Blas de Lezo, el héroe de moda
Carmelo López-Arias
¿Por qué un vasco tuerto, cojo y manco en combate, que derrotó con tres mil hombres a treinta mil y con seis barcos a doscientos y salvó América entera para España ha tenido que esperar al siglo XXI para sentir cierto reconocimiento?
Blas de Lezo defendió Cartagena de Indias en 1741 contra la mayor flota de desembarco de la Historia antes de Normandía. El puerto caribeño era llave de toda la América española, que pudo caer en manos de la Corona británica aquella primavera. El mando político correspondía al virrey Sebastián de Eslava, celoso de la valía de su subordinado. Veía en él a un buen marino, mas para la defensa en tierra se sentía él más capaz. Sin embargo, en varios momentos tomó decisiones equivocadas contra el consejo de Lezo, a quien tuvo luego que confiarle deshacer los entuertos que él creaba.
Tras un duro asedio entre marzo y mayo, los treinta mil ingleses y sus doscientos barcos se rindieron, diezmados por los tres mil españoles y sus seis buques. Les había vuelto a vencer su bestia negra, un vasco de Pasajes de metro y medio de estatura, y tuerto, cojo y manco por heridas recibidas en anteriores acciones de combate.
Eslava quiso para sí la gloria de un triunfo y temió que el diario de guerra que había ido componiendo Lezo desvelase sus errores. Escribió a Felipe V denunciando su “altanería y falta de acatamiento a las órdenes de sus superiores” y estar “muy por debajo de sus obligaciones y de cuanto de él podía y debía esperarse”.
Cuando las noticias de la victoria y la carta de Eslava llegaron a la Corte, el Rey ascendió al virrey a capitán general y con real orden de 21 de octubre destituyó a Blas de Lezo como comandante y le ordenó regresar a la Península para ser sometido a un consejo de guerra. Ignoraba que había muerto el 7 de septiembre, enfermo de dolor e impotencia. Ni siquiera se sabe dónde está enterrado.
Bajo pena de muerte
Carlos III le rehabilitó en 1760 y le concedió a título póstumo el marquesado de Ovieco, pero ¿a quién podía interesarle reivindicar su figura, que contrastaría con la incuria o la estulticia de la Corte al sentenciarle tan injustamente?
Durante dos siglos y medio la personalidad de Blas de Lezo fue cultivada sólo por los jefes e historiadores de la Marina. Para los libros de Historia era apenas un párrafo. Hasta que en 2005 el colombiano Pablo Victoria escribió
El día que España derrotó a Inglaterra y desveló a los españoles, por primera vez fuera del circuito especializado, la magnitud de lo acaecido. Otros han continuado esa senda revisionista en los años posteriores, y acaba de publicarse la que quedará como la gran novela histórica sobre la batalla de Cartagena de Indias:
El héroe del Caribe, de
J. Pérez-Foncea (
LibrosLibres), que incluye, transcrito en su integridad, su relación de los hechos, un auténtico documento sagrado de nuestra Historia.
Como sagradas habrían sido para los ingleses las monedas que acuñaron antes de el enfrentamiento para conmemorar su victoria. La hipótesis de una derrota era inconcebible, dada la desproporción de fuerzas. Pagaron cara la osadía de representar a Blas de Lezo hincando la rodilla ante su adversario, bajo la leyenda: “El orgullo de España humillado ante el almirante Vernon”. Jorge II prohibió, bajo pena de muerte, que los británicos mencionasen nuestra hazaña. Lo que no podía ni imaginar es que nosotros haríamos lo mismo, y sin amenaza alguna.