Franco y la Hispanidad, por Blas Piñar Gutiérrez

 

     Blas Piñar Gutiérrez

 

La Hispanidad tiene sus raíces más profundas en el cristianismo y la España romano-visigótica. Se va configurando a lo largo de los ocho siglos de la Reconquista y germina con el Descubrimiento, Conquista y Evangelización de América. La fundan, por tanto, los Reyes Católicos y los primeros Austrias, con el protagonismo de descubridores, marineros, soldados, misioneros, colonizadores, teólogos, juristas, cartógrafos, arquitectos, ingenieros, científicos, magistrados, literatos, maestros, artistas…, de una España que se americaniza en su conjunto, y no sólo en quienes se trasladan al otro lado del Atlántico. Pero el hecho, sin duda más significativo, es la incorporación masiva a la civilización hispánica -como cooperantes necesarios-, de los indios aborígenes, equiparados legalmente a los súbditos de la Corona. De este modo, durante 300 años se consolida la Hispanidad, mediante el andamiaje político-jurídico-administrativo de los Virreinatos, que se traduce en un impresionante y ejemplar fenómeno de mestizaje racial y cultural.

Lo español, de esta forma, trasciende en el nuevo mundo, no sólo en América sino también en Filipinas, estableciendo una hermandad entre pueblos de origen muy diverso, pero unidos entrañablemente por un modo de ser y de pensar, conscientes de una tarea común y clara proyección de futuro con destino ecuménico, fundamentado en una serie de principios y valores vitales.

Una vez que la España fundadora, madre común de los pueblos hispanos, transfundió su espíritu, el alma colectiva que nos transmitió y nos alienta es común y nos pertenece a todos por igual. Lo hispánico es un sentido pleno de nuestra historia, lo que tipifica nuestro papel en el mundo, algo -en consecuencia- permanente e irrenunciable.

Si los fundadores labraron la unidad y los emancipadores consagraron la independencia, a los hispanos de ahora nos corresponde la forja de la Comunidad Política, pues la comunidad de hecho ya existe -lengua, cultura, tradiciones, futuro, etc.- Esta Comunidad Política supone la existencia de miembros libres e independientes, del mismo modo que la independencia es el resultado de una época de unión política y administrativa.

La unidad perdida se convirtió inmediatamente en un anhelo -siempre reiterado- de recuperarla. No es de extrañar que el presidente argentino Irigoyen instituyera la Fiesta de la Raza, que se diseñara una bandera de la Comunidad Hispanoamericana, o que se escribiera en Ecuador un himno a la Hispanidad. Los repetidos testimonios de hispanismo de políticos, escritores, pensadores y poetas de todos los países hispanos son incalculables a lo largo del siglo XIX y primera parte del XX.

Y la Hispanidad va tomando forma con Miguel de Unamuno (1909), monseñor Zacarías de Vizcarra (1926), Ramiro Ledesma Ramos (1931), Ernesto Giménez Caballero (“Genio de España”, 1932), José Antonio Primo de Rivera (1933), el cardenal Gomá (“Apología de la Hispanidad”, Congreso Internacional Eucarístico de Buenos Aires, 1934) y, sobre todo, con Ramiro de Maeztu que define su contenido en la más conocida y difundida de sus obras “Defensa de la Hispanidad” (1934), sin olvidar a Manuel García Morente y su ensayo “Idea de la Hispanidad” (1937).

Pero había que pasar de la lírica y la teoría a los hechos. El directorio del general Primo de Rivera potenció la corriente americanista integrándola de lleno en su política gubernamental para la constitución, en el escenario internacional, de un bloque de naciones hispánicas, como quedó -de alguna forma- reflejado en la Exposición Iberoamericana de Sevilla (1929). En línea similar, con un marcado signo económico y desarrollista, años más tarde ya con Franco, se traduciría en la repetida presencia de un pabellón hispanoamericano, como referente de unión, en las Feria de Muestras de Barcelona.

No cabe duda que la Cruzada española fue un gran revulsivo para los países hispánicos, cuyas nuevas generaciones se alinearon apasionadamente en un bando o en otro. Pudieron percibir, entonces, que España no era una nación envejecida y agotada, sino con juventud, agallas y coraje para hacer su propia Revolución Nacional enraizada en los valores hispánicos, por la Patria, el Pan y la Justicia, frente al capitalismo y el comunismo. Las ideas matrices de dicha revolución eran el sentimiento nacionalista frente a imperialismos extraños, justicia social frente a las oligarquías financieras e ímpetu religioso frente a agnosticismos blandengues.

Impresionante y multitudinaria fue la celebración del 12 de octubre de 1939, recién terminada la Guerra de Liberación, en la Basílica de la Virgen del Pilar en Zaragoza, presidida por el Caudillo Francisco Franco, que simbolizó solemnemente la unión entre España y América. Años después (29 de noviembre de 1958), en un acto colectivo, los embajadores de los países hispánicos renovarían -con inmensa devoción- las banderas de sus respectivas naciones que custodian la imagen de Nuestra Señora. Un acto similar de ofrenda de banderas se celebró, el 12 de octubre de 1960, en el monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe en Extremadura, ante la imagen de María, proclamada por Pío XII en 1945 como Emperatriz de América.

La Ley de Principios del Movimiento Nacional (17 de mayo de 1958), en su Principio III decía: “España, raíz de una gran familia de Pueblos, con los que se siente profundamente hermanada, aspira a la instauración de la justicia y la paz entre las naciones”.

Bajo la dirección del Caudillo la política exterior de España estableció como prioridad el estrechamiento de relaciones con los países hispanoamericanos y con Filipinas, además de Portugal y Brasil. Se intensificaron: las visitas de Presidentes, Ministros y dignatarios; los acuerdos y convenios tanto bilaterales como multilaterales; los intercambios de profesores, estudiantes, periodistas, técnicos; los tratados económicos y comerciales; la coordinación en materia lingüística (Academias de la Lengua), legislativa, seguridad social, doble nacionalidad etc.

Al amparo de la creación del Consejo Superior de Investigaciones científicas en 1939, son numerosas las instituciones desarrolladas que van a contribuir desde los aspectos más variados al fortalecimiento de la Hispanidad, como el Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo (Madrid), la Escuela de Estudios Hispanoamericanos (Sevilla), cátedra Ramiro de Maeztu (Madrid), Universidad Hispanoamericana de la Rábida, Instituto Arias Montano, Instituto de Estudios Sefardíes…

Por ley de 2 de noviembre de 1940 se creó el Consejo de la Hispanidad, con la finalidad de “devolver al mundo hispánico su conciencia unitaria”.

En 1941 se crea el Museo de América, inaugurado por Eva Duarte de Perón en su visita a España en junio de 1947.

En 1946 la compañía Iberia establece la “línea del Plata”, con su vuelo Madrid-Buenos Aires, primer enlace aéreo entre Europa y América del Sur.

Como consecuencia del XIX Congreso de “Pax Romana”, celebrado en Salamanca y San Lorenzo de El Escorial en julio de 1946, con la presencia de casi todas las repúblicas hispanoamericanas, se constituye el Instituto Cultural Iberoamericano, precedente inmediato del Instituto de Cultura Hispánica (11 de diciembre de 1946), corporación española de derecho público con personalidad jurídica propia, dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores, destinada a fomentar las relaciones entre los pueblos hispanoamericanos y España.

Las actividades realizadas por el Instituto de Cultura Hispánica son numerosísimas y se extienden a los más variados ámbitos del conocimiento y la realización. Sin intentar ser exhaustivos, se organizan y promueven congresos, cursos, reuniones, coloquios, bibliotecas, festivales, programas y espacios de radio y televisión, exposiciones, premios, oficinas internacionales, institutos, ciclos, conversaciones, certámenes, bienales, semanas, pabellones, publicaciones, emisiones de sellos etc. La temática incluye el Derecho en todos sus campos, Historia, Arte, Lengua, Economía, periodismo, cooperación intelectual, Educación, comercio, literatura, cinematografía, teatro, municipalidad, turismo, folklore, prensa y radio, veterinaria, inventiva…

Las revistas más destacadas y representativas fueron “Mundo Hispánico” y “Cuadernos Hispanoamericanos”, aparte de numerosos boletines de los diversos departamentos y oficinas del Instituto.

Los Colegios Mayores Hispanoamericanos, como el de Nuestra Señora de Guadalupe en Madrid, San Vicente en Salamanca, Santa María del Buen Aire en Sevilla, Fray Junípero Serra en Barcelona etc. facilitaron su formación y estudios superiores a miles de jóvenes hispanoamericanos que estrecharon su identificación espiritual y profesional con la Madre Patria, estableciendo fuertes vínculos de relación entre sí y con profesores y estudiantes españoles. Residencias universitarias como La Casa del Brasil o Nuestra Señora de Luján (Argentina) contribuyeron paralela y eficazmente a dicha labor promovida por sus respectivos Gobiernos.

No debemos de olvidar que sobrepasaron el centenar el número de Institutos de Cultura Hispánica que se establecieron en nuestros países hermanos, unos por iniciativa oficial y otros debidos a la actividad privada. Pero en España también estuvieron presentes, entre otros, el Instituto de Estudios Hispánicos de Barcelona, y el Instituto Vascongado de Cultura Hispánica.

El 12 de octubre de 1958 se clausura en Bogotá el II Congreso de Institutos de Cultura Hispánica que hace públicas las siguientes seis afirmaciones:

1ª) Nuestra fe en la Comunidad Hispanoamericana de Naciones se basa en la “unidad de orígenes históricos, étnicos y políticos y espirituales y en la vigencia de su lengua, religión y cultura.

2ª) Será tarea, pues, de los que esta declaración firmemos, avivar en nuestros respectivos medios el conocimiento del pasado común y del impulso cristiano que lo fortaleció para así obligar al presente a retornar al camino de superior unidad que habrá de fortalecer la singularidad de nuestras naciones.

3ª) Para lo cual declaramos, además, la voluntad de propen­der a una coordinación de los intereses económicos y atender con mirada cristiana y voluntad urgente a la solución de los problemas sociales de nuestros países, para que así el ideal de esa comunidad hispanoamericana de naciones se levante -lejos de toda retórica- sobre los cimientos reales de la dramática actualidad que nos toca vivir.

4ª) Consideramos incompatibles con este ideal de unidad, que es espiritual y real, de alma y cuerpo, toda otra unidad de nuestros pueblos que tenga por objeto exclusivo los intereses materiales, el aprovechamiento de su riqueza en beneficio de grupos o monopolios internacionales, o la lucha de clases que lleva el co­lectivismo gregario.

5ª) Afirmamos, por último, que ante la disolución de la cristiandad operada en los albores de la Edad Moderna y la crisis actual de la civilización que amenaza al Estado, a la Sociedad y al hombre mismo como persona individual, la unidad hispanoamerica­na que propugnamos se vincula a la tarea de salvar los valores eternos de nuestra fe y la instauración en el mundo de un orden cristiano universal.

6ª) Queremos que esta afirmación de unidad se registre con el nombre “Declaración de Bogotá”.

Como manifestación palpable de la superación de diferencias y progresivo hermanamiento hispanoamericano, hay que destacar los monumentos erigidos en Madrid a los libertadores José de San Martín (1961) y Simón Bolívar (1970), además del dedicado a José Rizal, referente de la independencia filipina, pues, aunque este último fue erigido en 1996, la reivindicación de su figura como referente hispánico se produjo en España de forma definitiva en el centenario de su nacimiento en 1961.

Consecuencia clara de auténtico sentimiento hispánico fue la postura de la España de Franco frente al nuevo régimen comunista impuesto en Cuba por Fidel Castro. Si el desacuerdo español con el nuevo régimen cubano no se disimuló en ningún momento, las relaciones diplomáticas, culturales y comerciales no se variaron, a pesar de las presiones de los Estados Unidos para bloquear Cuba con el consiguiente daño y perjuicio, no para sus dirigentes, sino para el pueblo cubano.

En definitiva, existía y se trabajaba en el proyecto de constituir una Comunidad Hispánica de Naciones, difundido por Alberto Martín Artajo y Fernando María de Castiella (ministros de Asuntos Exteriores entre 1945-1957 y 1957-1969), como resultado de un proceso paulatino de cooperación que superara el estricto plano cultural, para abordar los ámbitos económico y político, reflejo de la Hispanidad a nivel de sujeto internacional con vocación universal, y con indudables ventajas y beneficios para las naciones integrantes y los distintos pueblos de origen hispano localizados en otras naciones.

El proyecto incluiría a Portugal y Brasil (nación que albergaba el mayor número de Institutos de Cultura Hispánica), a las naciones africanas con raíces ibéricas (Guinea Occidental Española, Sahara Español, Angola y Mozambique), a los cada vez mayores núcleos hispanos de los Estados Unidos, y a los sefarditas y demás judíos de ascendencia española.

La colosal capacidad del proyecto y su atractivo poder de convocatoria, con repercusión más allá del mundo hispánico, configuraban una manifiesta amenaza para el Nuevo Orden Mundial, ya diseñado y en periodo de implantación por los vencedores de la II Guerra Mundial. La reacción no se hizo esperar, y las campañas internas y externas contra el Estado Nacional español, no sólo por su implantación en España -donde estaba demostrando un auge y una notoriedad sin precedentes-, sino por alzar una bandera de principios y valores que superaban en todos los órdenes a los que nos querían imponer, se desencadenaron de forma asombrosa. Para ello se confabularon, por un lado, el enfrentamiento y la violencia de inspiración marxista y, por otro, la infiltración -con sigilo y engaño- desde el ámbito del capitalismo financiero internacional.

Este último sector fue realmente quien logró la corrosión interna que debilitó al régimen nacido el 18 de julio, cuando mayor y mejor era la reputación que estaba alcanzando, dando paso a una renuncia timorata de sus propias esencias, con comportamientos en política exterior que desdecían -de manera flagrante- las directrices marcadas con éxito los años precedentes.

Pero lo acontecido a nivel mundial durante los últimos cincuenta años ha servido para que el concepto de Hispanidad resurja con mayor fuerza, si cabe, convirtiéndose en una urgente necesidad para el conjunto de la humanidad, porque, como decía una canción falangista, de la entraña del pasado nace nuestra revolución, y esta -más que nunca- es una revolución hispánica.

 

 


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