Quinto, Codo y Belchite: 75º Aniversario de una defensa laureada
Ángel David Martín Rubio
La región aragonesa fue dominada con relativa facilidad en los días inmediatos al Alzamiento Nacional ya que el general Miguel Cabanellas se sumó al Movimiento y el impulso de la cabecera de División resultó esencial para el alineamiento de las restantes guarniciones. Después de haber rechazado el intento de mediación del enviado de Madrid, general Núñez de Prado, a partir de las cinco de la mañana del 19 de julio se inició la ocupación de Zaragoza por fuerzas del Ejército. Proclamado el estado de guerra, se apoderaron con facilidad del Gobierno Civil y de los demás edificios públicos y de comunicaciones aunque la noche anterior la CNT-FAI, predominante entre el elemento revolucionario de la ciudad, había declarado una huelga general y generando una resistencia que sería reprimida. Gracias a la actuación decidida de las fuerzas del Ejército y orden público a las que se sumaron desde el primer momento voluntarios civiles, la situación se presentaba tensa pero segura y en pocos días quedaba asegurado el control de la ciudad a pesar de que carecía prácticamente de defensas naturales y que era susceptible de sufrir ataques desde diversas direcciones.
La formación del frente aragonés
El resto de la provincia de Zaragoza también se incorporó a la Alzamiento en los días siguientes: en las comarcas de Calatayud y Daroca, el Regimiento de Artillería proclamó el estado de guerra el 20 de julio y procedió al control de los pueblos. En las demás zonas, donde no existían guarniciones, las autoridades militares ordenaron a los diversos puestos de la Guardia Civil la destitución de los Ayuntamientos y el nombramiento de nuevos gestores municipales. De esta forma se produjo el triunfo inicial en la mayoría de las localidades, si bien algunas de ellas requirieron la intervención de tropas para controlar la oposición o asegurar definitivamente el control.
Por su parte, la pequeña guarnición de Huesca ayudada por numerosos voluntarios también se había sublevado y triunfó y Teruel, la tercera de las capitales aragonesa, quedó igualmente bajo control de los nacionales. En situación mucho más comprometida aún que la de Zaragoza, ambas capitales fueron ciudades cercadas durante muchos meses pues el predominio alcanzado en los primeros momentos en Aragón, se reveló precario enseguida. A partir del 24 de julio una serie de columnas organizadas desde Barcelona y formadas por miles de milicianos mezclados con unidades regulares y fuerzas de orden público, iniciaron la ocupación del territorio aragonés a través de tres vías:
– Al norte, una de las columnas, al llegar a Lérida, emprendió la marcha a través de los Pirineos y, a través de Barbastro, se dirigió contra Huesca y más tarde amenazó a Zaragoza desde el sector de Alcubierre.
– Por el centro, la carretera general Barcelona-Lérida-Zaragoza, fue el itinerario seguido por Durruti y el Comandante Pérez Farrás que ocuparon Caspe y otros lugares. El 8 de agosto llegaban a Osera donde fueron frenados definitivamente.
– Hacia el sur, la columna mandada por el anarquista Ortiz y el Comandante Salavera, cruzó el Ebro en Bujaraloz, participó en la toma de Caspe, continuó en dirección a la provincia de Teruel apoderándose de varias localidades y volvió a avanzar sobre Zaragoza, precipitándose hacia los pueblos de Quinto, Codo y Belchite, en los que no logró entrar.
Belchite (sin línea protectora alguna y en el vértice de un ángulo formado por la línea de frente que dejaba a la localidad prácticamente indefensa) fue considerado por los frentepopulistas, desde el primer momento, como uno de los puntos críticos del despliegue nacional, siendo objeto de continuos ataques. Por las mismas fechas, otra columna (la de Tarragona, mandada por el teniente coronel Mena) atacó y arrolló a las patrullas nacionales en la zona de Lécera (Zaragoza) y Albalate del Arzobispo (Teruel) ocupando un buen número de poblaciones de la comarca pero serán incapaces de romper el frente estabilizado en las inmediaciones de Quinto, Codo y Belchite, localidades que permanecerán durante meses en primera línea de fuego soportando frecuentes ataques del enemigo y drásticas medidas de orden público que provocaron la aplicación de los preceptos del bando de guerra y la ejecución de un número relativamente elevado de izquierdistas. En todo caso estas represalias se iniciaron cuando ya se había tenido ocasión de comprobar el brutal comportamiento de las columnas frentepopulistas en los pueblos aragoneses que habían ocupado dejando a su paso un rastro de terror y, en el caso de Belchite, están relacionadas con las actividades protagonizadas por los revolucionarios de la localidad que trataron de apoderarse de la población desde dentro el 6 de agosto determinando el inicio de registros y cacheos para desarmar a los elementos extremistas, siendo duramente castigados aquéllos que apresados anteriormente quisieron huir.
En octubre de 1936, los dirigentes de la CNT, cuyas columnas controlaban buena parte de la retaguardia aragonesa y hacían irregular acto de presencia en aquellos frentes, decidieron establecerse por su cuenta y crear el Consejo de Aragón (que acabaría siendo reconocido por el propio Gobierno en diciembre del 36) con sede en Caspe y con mayoría absoluta para los libertarios pero con participación de las organizaciones del Frente Popular. Este hecho marca una segunda etapa en la que los comités revolucionarios fueron sustituidos por consejos municipales, la administración de justicia pasa paulatinamente a los Tribunales Populares y tiene lugar la militarización de todas las columnas armadas a finales de abril de 1937. Finalmente, una intervención gubernamental, siguiendo las tesis comunistas, pondría definitivamente fin a este predominio anarco-sindicalista disolviendo el Consejo de Aragón por decreto en agosto de 1937 y desarticulando violentamente toda su organización, que ya estaba atravesando una profunda crisis, mediante una intervención de la 11 División de Enrique Líster.
La ofensiva del Ejército Popular sobre Zaragoza
Pocos días después, el Ejército Popular iniciaba una ofensiva cuyo objetivo estratégico (la ocupación de Zaragoza) tenía también un claro alcance político: donde habían fracasado las columnas anarquistas se pretendía que iban a triunfar las grandes unidades de inspiración comunista. Las operaciones se iniciaron en la madrugada del 24 de agosto de 1937 y el Ejército Popular consiguió algunos avances pero las resistencias decisivas de las pequeñas guarniciones nacionales impidieron que, a pesar de la aplastante superioridad de medios, las tropas del General Pozas alcanzaran su objetivo.
La defensas de Quinto, Codo y, sobre todo de Belchite, alcanzaron un tono heroico. Los defensores de Quinto, se replegaron la noche del 24 al 25 de agosto de 1937 a la iglesia y casas vecinas de donde no fueron desalojados hasta la tarde del día siguiente. En Codo, los requetés del Tercio de Nuestra Señora de Montserrat combatieron en el casco urbano, casa por casa, hasta que lograron romper el cerco en una desesperada salida con innumerables bajas. Sólo Belchite prolongaría durante quince días su increíble resistencia protagonizada por su pequeña guarnición y la población civil, apenas unos 2.000 hombres que combaten en las calles, casa por casa, durante el día y la noche.
Los sitiados carecen pronto de víveres y municiones a pesar de que la aviación nacional procura arrojárselos. Las unidades enviadas en socorro de Belchite para liberar a sus defensores, refugiados por último en los edificios algo más fuertes de la localidad, no pueden abrirse camino a pesar de su empeño. Los requetés, que se han batido bravamente en el Seminario, se incorporan a los defensores de la población, al no ser posible prolongar allí la resistencia. El 6 de septiembre, cuando tres cuartas partes de los defensores han sido baja y no puede continuar la resistencia, trescientos sitiados con el comandante Santa Pau a la cabeza, en una salida desesperada y heroica logran salvar las líneas enemigas y llegar al campo nacional.
La venganza del Frente Popular
Pero el drama no había finalizado para los que fueron hechos prisioneros en Quinto, Codo y Belchite una vez ocupadas las poblaciones. Buena parte de ellos, tanto soldados como civiles, fueron asesinados sobre el terreno, en el mismo momento en que se efectuaban las detenciones. Así, en los olivares cercanos a Codo, primer lugar en que se concentró a la población evacuada de Belchite, se procedió por las fuerzas ocupantes con la intervención de algunos elementos extremistas de la localidad a la selección de prisioneros y en el acto asesinaron sin más procedimiento ni declaraciones a algunos paisanos de la villa, varios sanitarios y fuerzas excombatientes. Mientras la “Pasionaria” hollaba las ruinas todavía humeantes de Belchite, el también comunista Líster se encargaba personalmente de estos crímenes junto con las fuerzas a sus órdenes hasta que la intervención de un mando superior, determinó el traslado de los restantes prisioneros para ser interrogados y sometidos a depuración previa.
Buena parte de ellos fueron fueron traslados a cárceles y campos de concentración, siendo fusilados en las semanas siguientes. Por ejemplo, los prisioneros que habían sido llevados a Monegrillo y Castejón de Monegros fueron sacados de allí en la mañana del 14 de septiembre y los bajaron por la carretera de Zaragoza a Barcelona. Un poco antes de llegar a la altura de Pina de Ebro les hicieron abrir una zanja de unos 300m. de largo por 2 de ancho que sirvió para tumba de militares, falangistas, requetés y paisanos. Escenas semejantes habian ocurrido con posterioridad a la ocupación de Quinto y Codo, población esta última donde fueron asesinados incluso un grupo de requetés que, por estar gravemente heridos, no habían podido intentar la evacuación de sus posiciones.
Otra circunstancia que llama la atención es que, una vez ocupados estos pueblos, se practicó la deportación de grandes grupos de población, como estrategia o método de guerra con finalidades políticas y militares muy concretas: controlar una retaguardia considerada hostil e insegura. En Quinto a unas dos mil personas se las llevó a los pueblos del Bajo Aragón donde eran repartidos por las casas. En Belchite fueron evacuados todos sus habitantes restituyendo luego a los elementos de izquierda y dejando a los de derechas confinados en pueblos de Teruel hasta su liberación. Los presos más significados ingresarían en las prisiones y campos de concentración (San Miguel de los Reyes, Lérida, Barcelona…) donde algunos encontraron la muerte bien por fusilamiento o debido a las durísimas condiciones de vida.
Desde el punto de vista socio-profesional nos encontramos con un claro predominio entre las víctimas de labradores y jornaleros seguidos de oficiales del ejército y obreros urbanos. No debe olvidarse que en su mayoría se trataba de voluntarios del Ejército Nacional; en efecto, entre los combatientes de Falange y el Requeté abundaban los campesinos pobres y no faltaban obreros. Muchos de los que nutrían los tercios y banderas eran esos “propietarios muy pobres” de los que se ha hablado alguna vez, labradores que poseían un pequeño corro de tierra y que predominaban en la mitad norte de la Península. Lejos de representar los intereses de ninguna oligarquía, la zona nacional había consolidado el apoyo de los más diversos sectores sociales aglutinados por ideas elementales pero claras y fácilmente compartidas como eran las creencias religiosas, la exigencia de orden público y la defensa de la pequeña propiedad.
Tampoco faltaron manifestaciones de la persecución religiosa, circunstancia que -al igual que la violencia- no se limitó en la retaguardia frentepopulista a los primeros meses sino que se prologó a lo largo de todo el conflicto. En Mediana fue totalmente saqueada la iglesia y ermita y se robaron los ornamentos y objetos religiosos. En Quinto, la Parroquia y ermitas fueron saqueadas y todo robado o quemado. En Codo, la Parroquia fue completamente saqueada y mutilada y todo lo perteneciente al culto, robado y quemado. En Belchite, todas las iglesias, ermitas, el Convento de Dominicas y el Seminario Menor fueron saqueados, profanados y resultaron totalmente destruidos. Las pérdidas del patrimonio histórico artístico por destrucción o robo fueron ingentes. También cabe referirse aquí a varios sacerdotes hechos prisioneros junto a las tropas a las que asistían espiritualmente en Quinto y Belchite: Juan Ruiz Gimeno (Capellán del Regimiento Aragón nº17), fusilado en Quinto el 24 de agosto de 1937; Juan Lou Miñana (Capellán del Tercio de Almogávares), fusilado en Híjar el 3 de septiembre de 1937 y Blas Margelí Ibáñez (Capellán de la 8ª Bandera de Falange de Aragón), asesinado en Codo el 6 de septiembre de 1937. En cambio, varios sacerdotes y religiosas hechos prisioneros en Belchite fueron conservados con vida y utilizados con intereses propagandísticos para dar en la prensa una imagen distorsionada de lo que estaba ocurriendo.
Laureados
El 12 de octubre, el Generalísimo firma un decreto que determina: En lo sucesivo llevará Belchite el título de Leal, Noble y Heroica Villa. Y, además, es ordenado que se abra expediente para la concesión a sus defensores, colectivamente, de la Cruz Laureada de San Fernando. En la orden a que se refiere esa concesión se reconoce que El patriotismo y valor de los paisanos de Belchite les llevó a ponerse al lado de su guarnición, rivalizando todos, incluso mujeres y heridos, en actos de heroísmo.
El requeté del Tercio de Montserrat Jaime Bofill -que se incorporó a la defensa de Belchite desde Codo- recibió la misma condecoración a título individual y por su defensa de esta segunda población el 24 y 25 de agosto recibieron la laureada colectiva las Primera y Segunda Compañías del Tercio de Requetés de Nuestra señora de Montserrat, y las 18 y 21 falanges de la Segunda Bandera de Falange de Aragón. También recibió la laureada colectiva la Segunda Compañía del Tercio de Requetés de Marco de Bello y María de Molina, por la defensa de la posición de “las eras” en Quinto del 24 al 26 de agosto de 1937.
No hubo una segunda defensa de Belchite: las purgas comunistas
Una última consecuencia de la frustración del objetivo iba a ser el recrudecimiento del control comunista. El castigo sufrido por los brigadistas internacionales fue tan enorme y la cantidad de bajas tal que, por primera vez, se negaron a batirse. Hubo voluntarios que, rota toda esperanza, intentan regresar a sus respectivos países pero carecen de documentación porque Moscú les había privado de pasaportes. Togliatti crea apresuradamente, para atajar el mal de la desmoralización, unidades disciplinarias y campamentos de “reeducación”. Comenzaron a llegar miles de policías escogidos, miembros de la policía secreta. Con la NKVD, la policía soviética, llegaron también técnicos de fortificación rusos que, en gran parte, fueron encaminados a Belchite.
A pesar de todo, la operación sobre Zaragoza había fracasado y las operaciones militares en este escenario iban a finalizar muy pronto. Como ocurrió en otros lugares, se trataba de una ofensiva planeada de manera brillante sobre el papel pero la realidad demostraba que era imposible llevarla a término por la voluntad de resistencia del contrario y las deficiencias del Ejército Popular. El denominado “contragolpe estratégico” consistía en lanzar una acción ofensiva potente con un objetivo claramente señalado sobre una zona importante del dispositivo enemigo de defensa que le obligue a abandonar la acción ofensiva emprendida en otro frente para llevar a la zona atacada fuerzas de las empeñadas en el avance. El general Rojo intentará repetir la maniobra en varias ocasiones sin conseguir, en ningún caso, que el generalísimo Franco trasladase un número de fuerzas tan relevante como para impedirle sus avances decisivos en otros frentes. Cuando, finalmente, Franco acude a la confrontación en el Ebro, el resultado será un verdadero desastre para el Ejército Popular.
Pero antes, a finales de diciembre de 1937 y comienzos de enero de 1938 tendrán lugar los enfrentamientos centrados en la capital turolense y el 7 de marzo de 1938 el ejército de Franco iniciaba una maniobra que, en medio de una desbandada general, lograría ocupar en pocos días el resto de Aragón. El 10 de marzo, se recuperaba Belchite, el 13 Calanda y Albalate del Arzobispo; el 14, Alcañiz y el 17, el Cuerpo Marroquí y la 1ª División entraban en Caspe. A partir de ahí se simultanearon dos acciones: una, al sur del Ebro (el 1 de abril se ocupaba Gandesa ya en Tarragona) y otra, al norte del río: el 25 de marzo el Cuerpo Marroquí penetraba en Bujaraloz y el 27, Yagüe tomaba Fraga. El avance continuaría en dirección al Mediterráneo y el 15 de abril de 1938 la IV División de Navarra ocupó el pueblo costero de Vinaroz (Castellón), cortando definitivamente en dos la zona frentepopulista.
Las fortificaciones de Belchite, consideradas por el Comité Central del Partido Comunista como inexpugnables por estar construidas por ingenieros soviéticos, no resistieron al fuego de las artillerías nacionales que, como hemos dicho, ocuparon la población sin encontrar oposición el 10 de marzo. Con el fin de no disminuir el prestigio de sus técnicos y, sobre todo, para no irritar a Stalin que había aprobado los proyectos de dichas fortificaciones se atribuyó la culpa del fracaso a las tropas que, sin embargo, se batieron bien como fue lealmente reconocido por el mismo Estado Mayor de Franco.
El episodio acabó desembocando en el fusilamiento ordenado por los miembros del Politburó español de aquellos combatientes del Ejército Popular acusados injustamente de traición. Los supervivientes fueron enviados a un cuartel en las afueras de Valencia en calidad de prisioneros. El propio Líster firmó la acusación contra el comandante, oficiales y soldados del batallón que habían abandonado aquellas “inexpugnables fortificaciones”. En la reunión del Comité Central del Partido Comunista en la cual se decidió la suerte de los rendidos, Marcucci, un joven militante comunista italiano integrado en las Brigadas Internacionales, intentó en vano defender a los acusados que al día siguiente fueron fusilados. Una noche, en un hotel de Madrid, Marcucci —después de escuchar en la radio las noticias de que el Comité Central del Partido había ordenado matanzas a quienes operaban en el mercado negro en Rusia y sus satélites— habla largamente con Eudocio Ravines, muy desilusionado y angustiado sobre cómo había entregado su vida al sistema comunista al que se refiere como “la gran estafa” (nombre que mucho después Ravines utilizó para escribir sus memorias). Esa noche, Eudocio Ravines escucha un disparo proveniente de la habitación contigua y encuentra que su amigo se había suicidado.
Años más tarde, en 1961, “Il Secolo d´Italia” publicaba un extenso artículo firmado por Umberto Simini sobre las atrocidades cometidas por el dirigente comunista italiano Togliatti durante la guerra de España y su responsabilidad para imponer la política stalinista en España. A él deben atribuirse, en última instancia, los crímenes cometidos por los jefes comunistas españoles que actuaban bajo su control. Además de los conocidos episodios de la liquidación del POUM, de las trágicas jornadas de Barcelona y de la depuración de las Brigadas Internacionales se aludía a la responsabilidad en la masacre de los fallidos defensores de Belchite.
También el escritor Ramón J. Sender también evocaría la memoria de lo ocurrido a los implicados en la derrota de Belchite en una durísima requisitoria contra Líster publicada en el diario “ABC” (21-noviembre-1974):
Hubo comandantes de talento como Modesto y verdaderos héroes populares como Valentín González y Cipriano Mera, pero aunque todos hemos corrido alguna vez —hasta Don Quijote en la aventura del rebuzno— nadie corrió tanto ni tan bien como Líster desde Toledo a los Pirineos. Lo malo era que para justificarse, después de cada carrera hacía fusilar a una docena de oficiales. Con esto creía seguir el ejemplo de Stalin. Yo fui jefe de Estado Mayor de la primera brigada mixta con él, entre Pinto y Valdemoro (lo que no deja de tener gracia). Menos gracia tenía que quisiera fusilar a los mejores de mis amigos oficiales cuando la culpa del fracaso de la operación era de él. Yo salvé entonces sus vidas (alguno fue fusilado por él, más tarde, en lo de Belchite).
El episodio fue relatado con detalle por Justo Martínez Amutio en ese mismo año en el libro titulado “Chantaje a un pueblo” y en 2007, se alude a estas purgas stalinistas en un artículo escrito por J.J. Sánchez Arévalo para quien Independientemente de la opinión de los lectores, independientemente de los méritos de Líster como figura militar consagrada a la lucha antifascista, estos hechos deben ser también narrados e incorporarse a la tan manida y en ocasiones tan selectiva “memoria histórica.
Un acontecimiento significativo en el frente aragonés durante el verano de 1937 había sido la presencia de las Brigadas Internacionales XI y XV entre las fuerzas atacantes. En 1967 se desarrollaría en el mismo escenario —cerca de Belchite— la operación de gran maniobra militar “Pathfinder Express” en la que intervinieron fuerzas combinadas del ejército de los Estados Unidos y del español. Treinta años antes, un batallón norteamericano (el “Abraham Lincoln”) combatía en el mismo escenario al ejército de Franco. El cambio no se había producido en la esencia del Régimen nacido del Alzamiento sino en el escenario político que, en los años de la contienda española y de la Guerra Mundial, nos presentaba a la democracia liberal en alianza con la revolución mundial comunista y al capitalismo mundial apoyado en el poderío soviético para destruir a un enemigo común. Era la dinámica en la que había desembocado la táctica promovida desde Moscú de los Frentes Populares y de la construcción del “antifascismo”, verdadera falsificación ideológica, como frente político mundial. Como afirma Jesús Fueyo:
La virtualidad de sentido de la obra de Franco se resume en dos trayectorias indiscutibles de su proceso político: nunca capituló ante el comunismo ni con sus alianzas ni derivaciones, y nunca, en lo esencial, se dejó sugestionar por el fascismo en sus efímeros resplandores, evitando así ser arrastrado en su aventura y en su liquidación histórica. Tan pronto como el mundo occidental recuperó su rumbo hacia la libertad sin la hipoteca de la revolución, lo siguió según el propio ritmo de posibilidades de la realidad española». Merece resaltarse que el discurso de Belchite se sitúa justo en el momento en que empezaba a consolidarse esa transición que era necesario asegurar frente a la vigencia internacional del peligro comunista. Y, concluye Jesús Fueyo: «finalmente, el dar cauce institucional a su difícil sucesión al frente del Estado y de sus instituciones, abrió el futuro a una normalidad en la que pudieran sintetizarse la unidad de España en la Monarquía y las libertades públicas, sobre la base de un desarrollo social y económico que hiciera viable el funcionamiento de la democracia. Como lo hayan gestionado otros, es algo que no forma parte ya de su mundo histórico.
Todo esto se dice ahora en dos palabras, pero costó sacrificios enormes y muchos años de tenaces esfuerzos que, probablemente, resultan muy difíciles de captar a las nuevas generaciones que, a pesar de las caídas de tantos muros, respiran en un magma ideológico, síntesis de liberalismo y de comunismo.
Pero desde la inmensa tragedia de odios y destrucción que el comunismo, en sus diversas formas, deja tras de sí, el sereno análisis histórico viene a dar la razón a las más hondas intuiciones de quienes vivieron aquellos acontecimientos y obliga a reconocer que los verdaderos defensores de la libertad no se encontraban, como se nos quiere hacer creer, ni en las Brigadas Internacionales ni entre los miembros de un Ejército Popular subordinado a las estrategias de Moscú sino entre las filas de quienes sostuvieron la defensa de lugares como Quinto, Codo y Belchite.