Venite Adoremus Dominum, por Eduardo García Serrano

Eduardo García Serrano

 

Con cada paso que doy al compás de las agujas del reloj que se puso en marcha hace más de dos mil años me acerco a los recuerdos y a las ausencias, y algo quiere venir a mi memoria. Es una concepción , ingénita en la naturaleza humana, de una realidad inexplicable que no tiene principio ni fin y que a través de ésas, aletargadas pero no definitivamente olvidadas, devotas prácticas de infancia me proporcionan unos mendrugos de fuerza interior.

Él es el destinado a venir: El Cristo, El Mesías, Jesús, Hijo del Linaje de David y de Dios Padre.

Dios explica nuestro destino cuando la razón se agota. Él trazó la ruta del sol y de las estrellas, engendró los caballos del viento, construyó el palacio de la inteligencia, el corazón de la bondad y las manos de la piedad, y nos dio a Su Hijo… para que lo claváramos en una Cruz.

El hombre deshabitado que tirita en el fondo de cada uno de nosotros convierte en ceniza la Esperanza que hace más de dos mil años nació perseguida por la espadas de Herodes. Vino al mundo en los pedregales de Caín con el cuello puesto a precio por los fariseos del Poder. En la alta noche de Belén, negra como los pucheros del miedo, mientras los jinetes del Apocalipsis cortaban el viento galopando los caminos, La Luz, La Verdad y La Vida encarnaron en un Niño judío que traía en su llanto de recién nacido el Martirio de la Cruz del Gólgota y los estigmas del látigo de Pilatos.

Madre María, amor compasivo que lavas nuestras heridas con tus lágrimas perfumadas, en algún lugar de la bóveda celeste fueron pronunciadas hace más de dos mil años las Palabras Sagradas que te hicieron parir a ese Niño judío que besó las llagas de los leprosos.

Ha vuelto a nacer El Ecce Homo que, con la carne hecha jirones por el látigo de Roma y por la mano de Caifás, fue expuesto a la humillación pública y al plebiscito de los hombres a los que venía a salvar, a redimir y a perdonar porque no saben lo que hacen. Dos mil años después seguimos sin saber lo que hacemos, pero seguimos haciéndolo.

Venite Adoremus Dominun y Feliz Navidad, pero como dijo el Ángel Anunciador, solo a los hombres de buena voluntad.


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