Fernández-Capalleja, un General para el Siglo XXI, por Honorio Feito

 

Honorio Feito

 

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El pasado 17 de octubre se cumplieron 85 años de la liberación de Oviedo. La palabra liberación no es un término bien aceptado por un sector de la izquierda, que un tanto atónita se pregunta ¿liberación de qué o de quien?… pero para los que soportaron tres meses de asedio, con bombardeos constantes por parte de la aviación y las baterías de la artillería republicana, el ver tremolar la bandera de España desde el monte Naranco fue, efectivamente, una liberación del peligro de las bombas, de los incendios y de las amenazas que lanzaban en forma de panfletos, advirtiendo lo que les pasaría a los hombres y lo que les esperaba a las mujeres, cuando los milicianos entraran en la capital de Asturias.

Tengo para mí que en los diferentes episodios de la guerra civil de 1936-1939 figuran tres acciones encomiables que destacan sobre otras muchas y se inscriben entre las grandes gestas cívico-militares por su tenacidad, por su entrega y por su sacrificio: la defensa de El Alcázar de Toledo, la defensa del santuario de Santa María de la Cabeza y la defensa de la ciudad de Oviedo. En todas ellas luchan los militares profesionales junto a los paisanos. No excluyo en esta cita otros enclaves ni pretendo restar importancia a otros episodios habidos durante la última guerra civil, pero los tres lugares citados fueron una inyección de moral para los nacionales y pusieron en evidencia el fracaso militar frentepopulista, si bien es cierto que el santuario jienense fue tomado, finalmente, por los asaltantes tras muchas jornadas de resistencia hasta el límite.

El general Juan Fernández-Capalleja y Fernández-Capalleja era capitán del IV tabor del Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas Alhucemas 5 cuando comenzó la guerra. Escribí una biografía sobre este general hace unos años y, corregida y aumentada, como se suele avisar al lector, acaba de salir al mercado, con el sello editorial de SND Editores y el patrocinio de la Hermandad de Defensores de Oviedo. La figura de Fernández-Capalleja, como la de tantos otros militares, creció en la guerra civil por sus gestas y su concurso fue importante en momentos determinados: la ruptura del cerco de Oviedo, la ruptura del cinturón de hierro de Bilbao, el cruce del río Ebro, por primera vez entre los dos bandos beligerantes, en la localidad de Quinto, además de su participación en otras operaciones. Ganó una medalla militar individual y otra colectiva, entre otros méritos y reconocimientos, y alcanzó el empleo de coronel en 1939, llegando a mandar la V División de Navarra.

El título de este pequeño artículo no puede confundir al lector. El general Fernández-Capalleja fue, efectivamente, un militar para el siglo XXI, pues su Hoja de Servicios cumple, punto por punto, los diez que el general José Faura, con la colaboración de algunos jefes, redactó allá por los años noventa del pasado siglo y que conforman el llamado decálogo del nuevo estilo de mando:

Respeto a la dignidad de la persona.

Liderazgo

Espíritu de equipo

Personalidad y delegación

Disciplina

Iniciativa y creatividad

Conciencia de comunicación

Competencia profesional

Capacidad de adaptación

Evolución permanente

En la biografía del general Fernández-Capalleja llama especialmente a atención el cambio de personalidad que tiene lugar al término de la guerra civil. Una vez retirado de las posiciones (se encontraba destinado en Le Perthus, cuando acabó la guerra), y después de trasladarse a Hellín (Albacete) y más tarde a Palencia, donde procedió a licenciar a parte de sus tropas, se trasladó a Santander donde el 19 de septiembre fue disuelta su División y quedó en espera de destino, hasta que le fue confirmado el mando del Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas Alhucemas 5, o sea, el suyo, el de siempre. Comenzó entonces una etapa en la que destaca por su capacidad para organizar y para innovar. Dotó al acuartelamiento de Segangan (antiguo Protectorado), de los más modernos elementos con los que podía contar un soldado de élite, pero también de aquellos otros que hacían la vida del soldado regular más amena (piscina, cine, una revista…). Cuando en 14 de abril de 1950, el recientemente ascendido a general de Brigada, Fernández-Capalleja, se hizo cargo de su nuevo destino, como director de la Academia General Militar, la vida de esta gloriosa institución, escuela y universidad de la oficialidad del Ejército de Tierra, no sería ajena a la colección de normas que el nuevo director llevaba en su maletín: mejora de los campos, de las instalaciones deportivas, de las dependencias de la propia Academia, el orgullo de ser español junto al de ser militar, una revista que aún se edita, trato directo con los cadetes… por primera vez en su historia, la promoción llevaría por título el ordinal correspondiente y, además, el nombre de su director. Aquella fue la novena promoción Fernández-Capalleja, cuyos integrantes definieron a su director como «el puño de hierro en guante de terciopelo», subrayando el carácter disciplinario pero cercano, de aquel director que solía presentarse sin protocolos en una clase o desafiar a un cadete a realizar un ejercicio físico.


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