Sobre Gibraltar

Franco, pragmático

La postura de Franco sobre el problema de Gibraltar se caracterizó por su gran pragmatismo. Algunas de sus intervenciones en las reuniones del gobierno lo ponen de manifiesto. Así, en el Consejo de Ministros del 13 de enero de 1967, Castiella planteó una vez más el asunto de Gibraltar y recabó de los ministros militares la adopción de medidas drásticas para estrechar el bloqueo de la Plaza. Llegó a sugerir, entre otras medidas, la instalación de una barrera de globos cautivos que impidieran a los aviones británicos violar el espacio aéreo español.

Los ministros militares, especialmente el de Marina y el del Aire, no consideraron oportuna la medida por estimar que podía originar algún accidente aéreo con víctimas, con la consiguiente repercusión en la opinión pública mundial y llevarnos a un conflicto con el Reino Unido.

Castiella reaccionó impulsivamente ante la negativa de los ministros militares e invocó la Ley Orgánica del Estado que encomendaba a las Fuerzas Armadas la defensa de la integridad del territorio nacional. Franco le atajó en el acto diciéndole: “Tenga usted en cuenta, Castiella, que a los militares nadie nos ganará en patriotismo; todos los españoles tenemos clavada n el alma la espina de Gibraltar, pero el único español que no tiene derecho a apasionarse por este tema es el Ministro de Asuntos Exteriores.”

    Desde aquel día quedó políticamente herido de muerte.

En otra ocasión, en el Consejo de Ministros del 15 de septiembre de 1967, al tratarse de nuevo del tema de Gibraltar, ante la próxima intervención de Castiella en la Asamblea General de las Naciones Unidas, Franco indicó que no se debía humillar a Inglaterra, que es quien nos tiene que devolver la Plaza; que debía presentarse la cuestión de modo que se viera que para Inglaterra no sería una derrota, sino una victoria la descolonización de Gibraltar.

Castiella dedicó sus mejores energías a la reivindicación de Gibraltar. Su Libro Rojo constituye una aportación importante para el esclarecimiento del problema y un formidable alegato en favor del derecho de España a recuperar la soberanía de la Plaza. Gracias a su tesón, cosechó un indudable éxito diplomático al conseguir que las Naciones Unidas aprobaran varias resoluciones favorables a la tesis española. Pero, desgraciadamente, las Naciones Unidas no nos podían devolver Gibraltar; quien tenía que hacerlo era Gran Bretaña, y ésta no se hallaba dispuesta en modo alguno a cumplir las resoluciones de la ONU.

Castiella pensó quizá que la concesión de la independencia a Guinea Ecuatorial, el 12 de octubre de 1968, y la retrocesión de Ifni a Marruecos, el 30 de junio de 1969, tendría como contrapartida la devolución a España de la colonia británica. Pero nuestra política descolonizadora no alteró ni un ápice la imperturbable actitud del Reino Unido respecto de la Roca.

Surgieron otras iniciativas animadas del mismo propósito de conseguir, por vía indirecta, que se ablandara la postura británica. Así, en la Comisión Delegada para Asuntos Económicos del 31 de enero de 1969, Fraga, apoyado por Castiella, propuso la creación de la provincia de Gibraltar con parte del territorio de las provincias de Cádiz y Málaga. No secundé la iniciativa por entender que una provincia de Gibraltar sin la plaza de Gibraltar sería como tener un estuche sin joya. Hubo oposición de las autoridades gaditanas y malagueñas, y en el Consejo de Ministros del 21 de febrero de 1969 se desistió de la creación de la provincia de Gibraltar.

La única medida que afectó, al menos económicamente, a la Gran Bretaña fue el cierre de la verja efectuado el 1 de julio de 1969 como respuesta a la promulgación de la “Constitución” de Gibraltar. La economía gibraltareña experimentó un serio quebranto e Inglaterra se vio obligada a destinar abundantes fondos presupuestarios para socorrerla.

(Fragmento del libro de Laureano López Rodó, Testimonio de una política de Estado. Memorias de la intensa etapa en que el autor estuvo al frente de la diplomacia española, de la Colección Espejo de España, de Editorial Planeta, S.A., Barcelona, 1987. Págs. 173 y 174.)


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