El niño y su abuelo

El viejo limpió con rabia
las lágrimas traicioneras
que le corrían por los surcos
de setenta primaveras.
Todo el sol y todo el viento
de la baja Andalucía,
convirtieron en sarmientos
lo que fue adelfa bravía.
La mirada del anciano
se perdió en la lejanía,
tembló un clavel en su mano,
como le temblara un día,
la voz que cantaba un Himno
por tierras de morería:

“Soy el Novio de la Muerte…
mi más leal Compañera”.

Galoparon por su frente
un ondear de Banderas,
un grito de hombres valientes,
¡cañón, metralla, trinchera!
Todo el azul de la mar,
todo el azul de los cielos,
Tarifa, blanca de cal
Ceuta, se pierde a lo lejos
¡Guerrero de tierra firme
convertido en Marinero!,
porque la Patria lo pide
¡Yo, Legionario, el primero!
Sevilla, Teruel, Brunete.
Sangre en las aguas del Ebro
¿Qué se me importa la muerte?
¡Viva España, Compañero!
Le llegó la voz de un niño
que le sacó de su sueño.

¿Qué te pasa, porque tiemblas
porque estás llorando, abuelo?

Porque soy viejo, hijo mío
porque no tengo en el alma
más que un recuerdo dormido,
y en el corazón la rabia
de ser vencedor vencido.
Porque yo soy ya muy viejo
y tú demasiado niño.
Porque se me muere España
mientras que yo sigo vivo
porque murió el Capitán
que gobernaba el Navío.
Porque España, que fue un día
madre de Conquistadores,
ha parido una jauría
de cobardes y traidores.
Porque me tiemblan las manos
y me duele el corazón
de gritar sin voz: ¡Hermanos,
por España La Legión!

El niño miró al anciano
y, lloroso y balbuciente,
apretándole la mano
dejó escapar entre dientes.

¿Abuelo, porqué me engañas?
Yo sé que tú nunca mientes
y me has dicho que en España
lo que sobran son valientes…
¿Dónde están, dímelo, abuelo
dónde están?

¡Esperando a un Capitán
que se lo llevó la muerte!

Pero… si está muerto, abuelo
¿de qué sirve un Capitán?

¡De ejemplo, nieto, de ejemplo
para el que quiera luchar
por una España que llora
porque le roban la paz.

El niño, sobre la piedra,
depositó cinco rosas.
Una lagrimilla inquieta
nubló su mirada hermosa.
Y, cuadrándose imponente
pecho afuera y planta quieta,
llevó su mano a la frente
con disciplina perfecta.
Su voz, sollozo y pasión,
sonó como un clarinazo
despertando a una Nación:

¡Señor, ése que llora es mi abuelo!
Ésa es la España que muere
llorando su desconsuelo!
¡Yo soy la España que nace
con luto en el corazón!
¡Yo juro ante Tu Presencia,
con orgullo de español,
que hoy se me entrega la herencia
del Credo de La Legión!

Viejo y niño se perdieron
por la campiña del Valle.
Cinco rosas en la tumba,
silencio por el barranco.
En la piedra sólo un nombre,
un nombre mágico ¡Franco!


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