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Pío Moa
Ha muerto hace poco José Utrera Molina. En sus necrológicas se ha destacado su lealtad a sus ideas, a su causa, a lo largo de toda su vida. No creo que ello sea un gran elogio: tenemos el caso de otro personaje, Santiago Carrillo, fiel a sus ideas durante toda su vida. Importa, por tanto, distinguir entre una causa y otra, entre unas ideas y otras, y lo que se ha hecho en función de ellas.
Carrillo organizó el terrorismo del PSOE en los años 1933 y 1934, y, pese a su juventud participó en la dirección de la insurrección revolucionaria-separatista de octubre de 1934 contra la república. Tras las fraudulentas elecciones del Frente Popular participó en la “bolchevización” del PSOE, y durante la guerra civil su mayor hazaña fue la matanza de Paracuellos, el mayor asesinato masivo de presos en la guerra; muy al estilo bolchevique, por cierto. Se pasó del PSOE al PCE, lo que no fue ninguna traición, sino una evolución lógica en la misma línea, y se convirtió directamente en un agente político de Stalin. Perdida la guerra dirigió luego el maquis, que no fue otra cosa que un intento comunista de resucitar la guerra civil, el cual también fracasó. Posteriormente dedicó sus esfuerzos a infiltrar la universidad y los sindicatos franquistas, y diseñó la desvergonzada táctica de la “reconciliación nacional”, que como explico en Los mitos del franquismo, pretendía reconciliar a la sociedad con los comunistas para aplastar a quienes les habían vencido: los comunistas siempre han sido muy hábiles en pervertir el lenguaje. Fracasando una y otra vez, pero siempre fiel a su ideario, Carrillo y otros comunistas europeos inventaron el “eurocomunismo”, que se decía democrático como si fuera una novedad: los partidos comunistas, Stalin mismo, se habían proclamado siempre los demócratas más auténticos, más reales, ya que su misión principal consistía en librar al mundo, mediante tiros en la nuca, de los anticomunistas, por tanto antidemócratas. Su último fracaso fue la transición, cuando, por temor a quedar fuera de la ley y a que los señoritos del PSOE se llevaran el fruto de sus largos esfuerzos, sacrificios y luchas, aceptó –transitoriamente, claro—la bandera, la economía de mercado, la unidad nacional y la monarquía, es decir, casi todo lo que el franquismo había traído a España. Ello le convirtió en “demócrata” a los ojos de tantos otros políticos cantamañanas no comunistas, pero tan demócratas de ocasión como él.
La trayectoria de Utrera difiere por completo. Adherido al bando que venció a cuanto representaba Carrillo, fue gobernador civil de Ciudad Real, Burgos y Sevilla. En todos sus cargos se distinguió, entre otras cosas, por su atención a los trabajadores y a las familias con pocos medios. Baste como botón de muestra lo que escribía Antonio Burgos con motivo de las fechorías de los alumnos de Carrillo, es decir, de las chekas, contra su memoria, retirándole calles y títulos: Sevilla se caía. Se caía literalmente. Y el gobernador se dedicó a apuntalarla. Pero con nuevas viviendas, miles y miles de viviendas. No viviendas “dignas”, que ya sabemos lo que eso significa, sino hermosas viviendas, barrios enteros de espléndidas viviendas. Estaba convencido de que la mejor manera de dignificar a las personas era dándoles un hogar. Y convenció a sus mejores colaboradores con esta teoría: “La mejor universidad es una vivienda”. Se entregó a ello con tal entusiasmo que ahí está la Sevilla actual, que ya se ha olvidado de aquella Sevilla cochambrosa de los años 60. Por eso Sevilla le hizo hijo adoptivo y le entregó la medalla de oro. La poca memoria y la poca vergüenza que tiene Sevilla, que nadie, absolutamente nadie, de los miles de beneficiarios de los pisos que dio Utrera Molina ha tenido la gallardía de salir en su defensa. Y mal ha hecho Rafael González, recordando que es Hijo Adoptivo y Medalla de Oro de Sevilla. Anda que van a tardar mucho en quitarle esos títulos los mismos que tuvieron piso gracias a Utrera Molina».
Resulta que en España, hoy, las familias disponen de más patrimonio que en casi todo el resto de Europa, y eso es algo debido a la política de aquel régimen, que permitió a millones de proletarios convertirse en propietarios de sus casas. Hace poco he estado en Moscú: allí, paraíso del proletariado por el que luchó Carrillo, las viviendas solían ser colectivas, con varias familias en una sola, hasta que Jruschof decidió construir gran número de viviendas unifamiliares. Viviendas pequeñas y cutres, llamadas jruschovkas, pero que al menos permitían no tener que hacer cola ante el aseo. Hoy no saben qué hacer con esas viviendas desfasadas, que debían haber sido demolidas hace tiempo pero solo pueden serlo poco a poco, pues no se puede realojar de golpe a cientos de miles o millones de personas.
En otras palabras, al margen de las cualidades personales, debe tenerse en cuenta la calidad de la causa a la que han sido fieles unos y otros. Utrera Molina era falangista y Carrillo comunista. Los frutos de una y otra ideología no admiten parangón, aunque los de la Falange se limiten a España y los del comunismo tengan alcance mundial. La Falange, una de las familias del franquismo, tuvo gran incidencia en la reconstrucción del país después de la guerra, reconstrucción brillante dadas las dificilísimas condiciones: sin Plan Marshall y, por el contrario, con un criminal aislamiento exterior, decretado a medias por los países comunistas y los más o menos democráticos. Europa Occidental debe su democracia al ejército de Usa y su prosperidad inicial al Plan Marshall. España se las debe a sí misma, y este enorme mérito histórico, que nos libra de deudas morales y políticas aplastantes como las de otros países, recae sobre tantos personajes como Utrera Molina. Por contraste, los frutos más destacados del comunismo han sido las mayores hambrunas y matanzas del siglo XX, acompañadas de tiranías totalitarias sin precedentes.
Paradójicamente, nos desconcierta la comparación entre el poder intelectual del marxismo y el del falangismo, tan superior el primero. La ideología falangista es ecléctica, a menudo retórica y en cierto modo de circunstancias, una ideología de urgencia, de resistencia y lucha en unos tiempos de crisis de civilización, crisis causada precisamente por el avance del marxismo. Este, en cambio, retiene tal poder de seducción intelectual, aparentemente explicativo de la sociedad y de la historia, que pese a su derrumbe ejemplar en la URSS y Europa oriental, continúa pesando, con diversas variantes o disfraces, en las universidades y movimientos populares de medio mundo. Así, no pocos fueron los falangistas que, pese a los logros prácticos del régimen, se dejaron arrastrar por la aparente fuerza intelectual del marxismo. Y, personalmente, me costó años de reflexión e investigación dejar aquellas doctrinas.
Algo más, para terminar: al cumplir 90 años, Carrillo fue festejado por una cohorte de sinvergüenzas, que le obsequiaron con la retirada –con nocturnidad y alevosía, como es propia de esa chusma—de la estatua de Franco de Nuevos Ministerios. Aquellos demócratas de pandereta, todos los que participaron en la orgía de fango, honraban a Carrillo por su “contribución a la democracia” y a la “reconciliación”. Carrillo, menos mal, tuvo la decencia y la dignidad –pues lo fueron– de recordar a sus aduladores mierdecillas que sentía “un orgullo inmenso por su trayectoria de comunista”.
En cambio, Utrera Molina tuvo que ver cómo le han retirado placas y reconocimientos los mismos entusiastas de la democracia al estilo Carrillo. Irónicamente, con ello le han rendido honores hasta el final, pues qué mayor honor que ser denostado por la cohorte de corruptos y delincuentes que pueblan esta democracia tan evidentemente fallida.
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