Los asedios, de José Manuel Martínez Bande

A. Landa

Razón Española nº 7

Octubre de 1984

 

Los asedios,

de José Manuel Martínez Bande

Ed. Servicio Histórico Militar

Madrid, 1983, 360 págs.

 

Dentro de la serie de monografías de la guerra de España, que ahora alcanza el número dieciséis, aparece el volumen sobre los grandes asedios. Se trata de estudios de historia estrictamente militar apoyados en la documentación de los Estados Mayores de los dos ejércitos contendientes y en los relatos de testigos y cronistas. Croquis y fotografías complementan la escueta exposición. Pero a diferencia de lo que acontece con otros volúmenes de esta serie, los asedios tienen por naturaleza una dimensión épica y una encarnación personal que necesariamente dramatizan la narración.

1º. El Alcázar de Toledo. El análisis comienza con una descripción del teatro de operaciones y de las fuerzas en presencia. Los asediados totalizaban 1.200 combatientes y contaban con dos pequeños cañones de 70 mm. con cincuenta disparos, un mortero ligero con otras cincuenta cargas y víveres para menos de una semana. Las fuerzas, que al mando del general Riquelme, iniciaron el sitio sumaban 1.500 hombres con una batería de montaña y una columna de vehículos blindados. A esto se unía el apoyo aéreo que se inició con un bombardeo el 21 de tulio. A partir del 1 de agosto se añade una batería de campaña de 10,5 que en tres días efectúa medio millar de disparos. El 4 de septiembre las fuerzas atacan-tes suman 2.305 hombres y cuentan con veinte piezas de artillería, nueve de gran calibre. La prensa de Madrid anunció cuatro veces “la rendición” de los asediados, el 21, 23 y 28 de julio y el 6 de septiembre. Las presiones psicológicas se iniciaron con la amenaza de ejecución del hijo del general Moscardó y continuaron con las visitas y promesas del comandante Rojo, del padre Camarasa, del embajador de Chile y de representantes de la Cruz Roja.

El asalto final se fijó para el 18 de septiembre con cuatro mil hombres apoyados por blindados, un tanque, artillería, morteros y aviación. Los asediados se habían reducido a 627 combatientes con sólo armamento ligero. Poco después de las seis de la mañana las piezas de 15,5 dispararon 86 proyectiles y fueron explosionadas las dos minas que derribaron el torreón sudoeste y casi toda la fachada oeste. Pero, tras durísimo combate, el asalto fue rechazado. El día 23, los sitiadores elevan sus efectivos a 5.610 hombres e incorporan doce piezas más a la artillería que así rebasa las treinta bocas de fuego. Como consecuencia del constante ataque, el 20 de septiembre quedan unos 350 hombres aptos para la defensa. El 27, los sitiadores hacen explosionar una última mina y tras fuerte bombardeo intentan el definitivo asalto; pero vuelven a ser rechazados. Horas después lanzan siete mil litros de gasolina sobre las ruinas. Las tropas del general Varela ocupan Toledo al anochecer del día 27, y el primero en establecer contacto directo con los sitiados es el teniente Luis Lahuerta. A las diez de la mañana del 28 de septiembre entran en el recinto el general Varela, y el coronel Moscardó sale a su encuentro con unas palabras rituales que la ocasión convierte en épicas: “Sin novedad en el Alcázar”. Ha habido noventa muertos y 555 heridos y quedan 537 combatientes prácticamente agotados. Cuando poco después, Moscardó abandona las minas para instalarse en un hotel toledano un desconocido se acerca para darle el pésame y, al mismo tiempo, la noticia de los fusilamientos de sus hijos Luis y José. “Sentí mis piernas aflojarse como si no me pudieran sostener. Nunca podría sentir vanidad por algo que, siendo mío, habían pagado tan caro mis hijos“, escribió Moscardó.

2.° El santuario de la Virgen de la Cabeza. ¿Por qué se concentraron los guardias civiles y sus familias en un lugar tan alejado? Las autoridades frentepopulistas, fundadamente dudaban de la adhesión de la guardia civil, y trataron de alejarla de los núcleos urbanos y aislarla. Así es como el ministro republicano de la guerra aprobó el traslado el 10 de agosto, por tren y carretera, de unas 1.200 personas de las que sólo unas trescientas eran guardias. Contaban con una ametralladora y armamento ligero. La ambigua situación se rompió cuando el 24 de agosto dos centenares de guardias civiles con sus oficiales, se pasaron a las filas nacionales en el frente de Córdoba. Una semana después, un delegado del Comité del Frente Popular jienense exigió la entrega de las armas a los refugiados en el santuario. El oficial más antiguo, comandante Nofuentes, se mostró partidario de aceptar; pero se opuso el capitán Cortés quien contó con el apoyo de la inmensa mayoría y se hizo cargo del mando. La rebelión formal se inició en la tarde del 14 de septiembre. La primera decisión de Cortés fue distribuir a sus hombres en cinco núcleos defensivos en los alrededores del santuario. El sitio se inició por una fuerza superior a 1.500 hombres que no cesó de incrementarse. El único apoyo exterior de los asediados es aéreo, especialmente los vuelos de suministros del capitán Haya, poco efectivos por las condiciones metereológicas y la exiguidad del objetivo. El primer ataque tiene lugar el 1 de noviembre con fuerte apoyo artillero y aéreo. Sólo el día 19, los defensores reciben 273 impactos de artillería. Al bombardeo se suma el frío para el que no están preparados los asediados. Audaces salidas nocturnas permiten avituallarse de ganado y grano. En octubre y noviembre algunos guardias se pasan a los sitiados; el 2 de diciembre, el capitán Cortés tiene que declinar el ofrecimiento de 50 guardias y más de 300 civiles por falta de víveres y armas. El 13 de enero se le pasan ocho guardias más. El 27 de enero se efectúa el primer asalto con apoyo de tanques, morteros pesados y aviación. Tres días después los sitiados abandonan el bastión de Lugar Nuevo y se repliegan al santuario. Las fuerzas atacantes se amplían con tres batallones, tres baterías, treinta morteros y diez tanques. El asalto del día 17 es rechazado, también el del día 19 en el que los atacantes pierden dos carros. El 20, Franco pide a la Cruz Roja Internacional que gestione la evacuación de los civiles. El capitán Cortés se opone a cualquier clase de negociación con los sitiadores; pero, finalmente, se inician los contactos. Es el ministro Largo Caballero quien hace imposible un acuerdo al exigir que para la evacuación de civiles debe efectuarse previamente la rendición incondicional. Mujeres y niños unieron su destino al de los combatientes. Los asaltos de los 26, 27 y 28 fueron rechazados. El último asalto se llevó a cabo el 1 de mayo. El capitán Cortés cayó gravemente herido por granada de artillería. Horas después moría pese a los esfuerzos de los cirujanos. Era el final de la resistencia. Este fue el balance final: 85 muertos, 133 heridos, 52 ilesos. Fallecieron, además, por distintas causas 65 sitiados no combatientes.

3.° Oviedo. A diferencia de las anteriores defensas, la de la capital asturiana fue cuidadosamente preparada. El coronel Aranda, que mandaba la guarnición, era un jefe de gran capacidad técnica que había tenido tiempo de estudiar las di-versas alternativas estratégicas. Ello le permitió establecer sucesivas líneas defensivas y ocasionalmente contraatacar, pese a la inferioridad abrumadora. Contaba Aranda con 2.500 hombres y seis cañones. A este contingente se sumaron 856 voluntarios, en su mayoría de Falange. Tras los primeros enfrentamientos, que resultaron favorables al maniobrero Aranda, el ejército republicano regularizó el cerco. En septiembre se iniciaron los duros bombardeos con unos cuarenta cañones y una docena de aviones que se relevaban. Los efectivos movilizados para el asalto eran unos 30.000 hombres. La gran ofensiva contra Oviedo se desencadena el 4 de octubre. El 15, grandes masas con carros blindados, artillería pesada y aviación logran llegar hasta el centro de la plaza. Los atacantes declaran: “Queda poco para la toma completa de Oviedo”. Si la resistencia es encarnizada, temerario es el avance de las columnas gallegas, que el día 7 establecen contacto con los sitiados en la Plaza de América. Se ha roto el cerco. Las bajas de los defensores fueron 2.300. Sobre la ciudad cayeron 120.000 impactos de artillería y 10.000 bombas de aviación. Como escriben los autores de esta monografía: “la defensa de Oviedo fue obra en parte principalísima, de la inteligencia, serenidad, valor y dotes personales de su mando supremo”. Si el protagonista de el Alcázar y de la Virgen de la Cabeza fue el heroísmo puro, el de la defensa de Oviedo fue el genio táctico.

4.° Simancas. Desde el punto de vista militar la defensa del cuartel de Simancas en Gijón es análoga a la de la Virgen de la Cabeza con la variante del apoyo naval. El coronel Pinilla, al frente de una hueste exigua y valerosa, se hizo fuerte en los diferentes cuarteles y, finalmente, en el de Simancas. La defensa concluyó con este mensaje al crucero: “Cervera”. “El enemigo está dentro. Disparad sobre nosotros”. Un texto para el bronce y el mármol.

El coronel Martínez Bande, con la colaboración del capitán Campanario, ha elaborado con toda la documentación disponible, en gran parte inédita, uno de los más patéticos capítulos de la historia de la guerra de España. Y lo ha hecho con impresionante frialdad, con una distancia que parece de siglos. Pero los hechos son por sí mismos de una elocuencia estentórea: lo que en términos tácticos no parecía razonablemente posible se hizo gracias a la superioridad técnica y moral. Como siempre acontece en la Historia, decidió el espíritu.


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