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¿Por qué nos persiguen? por Jaime Alonso
Jaime Alonso
Toda persecución humana suele ligarse a diversos factores históricos, religiosos, sociales, culturales o políticos. Los seres humanos, desde los orígenes del universo, nos hemos perseguido por las creencias, origen étnico, religión, ideología política, e incluso por características físicas. Sin entrar en las patologías de la mente o del alma, por las cuales Caín mató a su hermano Abel -envidia igualitaria o resentimiento social-, veo conveniente que racionalicemos los motivos de la persecución a la obra y memoria, excepcionalmente benéfica, de Francisco Franco en España, en función de lo que evitó y de lo que se hizo bajo su mandato.
Conviene tener conciencia de las razones para ser perseguidos e interiorizar la misión de nuestro combate cultural en defensa de la verdad liberadora. Resulta útil saber que, en el mundo de las ideas, ninguna acaba imponiéndose sobre la libertad, la verdad, la justicia, el orden y el progreso. Nuestra victoria sobre el relato falsificado e impuesto vendrá como la primavera sucede al invierno: natural, espontánea, rigurosa, liberadora; sin mayor activo que el del estudio documentado de lo que se publicite o diga.
La única libertad restringida que recuerdo, más allá de los usos y costumbres de la época, fue la supresión de los partidos políticos que habían ocasionado en España la ruina económica, la división social y la ruptura de su unidad histórica; y la masonería, que había engendrado, desde la leyenda negra, todas las ideas disolventes del cristianismo español. En su conjunto, había más libertad real que ahora, menos delincuencia que ahora y mayor desarrollo económico que ahora. Sobran los ejemplos.
En esa época en que viví intensamente, se prefirió el progreso general y la adhesión social, al plebiscito de las urnas; la meritocracia sustituyó a la algarabía ideológica, irracional y divisiva de los partidos; las élites que toda sociedad produce fueron orientadas, desde su raíz formativa, en beneficiar el progreso de los españoles; todo el caudal productivo se destinaba a esos fines, y ninguno a la gimnasia revolucionaria o a una institucionalizada corrupción. No pagábamos ningún impuesto directo. De ahí el resultado de los treinta y seis años de Franco.
No existe ninguna dificultad en explicar que, Franco, siempre tuvo mayor adhesión popular que cualquiera de los gobernantes posteriores; que los diputados en Cortes ni se postulaban a capricho, ni tenían una mediocre o nula formación, ni obedecían a la voluntad de su partido; que las leyes reflejaban mejor la voluntad popular que ahora, y siempre estaban orientadas al interés general; y que el estado de derecho era más eficaz y garantista que el actual a la hora de defender la propiedad, la libertad, el honor y la intimidad, la seguridad jurídica y los derechos básicos, vivienda/trabajo, del conjunto de los españoles.
Por ello la persecución no obedece a causas objetivas, y sí ideológicas. Nuestra persecución es fiel reflejo del sectarismo intolerante cuasi místico que tiene la izquierda, ampliada con la superioridad moral que le otorga la derecha. Pero a esa cimentación granítica conviene agregarle los ladrillos del fanatismo ideológico y el tejado, con puertas y ventanas, del control político.
Dominar e imponer el relato de la historia reciente permite, a los usurpadores de lo ajeno y esparcidores de tiranías, ganar las voluntades indoctas del futuro presente. Es la piedra angular de la ingeniería social aplicada a sociedades socavadas por el nihilismo, cegadas por el consumismo, abrazadas a cualquier demagogia oportunista y sin más verdad, ni fundamento, que el resultado caprichoso de los votos, temporalmente solicitados. El resto, eliminación de disidentes o rivales, lo ejecuta el poder coercitivo y mediático del estado/gobierno con nuestros impuestos.
Franco y su legitimidad histórica es el eslabón que no pudieron romper en 1936, y forma parte del medio necesario para la obtención de su objetivo: la ruptura de la legitimidad histórica, de la unidad de la nación y de la fé cristiana. Nada es casual en la resignificación del Valle de los Caídos, la profanación de su tumba, y la ilegalización de la Fundación que lleva su nombre y, probablemente, la única que mantiene su actividad sin subvenciones públicas. El guiñol inocuo de celebraciones sin sentido, de retirada de vestigios, de supresión de títulos post mortem, es la formula para entretenernos en lo tribal, sin descubrir, a tiempo, lo que encierra.
Es un test de estrés sobre la solvencia moral, intelectual y cohesión de nuestra sociedad y sus instituciones. El resultado no puede ser más demoledor en nuestra contra. Con ese análisis operan nuestros seculares enemigos y fijan el calendario más conveniente a sus espurios intereses. Sépanlo las personas que ocupan los puestos más relevantes de nuestras instituciones, si todavía no tienen carcomida el alma con la tentación de lo conveniente. Probablemente aún estemos a tiempo y sea posible la vuelta atrás. Allá cada uno y su conciencia, pues en el horizonte nos encontraremos con el agravante del Lepanto inacabado del que tan acertadamente nos advierte el hispanista Marcelo Gullo.
Al final, esta guerra cultural, de dimensión planetaria, en defensa de la libertad de un relato basado en hechos objetivables; de la verdad subjetiva de todo razonamiento humano; de la justicia sin agravios y del universal derecho a una información veraz, no se ganará con artículos de prensa, ni con proclamas solemnes en los círculos endogámicos de afección ideológica; sino con la rebelión consciente de una sociedad civil, aún sana y viril, que proclame su firme voluntad de permanecer unida a su destino histórico y dispuesta a sacrificarse por ello.
Creo que la sociedad civil tiene instrumentos para unificarse en la rebelión pacifica y la desobediencia frente a lo injusto y, no habrá otro voto útil, que no devenga del análisis de la trayectoria y coherencia de los distintos partidos del Sistema, en este y otros temas. Los dirigentes de Vox, creo, tienen conciencia de la magnitud del reto y vienen señalando el camino. De la mayor o menor voluntad de sacrificarse en recorrerlo juntos, dependerá el éxito o fracaso de la empresa nacional colectiva.
