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Parece lógico que por estar su mandato sometido al juicio de sus conciudadanos exista entre ellos diversidad de opiniones sobre si su gobierno fue en conjunto bueno o malo, sobre si tal o cual decisión estuvo o no estuvo justificada, o sobre si fue benéfica o perjudicial -en definitiva- para los españoles. A ese debate están sometidas cuantas personas han sido «alguien» o «algo» en la historia de su comunidad. En lo que se refiere al general Franco, sucede que los descendientes, los seguidores y los partidarios del bando que intentó por todos los medios a su alcance impedir su victoria y su gobierno, han conseguido tras su muerte el difundir entre los españoles una imagen distorsionada de quien fue su Jefe de Estado, achacándole toda clase de defectos y negándole cualquier tipo de virtudes, cualidades o aciertos.
Gozan para ello de la protección y el favor de cuantos han gobernado España desde 1978 en adelante, pues unos por cobardía y otros por simple revanchismo y odio permiten -cuando no alientan- que los españoles tengan de Franco y del franquismo una idea equivocada o falsa. Baste un ejemplo: en un periódico que se autodefine como «diario independiente» y presume de ser objetivo y veraz me refiero, claro está, a «El País» es habitual e incluso sistemático publicar cuanto pueda denigrar o rebatir a Franco y los franquistas, pese a que tanto su propietario como bastantes de sus dirigentes consiguieron sentar las bases de su actual próspera situación merced a la actitud que entonces demostraban tener respecto al hombre y el régimen que ahora insultan y desprecian (o quizá precisamente por ello). En ese periódico se ha llegado a calificar a Franco como «ese general analfabeto»…
Julio Merino, buen escritor y periodista, acaba de publicar un libro ( «El otro Franco» ) en la Editorial Espejo de Tinta, que demuestra claramente dos cosas: una de ellas (en la parte titulada El Franco intelectual), que -tanto en su etapa de formación como en sus diferentes situaciones militares- Francisco Franco mantuvo siempre una actitud amistosa, atenta y admirativa o crítica, respecto de los escritores y pensadores españoles de su tiempo, que sin necesidad de alardes mostraba conocimiento y valoración de sus respectivas obras. Nunca fue un «hombre de letras», pero sí un lector asiduo y constante, y hasta un escritor digno de aprecio en su ámbito. A mi juicio, Franco fue mucho más intelectual que otros gobernantes de su tiempo (los generales Primo de Rivera y Berenguer y los jefes de gobierno Lerroux y Largo Caballero) o posteriores al mismo (el rey Juan Carlos y los presidentes Suárez, González o Rodríguez), por ejemplo. La otra cosa demostrada con toda claridad por Julio Merino en su libro, dentro de la parte titulada El Franco de la República, es que el general Franco mantuvo siempre respecto del régimen político implantado el 14 de abril de 1931 una actitud tan crítica y valorativa como respetuosa y disciplinada, pese a los avatares personales y políticos que ello le ocasionaba. Franco no participó en la intentona monárquica que Sanjurjo dirigió en 1932. Sí lo hizo en 1934, desde un puesto de primerísimo rango, en la defensa y consolidación de la República constitucional y democrática atacada por separatistas y marxistas (los antecesores de Carod-Rovira y Zapatero) en octubre de 1934. Franco intentó en 1936 que esa misma República no degenerara poco a poco en la anárquica y sovietizada que desde julio de 1936 a marzo de 1939 se instauró en la parte de España que él no dirigía ni gobernaba…
Todo eso lo demuestra con sencillez y suficiencia Julio Merino en su libro, que se lee con sumo agrado. Por eso mismo estoy seguro de que no merecerá de los «intelectuales progres» o de los «progres» en general la atención debida. Otra cosa sería si el autor y su obra se hubieran dedicado a tergiversar los hechos del hombre y la época que retratan.