Una felicitación de Navidad inigualable e inolvidable, por el Gral. Adolfo Coloma

Adolfo Coloma

General de Brigada de Infantería (R)

 

En estas fechas menudean las felicitaciones de Navidad. De los tradicionales Christmas de cartulina que circulaban por el servicio de correos, hemos pasado en apenas unos años a los clips que lo hacen por las redes sociales e internet. Todos tienen un propósito y una característica en común. El propósito no es otro que el acercarse a familiares y amigos y hacerlos presentes en fechas tan entrañables como las Navidades. La característica es la desearles toda clase de parabienes, a veces en forma de imposibles brindis al sol. Pero también tiene sus diferencias y no solo en el formato o en el procedimiento de transmisión. Antaño todos solíamos desearnos una Feliz Navidad, como expresión de júbilo por el nacimiento del Niño Dios, verdadero vértice de nuestra fe y origen irrenunciable de tan entrañables fechas. Hoy sin embargo son muchos los que se felicitan con un anodino “Felices fiestas” aludiendo de forma pretendida y políticamente correcta a los días de Navidad como mera expresión de un período de vacaciones. Algo así como el que organiza una “primera comunión civil”.

Lo cierto es que unos y otros coincidimos en la misma intención como decía al principio. Hacer un alto en el camino y expresar a familiares, amigos, vecinos o compañeros de trabajo, nuestros mejores deseos. Y hasta cierto punto, competimos en originalidad delicadeza y sensibilidad en la forma de hacerlo para huir del manido “feliz Navidad y próspero año nuevo”. Desde aquellos ya lejanos Christmas de Ferrandiz, hasta los modernos clips que todos recibimos por las redes sociales, la mayor parte de las veces rebotados de otros, hemos evolucionado no poco y no siempre bien. Pero si echamos la vista atrás todos recordamos alguna felicitación en particular. Bien por la persona que nos la dirigió, por  la forma en la que lo hizo o por las palabras que con las que la expresó.

A mi – y barrunto que a muchos de Vds. – no se me olvidará jamás la felicitación de Navidad que nos dirigió Francisco Franco, el Caudillo, en el tradicional mensaje de  Navidad de 1974. En una breve alocución transmitida por radio y televisión, tras felicitar la Navidad, finalizaba con las siguientes palabras: “Españoles todos, a los que vivís bajo nuestro cielo, a los que, impulsados por otros estímulos o vocaciones, estáis más allá de nuestras fronteras, yo os deseo un feliz año nuevo, y que Dios nos conceda en él a España y a todos nosotros todo lo que honestamente se pueda desear, unidad, convivencia y paz.”

Puede que él mismo lo intuyese pero no podía saber con certeza que sería la última vez que felicitaría a los Españoles. Pronunciadas entonces, sus palabras resultan entrañan un profundo significado y son de una rabiosa actualidad.

Nos deseaba a todos los españoles que Dios nos concediera lo que cada uno honestamente pudiera desear. No se trataba de un brindis al sol al calor de la Navidad, ni una promesa de corte electoral, ni un deseo puramente buenista; sino lo que honestamente pudiéramos desear y en ese “honestamente” reside la clave de su deseo y de su mensaje.

Con esa premisa, difícilmente le iba a pedir uno al año entrante aprobar los exámenes a los que se iba a presentar si honestamente no estaba haciendo los esfuerzos necesarios para ello, ni un ascenso profesional si no ponía de sí mismo el empeño en conseguirlo. En definitiva, nos invitaba a hacer méritos para alcanzar aquello que se desea. La escuela del esfuerzo y la honestidad que siempre predicó

Pero es que además nos ponía a todos en el mismo plano, a los grandes y a los chicos, a los pudientes y a los que no lo son tanto. Para todos pedía a Dios que nos concediera nuestros deseos, siempre que fueran honestos, es decir, decentes, decorosos, razonables, justos, rectos y honrados. En otras palabras, nos invitaba a poner nuestros sueños y deseos a una altura razonable de forma que no los pudiéramos alcanzar con facilidad ni tan lejos que estuvieran fuera de nuestras posibilidades. En cierta medida, en eso consiste la felicidad.

Se trataba pues de una llamada a la España que bajo su dirección y con el esfuerzo de los españoles estaba construyendo y que entregó honestamente a su sucesor: Unida, disfrutando de una gran convivencia entre todas sus tierras y en paz ¿Se puede pedir más?

Cuarenta y cuatro  años después, en estas Navidades que ya están encima, y con el 2019 en ciernes, el mensaje del Caudillo no ha perdido un ápice de vigencia. Yo lo hago mío y con respeto, nostalgia y emoción rememorando sus palabras pido a Dios para todos los españoles “lo que honestamente puedan desear: unidad, convivencia y paz”.

 


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