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Vicente Talón
Boletín Informativo FNFF Nº 101-102
Pág. 29
Los moros de la guerra civil española
de José Luis de Mesa
Actas Editorial, Madrid, 2004, 287 págs.
Tras un breve paréntesis de inflexión situado en los años 90 del pasado siglo, con el arranque de esta nueva centuria asistimos a un verdadero bombardeo de títulos sobre la Guerra Civil de 1936-39. Como es lógico, la mayor parte de ellos son españoles pero otros muchos están impresos en las lenguas más extrañas como, por ejemplo, el finés. La pregunta parece obligada: ¿pero es posible que aún queden cosas por contar? Y la respuesta, al menos para quienes con seriedad seguimos estos asuntos, es clara: en parte, si.
En parte porque, como ya sucediera antes, muchos de estos libros son del todo prescindibles. No aña-den nada nuevo a lo ya sabido. Además, algunos de ellos pretenden ser una rencorosa liquidación de cuentas. Pero, afortunadamente, otros si completan, con materiales valiosos, el gran cuadro de aquella conflagración.
Tal es el caso de “Los moros de la Guerra Civil española”, escrito por José Luis de Mesa. Un autor que, por lo que hace a los moros (término en absoluto peyorativo), cuenta con una larga trayectoria pues a él se debe: “Oficiales marroquíes en el Ejército español (1909-1939)” y, en colaboración, “Las tropas de África en las campañas de Marruecos”, “Las imágenes del desembarco, Alhucemas 1925” y “Las campañas de Marruecos, 1909-1927”.
Ahora acaba de dar a la imprenta, como se decía antiguamente, un libro muy trabajado lo que no escapa a quienes hemos consumido mucho de nuestro tiempo en los archivos, en las hemerotecas y en las bibliotecas. Y es que resulta tarea ardua reunir tanta y tan rigurosa información, por ejemplo por lo que hace a las unidades —Regulares, Tiradores de Ifni, Mehalla e incluso Bandera de Falange de Marruecos—, contenidos orgánicos de las mismas, su despliegue en distintos momentos, las peripecias bélicas de quienes formaron parte de ellas, etc. También —y a mi estas páginas me han impresionado—, las bajas sufridas que demuestran, en su enormidad, el absoluto entusiasmo con el que estos hombres de otro país, de otra lengua, de otra religión y de otra cultura asumieron-como propias las banderas bajo las que combatían:
Así, en un sólo choque, el I y VI tabor de Tiradores de Ifni perdieron la mitad de sus efectivos. Este último sufrió la baja por fallecimiento de 3 oficiales, 14 suboficiales y 252 soldados lo que, junto con sus 115 heridos significó, como señala José Luis de Mesa, la práctica destrucción de la unidad. Y no fue un caso excepcional, ni mucho menos.
Una entrega tan generosa, junto con el número de efectivos moros que procedentes de Ceuta, de Melilla, de Marruecos, de Ifni y hasta de la parte francesa del Protectorado formaron en las filas del Ejército de Franco, revela la importancia que para la victoria de las armas nacionales representó este segmento tan a menudo descuidado e incluso olvidado por quienes se han venido ocupando, durante los últimos decenios, de la Guerra Civil.
Y más aún. El Alzamiento Nacional pudo recibir una puñalada tal vez mortal en su mismo arranque si cuando tras unos bombardeos republicanos que soliviantaron y lanzaron a las calles, enfurecidas, a las masas indígenas, sobre todo en Tetuán, el 18 de julio de 1936, el Gran Visir no logra, haciendo acto de presencia en el mismísimo ojo del huracán, calmarlas. Por ese gesto, pese a la trascendencia capital que tuvo y tal como se dice en el lenguaje coloquial moderno, Franco se pasó varios pueblos imponiéndole al mencionado personaje, al día siguiente, nada menos que la Gran Cruz Laureada de San Fernando. Claro que si aquella combinación explosiva compuesta por gritos antiespañoles, cánticos invocando la guerra santa y banderas verdes ondeando sobre las mezquitas deflagra, el Ejército de África podría haberse convertido, por lo que hace a su segmento musulmán, en algo muy distinto de lo que, como revela el libro de José Luis de Mesa, fue a lo largo de los casi tres años bélicos.
Hay otros muchos factores que inclinan a leer “Los moros de la Guerra Civil española”. Por ejemplo, el capítulo que explica el porqué unos individuos parte de la cuales —o sus padres u otros familiares—, no hacía tanto que luchaban contra los españoles, abrazaron con tal entusiasmo la causa de los alzados justo en el momento en el que la República les endulzaba el oído con promesas de independencia. Escribe el autor: Y es digno de destacarse un hecho extraordinario: las tribus más hostiles al Protectorado español, como los Beni-Urriaguel, los vencedores de Annual, los mejores soldados de Abd el Krim, eran los primeros en ofrecer a Franco sus guerreros.
Todo hay que decirlo, los nacionales fueron muy sensibles a la idiosincrasia e intereses de los marroquíes respetando escrupulosamente sus costumbres, reservando el 75 por cien de las plazas de la Administración del Protectorado para los natura-les del país o llevando a cabo gestos tan espectaculares como el de fletar un buque para, ondeando bandera cherifiana, llevar peregrinos al sancta sanctorum del Islam, La Meca.
Naturalmente, donde hay moros hay —o mejor dicho, había en la época— judíos. Y, por supuesto, cristianos que como sucediera desde los tiempos más pretéritos, daban por descontado que los hebreos, como se les llama en Marruecos, tienen dinero y una guerra siempre es buena ocasión para que aflojen la bolsa. José Luis de Mesa lo cuenta junto con otras muchas cosas —los hospitales, las condecoraciones, algún que otro fusilamiento, también el peligroso amago de motín de un tabor, los combatientes marroquíes por la República, etc.