SEMÍRAMIS: el barco de la libertad

 Fernando Garrido Polonio
 
A las 17:35 horas del día 2 de abril de 1954 el buque Semíramis atracaba en el puerto de Barcelona. En su interior venían 300 hombres que como Lázaros de Betania acababan de regresar a la vida. Habían pasado 11, 12 y algunos hasta 13 años de sufrimiento en la URSS sobreviviendo de modo inhumano en distintos campos de prisioneros (Cherepoviets, Jarkov, Karagandá, Makarino, Borovichi, Oranki…), con la esperanza de volver algún día a la Patria. La mayoría eran soldados de la División Azul pero junto a ellos también regresaban algunos niños de la guerra, marineros de la República, civiles e incluso 11 desertores de las filas divisionarias.

            Los soldados españoles prisioneros de los soviéticos habían sido dados por muertos o desaparecidos al finalizar la II Guerra Mundial y fueron los únicos cautivos que no pudieron mantener correspondencia ni recibir ningún tipo de envíos. La URSS nunca les reconoció el estatus de prisioneros de guerra. Sencillamente no existían, habían muerto en vida. Sólo con la liberación de prisioneros de otras nacionalidades a finales de la década de los años 40, comenzaron a recibirse en España noticias de su existencia.

        Para entonces, muchos no habían podido soportar ni física ni moralmente la dureza de los campos de concentración y de los 500 cautivos 115 habían muerto dentro de sus muros y cerca de 60 habían pasado a formar parte de los denominados “grupos de activistas antifascistas”, colaboradores de los soviéticos. Esta fue otra de las consecuencias trágicas de la guerra.

            Tras falsas comunicaciones y numerosos rumores de liberación en los inicios de los años 50, una vez muerto Stalin en marzo de 1953 y ejecutado Beria, hombre clave del régimen comunista y jefe de la policía política, los prisioneros españoles comenzaron a abrigar la verdadera esperanza de un pronto regreso a casa. Entre enero y febrero de 1954 los españoles fueron concentrados primero en Krasnopol y luego en Kochezka, donde se les conminó a manifestar el país de devolución. Su anhelo infinito daba paso así a la convicción de una inminente liberación. Efectivamente, había llegado el final de su calvario.     

            El 26 de marzo de 1954, tras cinco días de viaje en tren, los cautivos llegaban a Odessa donde les esperaba el barco de la libertad: el Semíramis. Formados en columna de a uno y por orden alfabético subieron al buque. Ninguno volvió la mirada. Su corazón palpitaba a borbotones y sus piernas temblaban no por la debilidad que les consumía sino por la sublime emoción de la vuelta al hogar. Sus ojos se clavaron entonces en la enseña de la Cruz Roja que ondeaba en el barco. El viento que la mecía soplaba del oeste. Les pareció el primer regalo de España, su amada Patria, que les enviaba así su primer soplo de libertad.

            Pero no volvían todos. Algunos optaron por quedarse en territorio soviético, otros viajarían a Francia, Méjico o Alemania Oriental. Cinco mil quedarían bajo la tierra rusa, en tumbas perdidas, sin cruces y sin nombres…

            Cuando las entrañas del barco comenzaron a trepidar y sus famélicos pasajeros comprendieron que el mercante iniciaba su camino de vuelta a casa, estallaron en júbilo y sólo entonces se atrevieron a subir a cubierta. Unos lloraban, otros reían, algunos no podían articular palabra pero todos intuían que al otro lado del Mediterráneo les esperaba España con los brazos abiertos. ¿Cuántas esposas, cuántos hijos, vestirían de luto por aquéllos seres humanos que regresaban del infierno? ¿Cuántos padres y cuántas madres habrían sobrevivido para disfrutar el milagro del retorno?  

            El barco hizo escala después del paso de los Dardanelos en el Bósforo frente a Estambul, donde el Embajador de España en Turquía junto a una Delegación española presidida por el Coronel Castillo les dio el primer abrazo fraternal.

            Durante el largo trayecto los ya ex cautivos pudieron enviar sus primeras cartas a la familia. Ramón López Izaguirre escribió: “Madre del alma… en estos once largos años de miseria y dolor nada he podido saber de ti. Sé que eres muy viejita pero algo me dice que aún vives con la esperanza de volverme a ver… pronto estaré en tus brazos para no separarme más de ti…”. La madre de Ramón vivía y su radiograma fue precisamente el primero que se recibió a bordo del Semíramis: “Loca de alegría por tu regreso, te abraza, te bendice, tu madre”.

            A la altura de las Baleares la radio del barco comenzó a recibir una señal perfectamente audible. Sonó el himno nacional. Era una emisión especial para los soldados. Cada vez que el locutor anunciaba la intervención de algún familiar, la tensión se desbordaba y los llantos se mezclaban con gritos desgarradores de madres, hermanos, hijos… Algunos permanecieron todo el día al pie del altavoz esperando con los ojos nublados la voz ansiada que nunca llegó.

            Cuando el barco tocó el muelle de Barcelona el ambiente se tornó inenarrable. Miles y miles de personas se agolpaban en tierra, con pañuelos blancos agitados al aire como corazones en delirio. La emoción era incontenible. Los familiares mostraban fotografías de los suyos por si el tiempo les había hecho irreconocibles. Las madres gritaban los nombres de sus hijos como enloquecidas. España entera lloraba conmocionada. De pronto se tendió una escala y el venerado general Muñoz-Grandes, subió a bordo del Semíramis. Allí se encontró con sus hombres de la División Azul, los Capitanes Palacios y Oroquieta, los Tenientes Rosaleny y Altura, el Sargento Salamanca, el soldado Victoriano Rodríguez…

            Habían recobrado la libertad.

            La del Semíramis es una página de España que debería estudiarse como ejemplo de honor del soldado y permanecer en nuestra historia como modelo de una experiencia fraternal en la lucha por la dignidad. 

                                                       


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