José Javier Esparza
Los gobiernos españoles han confundido la política exterior con el comercio exterior y la política de defensa con la industria de defensa. En ambos casos han puesto el interés nacional al servicio de la conservación del sistema.
Los quebrantos del rey de España durante los actos de la Pascua militar han oscurecido un dato que, sin embargo, es sin duda más trascendente: la constatación de que la Defensa española está bajo mínimos, el anuncio oficial de que el grueso de nuestras capacidades militares va a concentrarse en un “núcleo” de 10.000 efectivos (“Fuerza de Acción Conjunta”, lo llaman) y la confirmación de que el presupuesto del ramo nos sitúa al nivel de Luxemburgo.
¿Diez mil hombres?
Diez mil hombres es lo que cabe en un fondo del estadio Santiago Bernabeu un día de entrada mediocre. Los listísimos “especialistas” que desde hace años flagelan a la opinión pública española, y que no tienen la menor idea de qué es un combate de verdad, arguyen que hoy en día lo importante es la electrónica y la aviación (o la diplomacia), que las guerras ya no se ganan en el campo de batalla y que una buena inversión tecnológica es mejor que un “derroche” en hombres y equipos. Ese mito ha venido funcionando hasta que la realidad ha demostrado que es sólo eso, un mito. La calamidad de Irak, el empantanamiento de Afganistán, el desastre de Libia y la tragedia de Siria están revelando todos los días que no puede haber resolución efectiva de un conflicto si no hay un elemento humano que asegure el objetivo estratégico. Inversamente, acciones como la de Mali, donde los 3.500 soldados franceses actuaron como punta de lanza de una fuerza africana de más de 20.000 efectivos, han demostrado lo decisivo del factor humano. No hay Defensa sin defensores. Y si prescindimos del personal, nos quedamos indefensos.
El presupuesto español de Defensa se ha reducido en un tercio desde 2008. Eso es una barbaridad. Existe la idea común de que la Defensa es “muy cara”. ¿Lo es? Un helicóptero “Cougar” cuesta algo más de 15 millones de euros; mantener Canal Sur, la autonómica andaluza, cuesta todos los años casi diez veces más. La policía autonómica vasca ha presupuestado para 2014 una cifra de 609 millones de euros; Cataluña gastará el doble por el mismo concepto en este año. Un carro “Leopard” cuesta 11 millones de euros. Nuestras televisiones autonómicas han costado casi 1.000 millones solo en 2013. La fragata F-105 “Cristóbal Colón” costó 823 millones de euros. Las cantidades defraudadas por los socialistas andaluces con los EREs falsos suma casi el doble. Un blindado de combate “Pizarro” cuesta 4,67 millones de euros; las subvenciones a partidos políticos para 2014 casi multiplican por 20 esa cantidad.
El informe de ejecución presupuestaria del ministerio de Defensa en 2012 (aún disparada sobre la previsión inicial) da una cifra total de 9.066 millones de euros. Es menos de un tercio de lo que gasta Francia por el mismo concepto, ajustes incluidos.
La previsión de la Defensa española para 2014 se reduce a 5,7 millones de euros. Estas cifras nos aproximan cada vez más a Marruecos, que en 2009 gastó 3,2 millones de euros (cierto que en 2014 serán sólo 2,8 millones).
El anuncio de Defensa habla de reducir nuestro ejército a un “núcleo de 10.000 efectivos”. Es difícil saber qué quiere decir exactamente eso, pero las fuerzas armadas portuguesas cuentan con más de 40.000 personas y las de Marruecos sobrepasan los 300.000. El conjunto del personal de las fuerzas armadas españolas suma unos 120.000 efectivos. ¿Son muchos en un país donde hay 70.000 concejales?
Pecados del pasado
Pero, un momento: ¿Cómo es posible que un presupuesto de 5,7 millones de euros dé para tan pocos efectivos e, inversamente, países con un presupuesto menor puedan mantener a más personal? La clave está en los gastos de armamento contraídos en años anteriores, que han hipotecado el presupuesto hasta el año 2030, por lo menos, con una cantidad fabulosa: casi 30.000 millones de euros, según explicó el año pasado en el Congreso el secretario de Estado de Defensa. Si sirve de orientación, esa deuda española es una cantidad semejante a la que se gasta todos los años Alemania en sus fuerzas armadas. Ahora sería el momento de examinar quién y por qué decidió adquirir los vehículos “Aníbal”, con qué criterios se compraron los “Leopard” (¿para venderlos? ¿a quién?) y otras muchas medidas estrictamente políticas que han distorsionado por completo el mapa natural de prioridades de la Defensa española. Nuestra política de Defensa lleva muchos años orientada no hacia la milicia , sino hacia la industria y el comercio. ¿Sería osado preguntarse quién se ha beneficiado de todo esto? Desde luego, no la nación.
El interés nacional –si es que algún político de hogaño entiende aún este término- fija prioridades muy concretas y las fuerzas armadas son un instrumento esencial para cubrirlas. Desde luego, está la amenaza exterior: España tiene la geografía que tiene y, evidentemente, no puede tener otra. Pero, además, el Estado afronta hoy dos desafíos separatistas cuya urgencia sería suicida negar y que afectan de manera directa a las fuerzas armadas, en la medida en que éstas poseen la obligación constitucional de “garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional”. Un ordenamiento constitucional que, por si alguien lo ha olvidado, empieza desde su artículo 2 afirmando “la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”. Es una evidencia que cualquier deterioro de nuestra Defensa, en las actuales circunstancias, multiplica los riesgos de desgarro del tejido nacional.
Los gobiernos españoles han confundido la política exterior con el comercio exterior y la política de defensa con la industria de defensa. En ambos casos han puesto el interés nacional al servicio de la conservación del sistema de poder, cuando lo cabal debería ser lo contrario. Es verdad que en esto, como en otras cosas, Rajoy se limita a navegar con la herencia recibida, que era funesta. Pero también lo es que desde hace muchos años nadie disponía de una mayoría tan holgada para acometer las necesarias reformas de fondo. Empezando por devolver a nuestros ejércitos una dimensión nacional que todos nuestros sucesivos gobiernos han venido machacando sistemáticamente desde los años ochenta. La Defensa española necesita una gran rectificación.
Un ejército no es sólo un brazo armado para sustentar el orden establecido. Un ejército es, sobre todo, una expresión física, material, de la moral de una nación. Este pasado otoño, un grupo de generales franceses agrupados en la asociación “Los centinelas del Ágora” dirigía a su ministro de Defensa una carta donde se decían algunas cosas muy interesantes. Por ejemplo: “La política francesa de Defensa ha sacrificado al brazo armado de Francia en beneficio de ideologías de ocasión y algunos enjuagues financieros”. Otro ejemplo: “Las nuevas reconfiguraciones geopolíticas marginarán o, aún peor, eliminarán sin piedad a las naciones de moral desfalleciente”. Item más: “El ejército es una de las instituciones ‘fábrica de vínculos’ de las que tanta necesidad tiene Francia frente a la acción resuelta de las fuerzas centrífugas”. Y esto, en unas fuerzas armadas como las francesas que, después de todo, se cuentan entre las más en forma del mundo.
España necesita una política de Defensa nueva. La necesita ya. Pero parece que, como tantas otras urgencias, esta también tendrá que esperar.