Blas Piñar, tres generaciones, tres libros

Presentación en Málaga 


Pocas veces se da la circunstancia de que tres generaciones de una misma familia se den cita en el mismo día para dar a conocer su obra al público lector. Así ocurrió el pasado 11 de noviembre en Málaga, donde la Delegación Provincial de Fuerza Nueva, convocó el triple acto de presentación de tres títulos que tienen en común la homonimia de sus autores, pues los tres ostentan el nombre de Blas Piñar y pertenecientes a tres generaciones sucesivas: Blas Piñar, fundador y jefe nacional de Fuerza Nueva; el general Blas Piñar Gutiérrez, presidente de la Hermandad de Defensores del Alcázar de Toledo; y el joven escritor, Blas Piñar Pinedo.

En primer término, Juan León Cordón, presidente regional de Fuerza Nueva-Andalucía, que presentó el acto, dio lectura a unas palabras de Blas Piñar a propósito de su último libro La Iglesia y la guerra española de 1936 a 1939.

A continuación intervino Blas Piñar Pinedo para referirse a su libro La tesis prohibida, interesante relato de ficción, basado en hechos reales, que establece las claves necesarias para entender y explicar importantes acontecimientos de la vida política española de los últimos años.

Por último, el general Blas Piñar , autor del libro El Alcázar no se rinde, glosó algunos de las aspectos que recoge este extraordinario trabajo, que aporta un amplísimo material gráfico y documental sobre la que constituye, sin duda, una de las gestas más sobresalientes de la historia de España.

Luego de las intervenciones, se sucedió un animado coloquio y los autores firmaron ejemplares de sus respectivas obras.

 

 

 

PALABRAS DE BLAS PIÑAR:

“Si yo no tuviera el convencimiento de que la guerra civil, con la apariencia de serlo, fue un enfrentamiento ideológico internacional y una Cruzada; si yo no estuviera convencido de que esa Cruzada contó con millares de héroes en las trincheras y de mártires en la zona roja; si yo no hubiese vivido después de la victoria nacional en una España unida, grande y libre, con paz y trabajo; si yo pude comprobar que era posible un Estado auténtico de bienestar, al servicio de la Nación y del bien común, confesionalmente católico, con pleno empleo, prosperidad económica y justicia social; si yo no tuviese la evidencia de que Francisco Franco fue, no sólo la espada más limpia de Europa y el Centinela de occidente, sino un cristiano ejemplar que en su testamento dejó escrito: “No olvidéis que los enemigos de España y de la civilización cristiana están alerta. Velad también vosotros y, para ello, deponed, frente a los supremos intereses de la Patria y del pueblo español, toda mira personal”, yo no hubiera respondido con un ¡presente! enfrentándome – y no solo – a quienes , enemigos de Cristo y de España, se negaron y se niegan a la reconciliación, lograda con una victoria para todos, que simboliza – y por eso tratan de destruir- la Basílica del Valle de los Caídos, en la que reposan bajo una gran Cruz de granito, junto a los restos del Caudillo y de José Antonio, los de quienes combatieron en trincheras de signo antagónico.

¿Cómo hemos llegado a una situación como la presente, que no voy a exponer, porque la sufrimos y en la que está en juego la civilización cristiana y, con ella, la unidad católica, histórica y política de la Nación española?

¿Cuál ha sido la respuesta del pueblo al grito de alerta de Francisco Franco?.

Como respuesta creo que basta con observar los resultados. Me fijo solamente en las consecuencias nefastas de la Transición liquidadora del Estado Nacional, y en la defensa que algunos pudimos hacer, no de la ruptura disfrazada de reforma, sino de una reforma perfectiva basada en los Principios configurados por la Verdad Política y que coinciden con los valores innegociables de que habla Benedicto XVI.

La Transición tuvo tres vertientes: la política, a militar y la eclesiástica. De las tres, la última fue decisiva, aunque parezca increíble, y de ella me ocupo en el libro de reciente aparición y que titulo “La Iglesia y a Guerra Española de 1936 a 1939”. La contribución de hombres de Iglesia (de la docente y de discepte) y de instituciones y publicaciones religiosas fue imprescindible. El “aggiornamiento” conciliar hizo pareja con la Transición. Si el humo de Satanás entró en a Iglesia y dividió a los católicos, entró también en la España católica, hasta el punto de que muchos que se confesaban católicos públicamente y ocupaban puestos de la más alta responsabilidad, se unieron, para llevar a cabo la Transición, a quienes, como lo habían demostrado y hoy lo demuestran, eran y son enemigos de la civilización cristiana unos y, de la unidad de España, otros.

Si leéis este libro, que he procurado documentar para que sea fehaciente, podréis comprobarlo.”

 

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