privada de los seres vivos una cadena de personas con acento, personas que a lo largo de su trayectoria dejan huella, a las que, a veces, se les tiene más afecto que trato; a veces trato ocasional, discontínuo; a veces distanciado o hasta *de refilón*, pero que las mismas han supuesto lecciones de todo tipo con la titulación de magníficas, porque eran de sobresaliente. A lo largo de este artículo iré desgranando los motivos de mis predicados.
Fallecido en Madrid a principios de la centuria, como consecuencia de la enfermedad que padecía, deseo recordar en estas líneas de afecto y consideración al excelentísimo señor don Manuel Jiménez Quílez. Natural de Valacloche (Teruel), comenzaría pronto a destacar por su sencillez, discreción y fidelidad, lo que le marcaría de por vida en todos sus cometidos. A su patria chica, donde había asistido tantas veces a la Fiesta Mayor en honor de su patrona Nuestra Señora de Loreto, fue trasladado, por última vez, para proceder a su enterramiento, según sus deseos.
De prestigio conocido y reconocido y con código de honor propio, se licenció en Derecho, aunque su trayectoria profesional más conocida la ejerció como periodista. De la escuela de periodismo de “El Debate” sería número uno de su promoción (la de 1936). Autor de libros como “Luz de España”, dirigió acertadamente diferentes medios de comunicación, como el diario ”Ya”, y otras publicaciones no diarias como “Gaceta Ilustrada”, “Mundo Hispánico”, “Meridiano”, y, entre otros, la agencia de noticias “Logos”, de “La Editorial Católica” (“Edica”). En su etapa como político, don Manuel Jiménez Quílez (“M.J.Q.”), sirvió a las órdenes de dos ministros, Joaquín Ruíz-Jiménez y Manuel Fraga Iribarne; viviendo, en sus cometidos, momentos especiales, e incluso privilegiados, en la historia de España. Ocupó destino en la Oficina de Información Diplomática y fue comisario de Extensión Cultural. Fue director general de Prensa (después llamado de Coordinación Informativa), culminando esta etapa como subsecretario del Ministerio de Información y Turismo. Activo redactor de la “Ley Fraga”, prosiguió colaborando en la Ley de Prensa aludida (de Fraga), así como en la autorización de un nuevo rotativo de tirada nacional, el matinal “El Pais”. Una vez finalizada su actividad política volvió a “Edica” (su segunda casa), obra ya desaparecida, de Herrera Oria.
Después de jubilado siguió inmerso en el periodismo de forma activa y altruista, hasta que, ya octogenario, apareció la enfermedad en cuya etapa final lo apartó para siempre de su vocación. Justino Sinova le dedicó, en su memoria, “Un periodista católico”, en “El Mundo”.
Ante la adversidad, siempre administraba cautelarmente los desacuerdos, sin necesidad de utilizar ”lejía de garrafa”; evitando siempre la ceremonia de confusión. En posesión de diversas condecoraciones, perteneció a numerosas instituciones de relieve, a las que siempre sirvió con decisión y transparencia. Puede decirse que, en muchos casos, su labor fue de apostolado de muchísimas causas, y, en contra de lo que pudiera parecerle a algunos, no fue nada oportunista.
Pero mi vinculación con don Manuel, curiosamente, nunca obedeció a motivos periodísticos, ni históricos, ni académicos, sino familiares. Así de sencillo… Le conocí en Sevilla, hace más de 40 años, a través de su hermano don Juan (“J. J. Q.”), residente también en Madrid, quien se había casado con doña Caridad Gómez Salazar, una sevillana de familia ilustre y erudita, que mantenía estrechos lazos con mi propia dinastía, cuyos núcleos, tradicionalmente, fueron siempre muy avenidos. Era fácil saludarle en bodas y otros acontecimientos familiares, así como en el domicilio madrileño de su hermano mayor, don Juan (calle Juan Vigón, 15), próximo a donde moraba Lucio del Álamo y otros periodistas conocidos. Entre sus más íntimos, y por aquellas ya lejanas fechas, tenía cierta fama de cotizado solterón.
No trato de hacer ni letanía, ni alarde espiritual y literario, mas fue generoso hasta perdonando, pero por ello nunca permitió que el presunto culpable, o imprudente, lo aprovechara para continuar ejecutando actos imperdonables.
Don Manuel era un hombre, para finalizar, al que muchos le deben orientación profesional que le llevaron al éxito, aunque algunos ya no se acuerden, al ingresar tristemente en esa “academia del olvido”, fundada tras los muros de esa “España desmemoriada”, tan en boga.
Terminó sus días en esta FNFF al pie del cañón, manteniendo literariamente este Boletín, donde impartía lecciones de periodismo, sin proponérselo.