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Lo de la tumba de Franco sólo le interesa a un reducido retén de resentidos guerracivilistas
Alfonso Ussía
30 Noviembre 2011
Querer ganar una Guerra Civil que se perdió, setenta y cinco años después y triunfando bravamente contra unos huesos, se me antoja una solemne majadería. La última de este Gobierno necio y demoledor que hemos padecido los españoles durante los últimos siete años. La que fuera ministra de Fomento, la simpar Maleni Álvarez, retiró el monumento ecuestre de Franco en los Nuevos Ministerios porque no le gustaba verlo cada mañana cuando acudía a su despacho. Soy paseante asiduo de ese tramo de la Castellana y no me complace nada toparme con Largo Caballero, insigne cernícalo y voluntarioso ladrón del PSOE, pero respeto su presencia en bronce por su espacio cubierto en la Historia de España.
Comentando este hecho, Felipe González acertó de pleno. «No tiene mérito alguno y me parece una medida absurda. A Franco tendríamos que haberlo descabalgado del caballo en vida, pero nadie se atrevió a hacerlo».
Pero es que éstos son muy tontos, y prueba de ello ha sido su desmoronamiento social, que a través de las urnas no miente.
Una traca final para despedir siete años de estupidez gubernativa. Regañar a Franco y castigarlo posteriormente retirando sus huesos del Valle de los Caídos. Uno grupo de «expertos» –¿expertos en qué?– se ha reunido para vestir la memez de seriedad, con el ministro Jáuregui a la cabeza. Tres de ellos han recomendado que el Valle de los Caídos se quede como está y que sus enterrados permanezcan donde están. Pero los cursis de la meditación laica han dictaminado que los restos mortales de Franco tienen que ser vencidos y desterrados de Cuelgamuros. El Gobierno en funciones ha exigido al futuro Gobierno de Rajoy que haga cumplir el deseo de los «expertos», y emitida la exigencia, se ha reunido para decidir si en los veinte días que le queda de Gobierno en funciones tiene tiempo para llevar a cabo una gilipollez más y la de los restos de Franco es la última majadería.
Por cortesía, tendrían que haber informado a la única hija de los huesos derrotados en tan brillante y durísima batalla. Además, que la Iglesia es la que decide, y no parece que la desacralización de la basílica para convertirla en un «taller de reflexión» entre en sus planes inmediatos o a medio plazo. Una decisión ridícula. Ni clamor social ni vainas. Al español de la calle le preocupa salir del atolladero económico que este Gobierno ha creado, no formar parte de los cinco millones de parados, exigir que el dinero público se invierta en beneficio de la ciudadanía y mirar hacia el futuro, con mayor o menor optimismo. Lo del Valle de los Caídos, la tumba de Franco y el «espacio de laica meditación» sólo le interesa a un reducido retén de resentidos guerracivilistas que llevan décadas soñando la heroicidad de derrotar a unos huesos. Los huesos del jefe supremo del padre de Zapatero, de Rubalcaba, de Fernández de la Vega, de Bermejo, de Bono, de Juan Luis Cebrián y de tantísimos socialistas hijos de entusiastas colaboradores de Franco. A eso se dedica el Gobierno de España en los últimos días de sus funciones como tal.
De conseguir sus propósitos, el Gobierno de Mariano Rajoy podría crear una nueva condecoración oficial. La Gran Cruz de la Tumba Vencida, y concedérsela a los «expertos» favorables a la victoria sobre los huesos y a todos los que han intentado, con afán, llevarnos de nuevo a la España del año 1936. Unos valientes. Han conseguido que hasta los huesos sonrían.