75 años de Paracuellos del Jarama

Consuelo Martínez-Sicluna y Sepúlveda

   Se cumplen en este mes de noviembre 75 años de las “sacas” que culminaron en los asesinatos de Paracuellos del Jarama, localidad cercana a Madrid. Con motivo de este aniversario hace unos días me hicieron una entrevista para un programa, “Crónicas de la 2”, que se emitirá en TVE 2 y en el Canal 24 horas de TVE. Querían contar con testimonios de familiares directos de los asesinados en Paracuellos, para tener un conocimiento de las circunstancias personales: no sé si también con el fin de buscar un sentido racional a lo que no lo tiene. Como nunca he renegado de ellos, de mis muertos, asumí la entrevista –pese a la reticencias que uno pueda tener con televisiones concretas- intentando verla como un deber, el deber de recordar, de tenerlos siempre presentes y saber, como decía Ramiro de Maeztu, que aunque sus asesinos no supieran por qué los mataban, ellos los asesinados, sí sabían por qué morían, quiero pensar que con el nombre de Dios y de España en sus labios.

   Me cabe el honor, el triste honor, de tener cuatro familiares en Paracuellos: mis dos abuelos y los dos hermanos de mi madre. No son los únicos que el terror rojo asesinó en mi familia, en la que se cebó con especial saña, pero en estos días de noviembre recordamos, como siempre, lo que es y significa Paracuellos, quienes están allí y por qué fueron asesinados.

   Mi abuelo materno era militar, Enrique Sicluna Burgos, coronel de Infantería, retirado por la Ley de Defensa de la República, la conocida como Ley de Azaña: lo asesinaron con sus dos hijos, Luis Sicluna Rodríguez, 23 años, médico, camisa vieja de Falange y Enrique Sicluna Rodríguez, 17 años, estudiante. Mi abuelo paterno era Alfredo Martínez Pulpón, funcionario: había sido alcalde de Puebla de Almoradiel (Toledo) hasta la proclamación de la República, si bien mis abuelos paternos vivían en Madrid con sus hijos. Los hermanos de mi padre eran de Renovación Española, el grupo político de Calvo Sotelo, y en las fechas de noviembre del 36 no estaban en Madrid, porque estaban haciendo la guerra en el bando nacional, donde terminaron como alféreces provisionales. Mis apellidos están unidos para no perder el Sicluna, del que no quedaron varones en la rama de mi madre.

   En ninguno caso mis dos abuelos y mis tíos maternos participaron en el Alzamiento militar que se produce en Madrid, y que fracasa, o en alguno de los sucesos de los días de Julio de 1936. Las fechas de las detenciones, según papeles que conservan mis padres, son de agosto para mi abuelo paterno y de septiembre para la familia de mi madre. Para esas fechas, las detenciones, paseos y checas ya eran conocidas por todos. No sé si fue posterior a la fecha de la detención de mi abuelo materno, pero una tía mayor, Rafaela González-Pola, octogenaria, que vivía con la hermana de mi abuelo, fue asesinada en Madrid, como así consta en uno de los libros de Rafael Casas de la Vega,       El terror rojo en Madrid. Diría Gregorio Marañón sobre el Madrid de esos momentos: “todo en ellos es latrocinio, locura, estupidez. Han hecho, hasta el final una revolución en nombre de Caco y de caca … Tendremos que estar varios años maldiciendo la estupidez y la canallería de estos cretinos criminales…”

   Mis padres, que gracias a Dios viven, conservan nítido el momento de la detención. En casa de mi madre llegaron milicianos de la Checa de Fuencarral, antes Comisaria de Fuencarral para detener a mi abuelo Enrique, por el hecho de ser militar. Se efectuó un registro, ya imaginamos en qué condiciones, y los milicianos señalan que hay papeles de Falange de mi tío Luis: mi madre dice que esto era imposible porque todo aquello que pudiera comprometerle lo había quemado. En cualquier caso, deciden llevarse a los dos. Mi tío Enrique, el pequeño subió entonces a casa, venía de jugar al fútbol con unos amigos en la calle: su padre era muy estricto con los horarios de las comidas. Ser un hijo obediente le costó la vida: donde nos llevamos dos, nos llevamos a los tres. Sólo quedaron las mujeres. Después de pasar por la Checa de Fuencarral fueron a parar a la Cárcel Modelo, galería 4ª, celda 644, como mi abuelo comunicó en su primera carta desde la Cárcel. La segunda carta va fechada el 7 de noviembre, a primera hora de la mañana: la primera saca de presos ya se ha producido de madrugada. He leído esta última carta: es una carta de despedida, donde mi abuelo le dice a su mujer que están bien, que no se preocupe por ellos y que cuide de las niñas. Escriben también mis tíos a su madre: “madre de mi vida”. ¿Sabían ellos también lo que mi abuelo conocía o fue después cuando la camioneta se apartó del camino, cuando les ataron las muñecas con alambre, cuando los hicieron cavar sus propias fosas? Fueron juntos a la muerte: deseo en el alma que pudieran estar unidos hasta el final y que el dolor, el dolor de saber que tus hijos, niños aún, mueren contigo fuera atenuado por el rezo, por las plegarias que los sacerdotes que allí también murieron repartieron entre sus compañeros de infortunio.

   En casa de mi padre llegaron milicianos de la Checa de la Inclusa, antigua Comisaría de la Inclusa: preguntaron por mi abuelo y por mis tíos, pero también por mi padre, que entonces tenía 13 años. No sé si mi abuela paterna, yo llevo su nombre, intuyó lo que iba a pasar porque escondió a mi padre en un arcón con ropa. Desde allí oyó los gritos y las súplicas y los pasos con que se alejaron. No pudo despedirse de su padre. Después de pasar por la Checa, donde lo torturaron, mi abuelo Alfredo fue a parar también a la Cárcel Modelo: creemos que fue asesinado sobre el 10 de noviembre, según consta en los papeles que conserva mi padre.

   ¿Cuál es la causa de Paracuellos? Paracuellos, como Aravaca, como tantos lugares donde el terror rojo se desencadenó, se produce en una zona donde impera la legalidad republicana. Y es la propia autoridad, encargada aparentemente de salvaguardar el orden, la que comete y consiente los asesinatos: la famosa quinta columna –que debía ser aplastada en palabras de Santiago Carrillo-y cuyos restos debían ser perseguidos y acorralados, no fue aplastada ciertamente con el peso de la ley, sino a través de la tortura y el crimen organizado. Son la autoridades encargadas del orden público las que se encargan de “limpiar” la retaguardia obedeciendo a un plan preconcebido y claramente controlado y dirigido.

   Pero la quinta columna era tan amplia que incluía ex-ministros de la República o un fiscal general de la República, Valentín-Gamazo, asesinado con sus hijos, y cuyo delito pudo ser el de pretender procesar a Largo Caballero por su responsabilidad en la revolución de Asturias, que no es más que una intentona golpista del socialismo español. Caben, en esa quinta columna, desde un presidente del Congreso hasta un ministro de la Gobernación: desde Melquíades Álvarez hasta Rafael Salazar Alonso. Y por supuesto militares, abogados, obreros, gente con militancia política y sin ella, sacerdotes, seminaristas, monjas y novicias, empleados y estudiantes. Hay que reconocer que la legalidad republicana, esa legalidad entregada al Frente Popular, no hacía distingos: porque los enemigos eran todos, fueran republicanos o no. Enemigos que había que eliminar con sus familias, porque el extermino había de serlo absolutamente.

   75 años después somos tres generaciones las que vamos a Paracuellos: mis padres y mis hijos rezan en el camposanto. Mi hijo con 16 años tiene la misma edad que tenía mi tío Quique cuando se lo llevaron los milicianos: su último cumpleaños tuvo lugar en la Cárcel Modelo.

   Hay una cruz en Paracuellos, medio oxidada por el transcurso del tiempo. Creo recordar que es de un militar, capitán quizá, hombre joven, 28 años tal vez. Debajo del nombre, aquello que su madre puso en la propia cruz: “¡hijo mío de mi alma!”. Cuántas veces he pensado en lo que sentiría esa madre para poner tal inscripción. Esa madre se habrá reunido ya con él. Recemos por los dos y, sobre todo, no olvidemos lo que es Paracuellos, lo que representa: no murieron combatiendo en el frente de batalla. Su vida, la vida de tantos, en el Madrid del 36, era ya un problema por el mero hecho de existir, un problema que sólo cabía resolver de la forma que el experimento de una República controlada por el Frente Popular determinó y que hundía sus raíces en el totalitarismo marxista.

 
 

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