José María García de Tuñón Aza
María Dueñas es una profesora de la Universidad de Murcia que escribió un libro titulado “El tiempo entre costuras”, lleva varias ediciones, y que debido al éxito que ha tenido han llevado la novela a la pequeña pantalla, donde el pasado lunes, los que quisieron, pudieron ver el último capítulo. En su día, recomendado por mi mujer comencé a leer el libro y muy pronto me di cuenta que no seguía los consejos de Don Quijote cuando le dice a Sancho: «…las acciones que ni mudan ni alteran la verdad de la historia no hay para qué escribirlas, si han de redundar en menosprecio del señor de la historia». Y María Dueñas ha menospreciado en su novela a José Antonio Primo de Rivera y a Falange llamando al primero «
iluminado», pero poniendo esta palabra en boca de uno de los personajes de su obra, quien añade también «
que tiene el seso sorbido a todos los señoritos de Madrid con sus majaderías románticas de reafirmación del espíritu nacional. A la fundición me los llevaba yo a todos ellos, a trabajar doce horas diarias, a ver si el espíritu nacional se les recomponía a golpe de yunque y martillo».
Esta depravada novelista, que desconoce el verdadero significado de la palabra «iluminado» –que jamás la emplearon sus adversario políticos, más bien todo lo contrario, como Madariaga que dice «fue un poeta»–, tampoco ha seguido el consejo de Cela cuando dijo que en literatura no hay que decir verdad, pero se debe evitar decir mentira y María Dueñas ha mentido porque los seguidores de José Antonio no eran unos señoritos y sino que nos diga, por poner un ejemplo, la procedencia social, ella o su personaje, de los 52 falangistas de la Vega Baja del Segura asesinados por los rojos en septiembre de 1936 por solamente intentar querer salvar la vida de José Antonio Primo de Rivera. Eran, la casi totalidad, modestos obreros del campo acostumbrados a ganarse el pan «a golpe de yunque y martillo», como ella misma dice por boca de «Gonzalo Alvarado».
Más adelante, Sira, la hija de Gonzalo, a punto de trasladarse a Marruecos a vivir con su marido, recuerda las elecciones de febrero de 1936 que ganó el Frente Popular y la reacción de Falange, que, según ella, es decir, la protagonista de la novela, «se volvió más agresiva. Las pistolas y los puños reemplazaron a las palabras en los debates políticos, la tensión llegó a hacerse extrema». O sea, la culpa era de Falange; pero lo que no cuenta esta pésima «profesora de Historia» son el número de iglesias que quemó la izquierda, ni los crímenes que cometió, como ya me he referido en mi artículo anterior, ni cita el nombre de uno solo de los cerca del centenar de asesinados que tuvo Falange en esos meses previos a la guerra civil y que yo podría refrescarle la memoria a esta desmemoriada mujer y citárselos con nombres y apellidos y lugar donde fueron, pues eso, asesinados.
Ahora está de moda la recuperación de la memoria histórica, la parte que conviene a algunos, claro, y esta horrenda «profesora de Historia» ha aprovechado su novela, que, por otro lado, como ya he repetido, ha tenido mucho éxito, la verdad ante todo, para poner en boca de sus personajes lo que ella misma piensa de una época que no ha estudiado lo suficiente y, por eso, ha escrito esas mentiras, o verdades a medias que son mucho peor que las mentiras.