Tragicomedia del Pinganillo. Por Eduardo García Serrano.

Toda tragedia deviene en comedia. Es una constante literaria porque es un rasgo genuino de la condición humana; por lo tanto de la Historia. España es hoy el corral de la tragicomedia en el que todo disparate tiene cartel, función estelar y aplauso popular sin tasa y sin medida. Incluso los que silban y patalean en el gallinero forman parte del guion de la tragedia que empezó a escribirse hace cincuenta años, que hoy ya ha devenido en comedia y que provoca simultáneamente dos reacciones antagónicas: risa y asco en la misma medida.

La tragedia del Estado Autonómico deviene en la comedia de los pinganillos, esos apéndices auditivos que los mandarines autonómicos han utilizado, a modo de imprescindibles prótesis lingüísticas, muy serios, muy pomposos, muy protocolarios y muy pagados de sí mismos (pues la mejor manera de hacer el idiota es hacerlo con serena y sesuda convicción) para entenderse entre ellos cuando el sátrapa o mandarín autonómico en el uso de la palabra se negaba a hablar español y se expresaba en su lengua regional que, por razones obvias, no va más allá del campanario de su aldea y que, por razones constitucionales, son lenguas que merecen la misma consideración política, legal, cultural y económica que el Español, “la lengua en la que Dios le dio a Cervantes el Evangelio del Quijote”.

Se reunieron en Barcelona (dónde, si no), capital de la tragicomedia nacional española,  los jefes de los mandarinatos autonómicos para mostrar a banderas desplegadas la intrínseca necedad del Estado Autonómico verbalizada en sus lenguas de andar por casa y traducida por el pinganillo para los catetos españoles que no hablan ni catalán ni euskera ni gallego, porque son tan cultural e históricamente pobres que hasta de lengua propia carecen. Sólo hablan Español, pobrecillos, necesitan el pinganillo como el paralítico la silla de ruedas, que es en la que España está postrada mientras la empujan al abismo de los Balcanes unos aldeanos con barretina y chapela y detrás, en romería, les acompañan los tontos del pinganillo.

 


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