La integración de las dos zonas (I), por Luis López Anglada

Luis López Anglada

40 Años de vida en España

 

El parte oficial de guerra de 1 de Abril de 1939 es el punto de partida de una nueva vida para España en la que el lema que campea en el escudo UNA, GRANDE, LIBRE será una realidad que durará treinta y seis años y que sólo se puede considerar clausurada el día de la muerte del Caudillo con el principio de lo que se ha llamado «la transición». Durante estos treinta y seis años la unidad de España se consolida en todas sus regiones, se suprimen fueros discriminatorios que hacen que haya en España regiones ricas y regiones pobres, se levanta la industria en una prosperidad nunca conocida hasta entonces a pesar de que una terrible guerra mundial nos aísla en el sur de Europa y una animadversión —azuzada por los políticos e intelectuales del exilio— pretende menoscabar nuestro progreso. La evidencia de éste se ha querido explicar luego con la consabida prosperidad universal, sin ver que los pueblos que estaban en la misma postración física y moral que España —Portugal y Grecia, por ejemplo— y que tenían regímenes dictatoriales, no supieron alcanzar las altas cotas que logró el gobierno del Generalísimo Franco. Por último, la libertad producida por la no existencia de los sectarios partidos políticos —verdaderas dictaduras de cruentas consecuencias—, garantiza el orden social, la auténtica igualdad que las leyes de Seguridad y de protección del Trabajo concedieron al productor y que sobre-pasaron lo que las demagogias marxistas no habían logra-do en todo un siglo de partidismo y lucha política. Para lograr la integración de las dos zonas en un mismo esfuerzo común de reconstrucción, ya se había pre-visto, antes de que finalizara la contienda, la organización del nuevo estado, basado en los puntos de la Falange.

 

Escudo de España recupera el águila de S. Juan y los cuarteles perdidos con el advenimiento de los Borbones.

Española Tradicionalista de las JONS. El primer acuerdo que se tomó, en Consejo de Ministros celebrado en Burgos el 5 de abril, fue el plan de obras públicas que comprendía la construcción de 625 km. de carreteras nacionales, 2.000 de carreteras comarcales y 10.000 de carreteras locales, además de la mejora e la pavimentación de las existentes, el aumento de señales, la atenuación de las curvas. La supresión de los pasos a nivel en la casi totalidad de aquellas y la reforma de las anchuras en las mismas. Se dispuso una amplia revisión de los puertos marítimos, se tomó el acuerdo de impulsar el trabajo en todos los talleres de las redes ferroviarias para lograr, en plazo brevísimo, la obtención de .000 locomotoras y 3.000 vagones. En una palabra, se impulsaba de nuevo la vida nacional en sus principales aspectos de comunicación, tan necesarios para una mejor integración de las dos zonas enfrentadas en la guerra y deterioradas por las consecuencias de ésta.

Consejo de Ministros. Las Comunicaciones tan castigadas durante la guerra, primordial tema de estudio de este consejo.

Para una mejor comprensión de las intenciones de la cueva España que surgía al fin de la guerra, es imprescindible volver a leer la alocución que el Jefe del Estado, generalísimo Franco, dirigió a todos los españoles —y especialmente a los madrileños— el día en que se efectuó primer Desfile de la Victoria en Madrid, el 19 de layo, entre otras cosas, dijo lo siguiente:

«Lo que significa nuestra victoria lo sabéis vosotros mejor que nadie: La existencia de nuestra Patria. Testigos sois de la mayor excepción cuantos sufristeis bajo aquella tiranía y visteis cautiva a España, sometida a un yugo extranjero y bárbaro, enfangado en el choque criminal del dominio del marxismo. El dominio de Madrid es la acusación más grave que puede formularse contra los dirigentes rojos que, batidos, derrotados en todas las batallas, vencidos sin remedio, sacrificaron la capital inútilmente, haciendo escudo de la población no combatiente y entregándola maniatada a los métodos perversos del comunismo ruso. Ni un momento cesó la actividad y afán de nuestras tropas por lograr vuestra liberación; pero habían de tomar la capital sin destruirla y sin que sucumbieran bajo sus escombros tantos hermanos de la santa Cruzada. Metódicamente fuimos labrando la victoria de nuestro triunfo, que diera respuesta adecuada al histórico «No pasarán». Ni un día de descanso. Dos años y medio de campaña, templando en el duro yunque de la guerra el ánimo de nuestra juventud, de la que sacrificamos los mejores, para llegar a este día de gloria, de triunfo y en el que el desfile del Ejército de la Victoria afirmará ante el mundo la independencia y grandeza de España. Terminada victoriosamente la guerra, yo os aseguro que España superará todas las pruebas. Después de lo sufrido ya nada puede impresionarnos. Amamos la paz porque sentimos a España y somos avaros de la sangre de nuestras juventudes; pero sobre todo están su dignidad y su independencia.

Nuestro deseo es colaborar en la tarea de pacificación de Europa. Ello ha de ser supuesto permanente, y norma de todos los pueblos, no intentar siquiera rozar nuestra soberanía y nuestra libertad política y económica, porque precisamente por esto hicimos nuestra guerra. Yo no puedo ocultar en este día el peligro que todavía acecha a nuestra Patria. Terminó el frente de la guerra, pero sigue la lucha en el otro campo. La victoria se malograría si no continuásemos en la tensión y en la inquietud de los días heroicos, si dejáramos en libertad de acción a los renco-rosos, a los egoístas, a los disidentes…

Hacemos una España para todos. Vengan a nuestro campo los arrepentidos que de corazón quieran colaborar a su grandeza… Para esta gran etapa de la reconstrucción de España necesitamos que nadie piense en volver a la normalidad anterior. Nuestra normalidad no son los casi-nos, ni los pequeños grupos, ni las pequeñas reuniones. Nuestra normalidad es el trabajo unificador y duro de cada día para hacer una Patria grande y libre de verdad. Acabaron, pues, los días fáciles y frívolos que no sirven para el presente. Nosotros viviremos para el mañana. No es una frase hueca y sin contenido la de nuestro Imperio. Pero eso lo lograremos con unificación, compenetración, sacrificio, austeridad y disciplina.»

Del sentimiento religioso que Franco daba al fin de la guerra y al comienzo de la etapa de reconstrucción fue buena prueba el acto que al día siguiente, 20 de mayo, en la Iglesia de Santa Bárbara, de Madrid, con asistencia del Cardenal Primado, el Obispo de Madrid-Alcalá y otros prelados, Gobierno en pleno, generales, jefes y autoridades militares, miembros de la Junta política y del Consejo Nacional de F.E.T. de las J.O.N.S., tuvo lugar para la rendición que hizo Franco de su espada ante el Cristo de Lepanto rescatado de los rojos y traído a Madrid desde Barcelona.

Los oficiales provisionales podían solicitar la rescisión de su compromiso al ser licenciada su quinta. En la foto, oficiales provisionales en el desfile de la Victoria.


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