Yalta, otra vez. Por Eduardo García Serrano.

Prácticamente sobre el mismo escenario, con los mismos actores y parecidas alianzas, el Eterno Retorno de Nietzsche nos trae de nuevo, ochenta años después, la Conferencia de Yalta, en la que los Estados Unidos y la URSS, Roosevelt y Stalin, se repartieron Europa y el mundo en febrero de 1945 cuando la derrota de Alemania y de Japón era cuestión de meses, de pocos meses. Se repartieron el mapamundi ante la sabia e impotente mirada de Churchill quien, mucho antes, ya había avizorado las consecuencias de la alianza con la URSS y con la emergente potencia estadounidense: la caída y desmantelamiento del Imperio Británico y el fin de Europa como potencia tutelar de Occidente. Así fue. Así es. Así sigue siendo.

Ochenta años después, la feraz Ucrania (cuna, antesala y recibidor de la gigantesca Rusia) se ve abocada a una paz humillante y mutilante tras tres años de una guerra que Putin inició cuando comprobó que su pequeño peón ucraniano, Volodimir Zelenski, se había dejado seducir por los cantos de sirena de la vieja y caduca Europa occidental: promesas de ingreso en la UE y en la OTAN. Promesas que jamás se cumplieron porque nunca era (eso le decían, y le siguen diciendo al pobre Zelenski) el momento. Tres años de guerra y, a las puertas de una paz humillante y mutilante, Ucrania sólo ha recibido chatarra militar, calderilla financiera y largas diplomáticas por parte de la anciana e impotente Europa occidental.

Tres años después, los herederos de Stalin y de Rooseverlt, Putin y Trump, se disponen a acabar con la guerra y a repartirse Ucrania alejándola sine die de la UE y de la OTAN, tal y como quería Rusia y tal y como le interesa a Estados Unidos. Nihil novum sub sole: Yalta, otra vez.   


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