Sin coche y sin clase media.

Por Irene González.

Vozpópuli.

El coche ha sido la revolución cotidiana de los transportes que hicieron el mundo más cercano, accesible y llevadero. Fuente riqueza y herramienta de trabajo para la mayoría

Tenían tono de suficiencia, con media sonrisita y sacaban pecho mientras asentían con la cabeza. Desde la puerta del garaje de su chalet, el marido de una amiga y su vecino me instaban a comprarme un coche eléctrico como habían hecho ellos. «Es el futuro», decían. Desde entonces, no dejo de soñar con una de esas enormes camionetas pick up de las películas americanas para ir al lago de acampada. Empieza a ser un plan irresistible, aunque yo no sea muy de campo, pero ¿quién en su sano juicio no querría ir a un lago con un coche así? La seguridad de no dejarte tirado, ese confort, esa libertad, esa necesidad existencial del ser humano de llegar donde sueñe y más allá.

El coche ha sido la revolución cotidiana de los transportes que hicieron el mundo más cercano, accesible y llevadero. Fuente riqueza y herramienta de trabajo para la mayoría. El coche ha representado los deseos de muchas generaciones a cualquier edad. La independencia no se alcanzaba a los 18 años, sino al conducir el primer coche. Y sobre todo ha representado la prosperidad, especialmente de las clases medias y el mejor aliado para una familia.

El objetivo no es que los ciudadanos conduzcan coches eléctricos, sino que no tengamos coche ni nada de lo que representa, prosperidad, independencia y libertad

La yihad climática de la Unión Europea avanza y la prohibición de comercializar coches nuevos de gasolina y diésel desde el 2035 ha sido aprobada por un dividido Parlamento europeo. El objetivo no es que los ciudadanos conduzcan coches eléctricos, sino que no tengamos coche ni nada de lo que representa, prosperidad, independencia y libertad.

 A día de hoy no existe ni la tecnología ni la logística para que quienes no tienen garaje particular y placas solares puedan cargar su coche de forma rápida y barata. La desquiciada Unión Europea pretende que todos los recursos de la próxima década se destinen a implantar la industria de control climática de unos pocos, que producirán menos, pero ganarán más.
España lleva estancada sin crecimiento económico quince años. La deuda pública es insostenible con un 115% y sin dejar de crecer. El endeudamiento privado de los hogares no está mejor, pues verá un recrudecimiento de su situación tras el verano por las subidas de tipo de interés ante una inflación que ha recortado su capacidad adquisitiva de forma voraz. Hay un problema urgente, casi en metástasis en España debido a la falta de productividad. En este contexto de destrucción de clase media, los recursos en España no irán destinados a conseguir más energía a menor coste por orden de la Unión Europea de la Agenda 2030 ¿En favor de quién gobiernan aquí y allí? No se van a explotar nuestros propios recursos naturales, fuente de ventaja y prosperidad de todas las civilizaciones, sino a dar subvenciones a coches caros eléctricos y poner puntos de recarga nutridos con energía fósil.
La democracia europea y sus valores era esto. Una élite que actúa contra los ciudadanos, convertidos en el esclavo que ha de pagar su propia cadena.
Los ciudadanos no han decidido nada de esto, ni hemos sido consultados, ni informados de las consecuencias de la dictadura climática. La democracia europea y sus valores era esto. Una élite que actúa contra los ciudadanos, convertidos en el esclavo que ha de pagar su propia cadena. El coche eléctrico no será la solución como no lo será el hidrógeno verde, el crecepelos climático. Tenemos recursos sin explotar mientras se van a invertir miles de millones, con los agraciados de siempre, en una tecnología que no sabemos aún si podrá desarrollarse de forma viable, especialmente su transporte y almacenamiento. Dependientes y vulnerables a una quimera.
La persecución al coche es un enorme ejercicio de doma, de sumisión, de aturdimiento y hostigamiento al ciudadano de clase media, al que encierran en un mundo cada vez más pequeño, limitado, desconectado e incómodo. Encerrados en una pantalla. Sin sueños de explorar con poco el mundo fuera de lo marcado por una agenda asfixiante de aire limpio.
El coche quedará como un recuerdo de un mundo libre y algo rebelde que quizá existió. Lamento haber perdido en una de las múltiples mudanzas dos pósters de Steve McQueen. Uno en la película Bullit, donde aparecía con el mítico Mustang y otro en una moto enorme escapando en la Gran evasión. Debiera servirnos de inspiración y no aceptar una persecución irracional y contraria a lo inherente al hombre, la libertad.

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