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Alfonso Ussía
He leído un comentario en las redes sociales, muy «reposteado» como ahora se dice, que demuestra lo tontos e inútiles que eran los defensores y vigilantes de la heterodoxia franquista. «Franco prohibió hablar en vasco, la música y las danzas vascas». No le hicieron ni caso. Se la dieron por queso.
Tengo, más o menos, doscientos vinilos, de 33 y 45 revoluciones por minuto, de canciones y música popular y coral vasca. Una buena parte de ellos con el sello discográfico editor, el de Columbia. Del Orfeón Donostiarra, formidables grabaciones de ‘Guernikako Arbola’, ‘Agur Jaunak’ ‘Festara’, ‘Sagarraren Punta’, ‘Ator, ator, mutil’ y de la maravillosa canción de cuna ‘Aurtxoa Seaskan’. De Carlos Fagoaga, estupendo tenor, su ‘Guitarra zartzo batza’, y las canciones del extraordinario ‘bajo’ José María Maiza, que cantaba como un ruso su canción favorita ‘Ume Eder bat’.
Discos grabados y editados por Columbia en sus estudios de San Sebastián, que no eran clandestinos, y disponibles para los amantes de la música vasca en las tiendas de discos y objetos musicales de toda España. En Madrid, en la calle de Serrano semi esquina con Juan Bravo, ‘Feryn’. Me refiero a los años cincuenta, sesenta y setenta del pasado siglo. Discos de ochotes y coros, que interpretan la honda y profunda música religiosa de las Vascongadas, desde su Padrenuestro ‘Guré Aitá’, al ‘Agur Jesusen Ama’, canción de saludo y despedida –la voz «agur» significaba las dos acepciones–, a la Virgen María. ‘Agur, Ama Nerea/ agur, agur, agur’.
En la Vasconia interior, los pastores hablaban casi exclusivamente el vascuence, con sus diferentes modismos sometidos a los accidentes orográficos. Un casero vascoparlante de Igueldo no usaba la misma terminología que un pastor de Hernani, apenas separados por cinco kilómetros. La montaña rompía la coincidencia fluida lingüística. Al contrario, un pescador de la vizcaína Bermeo, y un marinero de Fuenterrabía y de San Juan de Luz , en Francia, se entendían a la perfección por el libre camino de la mar. Y en San Sebastián, en el muelle de pescadores, se hablaba con naturalidad el español y el vascuence, sin ningún tipo de problemas. Jesús Santovenia, fundador del gran restaurante de San Vicente de la Barquera «Boga, Boga», cocinero del «Azor» durante cinco años, me informó que más de la mitad de la marinería del barco de Franco eran vascos, y que muchos de ellos se entendían en vascuence al alcance del oído del Generalísimo. El resto de la dotación lo conformaban gallegos, asturianos y montañeses y algún andaluz, pero la mayoría abrumadora era de marineros del Cantábrico. Y por supuesto, se cantaban y bailaban con plena libertad, en las fiestas, bodas y homenajes zorcicos, el ‘aurresku’, la ‘guerriko dantza’ , la ‘Ezpatadantza’ y demás danzas y bailes populares de aquellas maravillosas tierras tan mal habitadas últimamente.
Franco jamás prohibió el vascuence, en sus cinco dialectos españoles –a los que hay que sumar el suletino y el laburtano que se hablan en Francia–, porque de haberlo hecho, fracasó con estrépito. En la España de Franco nadie molestó a la discográfica Columbia, gran propagadora de la riqueza musical de Guipúzcoa, Vizcaya y Álava.
Sucede que hay millones de idiotas que se lo creen.
Y millones de idiotas son una barbaridad de idiotas.