Francisco Torres García
El Correo de Madrid
Un discurso, un artículo de prensa, una intervención, dicen los manuales, que debe tener un buen principio y un mejor final; los párrafos centrales tienen menor importancia (aunque en la Ópera los que no saben se empeñan en maravillarse con las arias y olvidan el fundamento de los recitativos). En prensa, desde tiempo inmemorial, el titular casi es tan importante como el contenido real del artículo, porque este condiciona el resto. Y todo ello es una forma de atraer pero también de manipular o predisponer al lector.
Viene al caso este pequeño exordio porque esta mañana me he desayuno con un artículo publicado ayer en el diario EL MUNDO (9-7-2018), titulado El duro artículo de The New York Times sobre el Valle de los Caídos: “Alemania no tiene ningún monumento a Hitler”. Un artículo realizado por el periodista Raphael Minder publicado el pasado día 7. Y en el título tenemos la primera y gran manipulación, porque el entrecomillado hace pensar que ese es el encabezado que aparece en el influyente periódico norteamericano y, por tanto, un apoyo indirecto a los planes de Pedro Sánchez encaminados a burlar el Estado de Derecho y hasta la propia Constitución (recurrir a un decreto, que su dictatorial opción, cuando la Constitución establece que solo es factible para cosas urgentes es un fraude de ley).
No es así. Es una frase incluida en el texto, reutilizada en twitter, del historiador antifranquista (él reconocerlo serlo) Paul Preston y no del autor del artículo que recoge opiniones diversas sobre el tema. En realidad el título del artículo es “Plan to Exhume Franco Renews Spain’s Wrestle with History” (El plan para exhumar a Franco reabre el enfrentamiento de España con la Historia).
EL MUNDO se apunta al mantra que se utiliza hatibualmente para invalidar cualquier argumento que es el recurso a Hitler como elemento negativo y descalificador -algo que, por ejemplo, es muy usual en Alemania en cualquier debate-. Pero, la dureza “condenatoria” que EL MUNDO exalta no es del artículo como afirma el redactor español, un tal FCINCO, sino de Preston. Y es cierto que no hay monumentos para Adolfo Hitler en Alemania o Austria, pero es que el Valle de los Caídos no es un monumento para Franco, como insidiosamente deja traslucir Preston -al que molesta que la gente vaya a visitar la tumba del Generalísimo-. Es un templo, una Basílica, en la que está enterrado Francisco Franco en una tumba sencilla bajo una lápida con su nombre tras el altar mayor (un monumento funerario es la tumba de Napoleón, la de Lenin, la de Grant o la de Robert E. Lee). No es cierto que en Italia no existan “monumentos” a Mussolini -al menos del modo que los entienden Preston y EL MUNDO-: se puede visitar su casa natal, la casa en la que vivió en Roma -un museo privado, La villa de los recuerdos-, se puede ir libremente a visitar su tumba en una cripta donde hay un gran busto y símbolos y en cualquier lugar de Italia se pueden encontrar placas que indican esto fue inaugurado por Mussolini y similares. Que Preston mienta es natural, que lo haga EL MUNDO suscribiendo la afirmación no tanto. Y ahí se acaba la inexistente dureza que hace pensar al lector que The New York Times da su bendición a los planes de Sánchez.
Raphael Minder hace un artículo descriptivo en el que refiere la polémica, la pelea de España con su Historia. Curiosamente se inclina por dos testimonios directos contrarios a la exhumación y recoger la tesis de Preston. Y no olvida nada en el camino: el encuentro de Pedro Sánchez con el arzobispo Blázquez (“líder de la Conferencia Episcopal Española) y el aparente apoyo de la Iglesia a lo que el gobierno decida; la oposición del abad Santiago Cantera; la situación de minoría del presidente (“líder del frágil gobierno socialista”) y el apoyo que le darán los neocomunistas de PODEMOS o los nacionalistas a la exhumación; la intención de Sánchez de hacer de un grano de arena un mar; el acoso a la familia Franco; la posibilidad de su traslado al cementerio del Pardo… No lo dice, pero en definitiva, el juego de presiones que está utilizando arteramente Pedro Sánchez, mintiendo incluso, pero también los medios, para conseguir que alguien ceda y él pueda ejecutar su venganza interesada y electoralista.
Se equivoca Raphael Minder, y podría haber contrastado la información, y lo reproduce EL MUNDO, cuando apunta que la Basílica es la “fosa común más grande de Europa” (aunque podemos discutir la traducción), término que lleva tiempo utilizando el diario El País para pintarlo de colores tétricos y que ha acabado haciendo fortuna (recordemos a alguna ignorante periodista habitual de las tertulias casi diciendo que los restos se sacaban con excavadora).
Y aquí volvemos a jugar con el lenguaje y el sentido del término. Es la forma de tratar de subvertir con el lenguaje la realidad utilizando el término fosa común como sinónimo de enterramientos sin identificar, clandestinos, sin dignidad…
El Valle de los Caídos, cuando se inauguró, desde la idea inicial de Franco en la guerra de una iglesia para rezar por los caídos por Dios y por España, era, también por decisión de Franco, un lugar para dar sepultura digna a caídos de ambos bandos que fueran católicos o de los que no se tuviera identificación y que estuvieran, en muchísimos casos, en auténticas fosas comunes que no cementerios o en fosas comunes de cementerio. Ser enterrado en una Iglesia, en este caso en una Basílica, en la que todos los días se rezara por ellos -tal y como Franco había pensado en su idea inicial durante la guerra-, es para los católicos y, por extensión para los solados desconocidos, un privilegio y como tal se contempla entonces y en la actualidad. Dejémoslo claro, las sepulturas del Valle de los Caídos no eran una fosa común (cierto que según parece, por la falta de cuidados en los últimos cuarenta años -a nadie le ha importado-, las criptas se han convertido en parte en cripta común. En las criptas, que fueron organizadas en columbarios numerados, los restos eran depositados en cajas (hay decenas de fotografías que lo demuestran), con sus lugares de procedencia y con sus registros. Hay enterrados allí 33.872 españoles de ambos bandos, la mayor parte son combatientes, otros víctimas de la represión. 21.423 estaban perfectamente identificados (el listado sin distinciones puede consultarse en Internet sin ningún problema); en otros casos entonces no fue posible hacerlo -lo del ADN aún no se tenía- (Minder debe saber y el periodista de EL MUNDO lo ignora que en cualquier cementerio de guerra los no identificados se registran como tales, como desconocidos). Varios miles procedían de las batallas del Ebro y Brunete (de esta unos 3.000), o de fosas próximas a hospitales o zonas de combate (los nacionales enterraban juntos, como se ha demostrado en algunas fosas excavadas por las asociaciones de memoria, a los suyos y a los republicanos); no era posible identificar todos los restos correctamente; aunque se tuvieran los nombres. A los que estaban identificados se pidió permiso a los familiares, al resto no era posible al no tenerse seguridad (la mejor prueba indirecta es que son muy escasas las reclamaciones de exhumación, menos de una decena y eso que las asociaciones de memoria andan removiendo todo lo que pueden). Y en ningún caso los republicanos fueron “arrojados” allí, de cualquier manera, como parece sugerir por el término empleado en inglés el articulista americano. Lástima que ninguno recordara que en el Valle de los Caídos se enterró hasta 1983 (gobernaba entonces el PSOE), pero según parece hubo un enterramiento final en 1989 pedido por un excombatiente nacional. No parece que entonces el PSOE tuviera muchos problemas con el Valle de los Caídos.
Podía el articulista de EL MUNDO haber reproducido el párrafo final del artículo de The New York Times -les recuerdo ahora mi introducción-, que es casi un editorial y que les brindo para su consideración: Luis Castañón, analista de datos, que estuvo visitando el lugar con su esposa dijo que asistir a Misa en la Basílica de Franco le permitió a él “rezar por los muertos, por la reconciliación y por la unidad inquebrantable de España”; añadió que el lugar debería de permanecer intocable: “quien quiera que no le guste este lugar no está obligado a venir aquí”.