Un documento extraordinario vuelve a ver la luz (Parte 2)

 María del Pilar Pérez García
(Reproducción del reportaje que publicó en 1977 el Diario El Alcázar
 
 
Archivos de la Causa General             
 
En los archivos de la Causa general, instruida por el Ministerio Fiscal nada más acabar la contienda civil, consta documentalmente que, los “Duques de la Vega y Veragua –este último descendiente del descubridor de América, de edad avanzada y que ninguna actividad política había desarrollado durante su vida-, fueron detenidos, por móviles exclusivos de robo, por unas milicias socialistas dirigidas por un individuo de ese partido, llamado Zacarías Ramírez, convertido en Capitán. Fueron inútiles todos los requerimientos de las representaciones diplomáticas para que el Ministro de Asuntos Exteriores, Álvarez del Vayo, garantizara la vida de los detenidos, que ningún peligro representaban para el régimen rojo. Finalmente, los dos mencionados señores fueron asesinados después de un prolongado secuestro, no sin que antes el jefe socialista obligase al Duque de Veragua a transmitirle, bajo ciertas solemnidades jurídicas, la propiedad de una finca que el Duque poseía en la provincia de Toledo”. Por aquellas fechas Santiago Carrillo era el jefe de las “checas” de Bellas Artes y Fomento, después sería ascendido, por méritos, a Consejero de Orden Público del Gobierno rojo, Comisario equivalente a Ministro de Orden Público, antes de Gobernación y ahora del Interior.            
 
Sobre las actividades de las “checas”, datos recogidos por la Causa General señalan que “dentro de la identidad criminal entre todas las “checas”, se destacan las del Partido Comunista por su ferocidad y ensañamiento, ya que no conformes con asesinar a sus víctimas, les hacen antes objeto de los martirios más crueles, no habiendo una sola “checa” comunista en Madrid en que estos martirios no se aplicasen con carácter casi general”.  
 
“Por Dios, no me torturen más”            
 
Pionero “El Estudiante”, como le apodó Santiago Carrillo, sin darse realmente cuenta de dónde se estaba metiendo, continuó visitando las “checas” donde sus nuevos amigos le daban de comer todos los días, a cambio de que fuera con ellos y levantara el puño cuando se lo mandaban.            
 
Tres días después de que mataran al Duque de Veragua y sus acompañantes, el 29 de agosto, Carrillo y su chófer, el comunista Juan Izascu, recogieron al “Estudiante” de la “checa” de Marqués de Cubas y fueron a Fomento, junto a la Estación de Atocha, en un Ford matrícula M-984. “Recuerdo que era de noche –nos dice nuestro testigo- cuando llegamos. Bajamos a un sótano donde esperaban la llegada de Carrillo los chequistas Manuel Domínguez “El Valiente” y el Guardia de Asalto Juan Bartolomé. Allí estaba sentada una mujer joven, de unos treinta años o más, con la ropa a jironazos, casi desnuda, que no hacía más que llorar y suplicar que no la pegaran más. Llegó por fin al sótano Santiago Carrillo y dio al tal “El Valiente” la orden de quemarle los pechos, orden que éste cumplió utilizando un cigarro puro. La mujer suplicaba “por Dios” que el tormento cesase. Luego me dijeron que se trataba de una monja, Sor Felisa del Convento de las Maravillas de la calle Bravo Murillo. Aquello me quedó muy grabado en la mente y no lo olvidaré jamás. He pasado muchas noches sin dormir recordando crímenes de estos. No sé qué pasó luego con la monja, supongo que moriría en las manos de aquellos chequistas que disfrutaban ultrajando a una religiosa.
 
 
 
Fueron asesinadas            
 
Acudiendo nuevamente a los datos obtenidos por las investigaciones de la Causa General, encontramos que “Las Religiosas Adoratrices Sor Felisa González y Sor Petronila Hornedo Huidobro, que se vieron obligadas a abandonar su Convento de Guadalajara y marchar disfrazadas a Madrid, a su llegada a la Estación de Atocha, el 13 de agosto de 1.936, fueron detenidas en la “checa” de dicha Estación (…) y asesinadas seguidamente, habiendo aparecido los cadáveres en un descampado de La calle Méndez Álvaro, próximo a la Estación, el día 31 de agosto”. Las fotografías de Sor Felisa, realizadas el mencionado día 31 de agosto en el Depósito Judicial, muestran varios impactos de bala en la cara y en el cráneo.  
 
“El mismo Santiago Carrillo les empujaba hacia la fosa con el pie”            
 
“A los quince días –sigue contándonos su historia Julián- subimos a un coche de la Guardia de Asalto. Tomamos la carretera de Alcalá, Ventas, Canillejas y de ahí salimos a una carreterita muy estrecha, muy mala, y me encontré donde ahora está Barajas. Desde allí cruzamos un camino y pasamos por un puente, el del Jarama. Llegamos a un lugar donde vi gente en corros, de lejos. Bajamos del coche y el Guardia de Asalto les dijo a los de allí: “Aquí os presento al Pionero, “El Estudiante”. Nos manda el jefe que lo traigamos aquí, para que ayude y le deis de comer bien”. Vi unas zanjas, larguísimas, de unos 60 centímetros de anchas, que las abrían a pico y pala. No vi cadáveres. Por cierto, que me ofrecieron tabaco y se echaron a reír cuando les contesté que no fumaba. Nos pusimos a hacer zanja, y cuando pasó un buen rato trajeron la comida: judías, garbanzos con trozos de bacalao, pimientos, etc. Recuerdo que después de comerme dos buenos platos y un chusco, me dieron un puñado de higos secos. Después de descansar y beber vino, seguimos trabajando en la zanja. Al caer la tarde nos trajeron a Madrid, y a mi me dejaron en Cibeles, desde donde marché al metro de Alvarado, para dormir como todas las noches. Al otro día, igual, cavando zanjas que no sabía para qué servían… Después de varios días, mientras trabajábamos, llegó una furgoneta llena de gente. Los sacaron a gritos y los pusieron a todos delante de las zanjas. Salían sin calzado, con sangre en los pies, en la cara, apenas vestidos y sin objeto de valor alguno. Sin consideración, los mataron a todos, con metralletas y fusiles. Seguidamente los echaron a las zanjas y nos mandaron que cubriéramos con tierra los cadáveres. Debía ser la primera semana de noviembre cuando nos llegaron tres autocares con cientos de personas amontonadas. Yo no sabría calcular cuántos serían. Aquello fue horroroso. No paraban de matarlos y meterlos en las zanjas, mientras llegaban más autocares, con hombres. Todos eran fusilados y además machacados con fusiles en la cabeza. La escabechina fue tremenda. El mismo Santiago Carrillo los empujaba hasta la fosa con el pie; con algunos no podía y los arrastraba cogiéndolos de las piernas o de las manos. Después preguntó: “¿Qué tal se porta este pionero?”, refiriéndose a mi. Contestaron que trabajaba mucho. Que estaban contentos. “Bien, cuidarme al Estudiante”, dijo antes de marcharse dándome una palmada en la espalda”.
 
 
 
La matanza de noviembre            
 
Así fue, a grandes rasgos, la matanza de Paracuellos efectuada los días 6, 7, 26 y 27 de noviembre. En esas fechas, la checa de Fomento había sido disuelta, formándose “un Consejo de Policía –según documentos oficiales-, presidido por los comunistas Santiago Carrillo y Segundo Serrano Poncela, a cuyo cargo quedó de un modo exclusivo el Orden Público en la capital abandonada por el gobierno rojo. El referido Consejo de Orden Público repartió a sus miembros entre las diversas cárceles de Madrid, y, tras una brevísima selección, que ya había sido comenzada por el disuelto Comité de Investigación Pública, fueron extraídos de las prisiones varios millares de presos de todas las edades, profesiones y condiciones sociales, que fueron asesinados por las Milicias de Vigilancia improvisadas por el gobierno rojo en Paracuellos del Jarama, Torrejón de Ardoz y otros lugares próximos a Madrid, donde reposan los restos de estas víctimas. Las órdenes que sirvieron para realizar estas extracciones aparecen firmadas por las autoridades de Orden Público”. Concretando más los hechos, “el 6 de noviembre de 1.936 se presentaron en la Cárcel Modelo de Madrid policías adscritos a la Dirección General de Seguridad, y milicianos de Vigilancia de Retaguardia, al mando del Inspector General Federico Manzano Govantes, con una orden de libertad de presos, sin indicación de nombres ni de número; en autobuses de la Sociedad Madrileña de Tranvías se llevaron a los presos que tuvieron por conveniente, sacándolos atados, y los asesinaron en las inmediaciones de Paracuellos del Jarama y Torrejón de Ardoz. Al día siguiente, 7 de noviembre, se repiten los mismos hechos, siendo asesinados una nueva tanda de reclusos”.            
 
El 14 y 15 de noviembre, después de haber “peinado” Madrid varias veces, al objeto de que no quedara vivo ningún militar, citaron a los que quedaban en libertad en la Casa de la Moneda, bajo la excusa de liquidarles los haberes atrasados. Una vez dentro, los cuatro mil militares se dieron cuenta de que aquello estaba tomado. Habían caído en una trampa. Fueron trasladados en camiones hasta la D.G.S. (Dirección General de Seguridad), en la calle Infantas, y desde allí, a las cárceles habilitadas. A los pocos días fueron llevados a Paracuellos donde se les asesinó en masa.  
 
“Esta es mi zanja, Dios mío”            
 
Julián tiene ahora 55 años. Vive en un pueblecito cercano a Madrid y quiere olvidarlo todo. Lo que vio teniendo 14, 15 y 16 años, lo ha revivido ahora para que los jóvenes comprendan la postura de sus abuelos cuando acuden, en estas fechas, al aniversario del Genocidio de Paracuellos. “El Estudiante” de hace 41 años, nos ha acompañado, una por una, a todas las “checas” –donde estaban las “checas”, claro-, recordando anécdotas que le ocurrían cuando llevaba, desde el despacho de Carrillo en la calle Pontejos, las listas de los que debían detener y asesinar. Hemos estado en la carretera de Fuencarral, buscando el lugar donde fue muerto el Duque de Veragua, siguiendo las indicaciones que la memoria de “El Estudiante” le recordaban. “Allí tiene que haber una granja, y más adelante un cauce de agua –decía Julián-, justo por aquí. Sí, sí, fue aquí donde nos bajamos con el Ford. Venían también los chequistas Santiago Escalona, Sagrario Ramírez y Ramiro Roig, “El Pancho”. Este último fue quien le cortó el dedo al Duque para sacarle el anillo. Y desde aquí les dispararon –se pone en posición de tiro-, y aquí cayó el Duque de Veragua, así –Julián cae al suelo imitando la posición en que quedó el cadáver del Duque antes de que Carrillo le disparara los “reglamentarios” tiros de gracia- de lado, sangrando por todas partes”. El recorrido hasta llegar al cementerio de Paracuellos del Jarama fue también relativamente fácil, recordando lugares y gentes. Al llegar al Cementerio, después de santiguarse, Julián empezó a caminar como hipnotizado recorriendo las diversas zanjas, cubiertas con algunas cruces y flores. “Esta es mi zanja, Dios mío; esta es la zanja que yo hice con mis manos -exclamaba “El Estudiante” llorando como un niño-. Aquí hay miles y miles de asesinados. ¡Dios mío, qué tragedia! ¿Por qué has vuelto, Carrillo? ¡Que no vuelvan esos tiempos, por favor!”, gimoteó, finalmente, aferrado a una de las cruces donde se leían algunos de los nombres de los que allí dormían desde el año 36.
 
 
 
 
Prescritos            
 
Todos los asesinatos antes relatados, y miles más, hace años prescribieron sin que haya lugar para perseguir de oficio a los presuntos culpables. Muchos de los responsables han muerto, al igual que los testigos. De los primeros, algunos aún se pasean desafiantes por los cenáculos de moda. De los segundos, como en el caso de Julián, también aún quedan quienes se manifiestan dispuestos a dar testimonio físico de aquellas atrocidades. ¡Dios libre a nuestro pueblo de nuevas vivencias como las que aquí se evocan en víspera a su aniversario!
 
 
 
Parte 1:
 /Un_documento_extraordinario_vuelve_a_ver_la_luz_Parte_1_523_c.htm 

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