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Una ley de inspiración totalitaria, de espíritu cainita y disgregador, de manifiesto carácter inconstitucional y de marcado acento frentista, ha sido aprobado por el, mal llamado gobierno de la nación, pues ningún gobierno debe legislar contra la historia y la mitad, al menos, de su población. Con independencia de su desarrollo y eficacia practica, viene a certificar el final de esta aparente democracia, concebida en la transición, articulada en la Constitución, e incumplida por los partidos políticos, únicos beneficiarios.
La Ley de Memoria Democrática ha llegado al tramite parlamentario por la conjunción de voluntades del viejo/nuevo Partido Socialista, de los comunistas de nuevo disfraz (Podemos), y de los separatistas; la misma conjunción que hizo fracasar la convivencia, el orden social y político, llevando al enfrentamiento civil a los españoles. Con idéntico propósito pretenden, saltándose todos los resortes legales, subvertir el orden histórico, la paz social y la libertad de opinión, manifestación y cátedra. La ignorancia inexcusable, la cobardía moral y la indefensión de los principios que configuraron la realidad del régimen de Franco, del centro derecha, hicieron, por acción u omisión, el resto.
Ya no caben lamentaciones o análisis exculpatorios. Un gobierno despótico y totalitario ha colocado en la diana de la persecución a los españoles que manifiesten su funesta manía de pensar. ¡Nos han declarado la guerra! Sí, no es una extravagante exageración. Hoy la guerra es más incruenta y se conforma con la “muerte civil”, con la “proscripción social” del adversario. La muerte civil traerá el silencio de los corderos, la mansedumbre del rebaño y a los perros obligando a permanecer en el redil. No debemos asustarnos. El compromiso con el futuro, en esta “nueva normalidad”, nos debe complacer en la afirmación de la enseñanza del pasado.
Nos afirmamos en el pasado y, por ello, seremos los primeros del futuro. Reafirmamos que, “ni el ayer ha muerto, ni está el mañana, en el pasado escrito”. Afirmamos que, las virtudes y logros de nuestra Nación y pueblo, no pueden verse arrojados por la ventana de la historia, reinventando un mundo sin raíces. Nuestras virtudes se acrisolaron cuando fuimos faro de fe, saeta de esperanza y adelantados del “ius gens”. Nuestra afirmación nunca se circunscribió a ser un referente de bibliotecas e historiadores. Somos conciencia recta, memoria veraz, voluntad forjada en la adversidad y proyecto sólido.
Todo, menos torcernos. Todo, menos decir lo que no pensamos. Ejerceremos la crítica con vigoroso rigor histórico. La garantía de nuestra posición viene de la certeza que determina lo verdadero de lo falso, una vez verificados y valorados los hechos. Aspiramos a la objetividad sin condiciones, negando el subjetivismo de la memoria. Nuestro combate será limpio, como la razón pura del alma. Pretendemos saber y enseñar, no imponer.
España nunca ha sido un inmenso campamento de locos. Todos los acontecimientos han tenido su sentido y su raíz. Impediremos el negativismo estéril; no caeremos en originalidades espurias. Nuestro patriotismo es sentido y sincero, en alma y cuerpo; en comunión histórica y desgarro presente.
En esta nueva etapa, cuantos formamos parte de la Fundación Nacional Francisco Franco, no consentiremos se cercene nuestra libertad civil, política y hasta de conciencia; seguiremos distinguiendo lo esencial de lo accesorio, el árbol de las ramas, el orden superior, de lo contingente. En la reciente Historia de España hemos vuelto a ver las claves exactas del futuro civilizador que fuimos, cuando luchamos por su ser; y la decadencia, pobreza y desolación cuando se entregó a su no ser. Nuestros ideales no han variado, se retroalimentan de tradición, providencia y sapiente esfuerzo generacional. Agua clara, en manantial sereno, donde poder beber. Nuestra andadura será siempre un eterno compromiso.
Seguiremos el camino con la virtud teologal de la esperanza, en estos momentos de tribulación, por mantener el estandarte del militar más glorioso de la historia de España; del estadista más preclaro y benefactor en nuestros cinco siglos de unitaria existencia; del conductor que mayor apoyo popular obtuvo, tanto en la guerra, como en la paz; del gobernante que supo alcanzar la unidad, la justicia y el progreso de su pueblo hasta cotas desconocidas hasta entonces; del hombre que se hizo querer y respetar por su entrega, cumplimiento del deber y espíritu de sacrificio en su misión histórica; del Jefe del Estado que dispuso su sucesión sin cautelas, cifrando todo en la lealtad del sucesor y el buen hacer de las élites, en su época formadas, en consuno y al servicio de su pueblo.
Ello nos impone, más que cualquier ley injusta, el deber de mantenernos; y la obligación de transmitir la fe del carbonero, la esperanza del naufrago, el valor del legionario. Por nuestras venas corre sangre de conquistadores y, en consonancia, en España y por nosotros, todo es posible. Poseemos el mástil dónde fijar las velas, y buscaremos el abrazo al futuro, dónde la verdad esclarecida garantice la convivencia. No es nostalgia el sentimiento del pasado, aunque sea licito añorar tiempos mejores. Es afirmación de que conociendo nuestras raíces; sabiendo que existen otras formas de ordenar la convivencia humana, otro modo de hacer política; un estado de derecho, un espacio para la libertad, la unidad y la grandeza de España; no podemos aceptar ninguna ley totalitaria, por muy democrática y desmemoriada que se presente.