A los pocos días de la Liberación de Barcelona, por Eduardo Palomar Baró 

 
Eduardo Palomar Baró 
 
 
EUGENIO MONTES RELATA LA ODISEA DE RAFAEL SÁNCHEZ MAZAS    
 
 
   El gran escritor y poeta gallego Eugenio Montes Domínguez, catedrático de instituto y colaborador de la Revista de Occidente, La Época, El Sol, Acción Española y ABC, fue amigo personal de José Antonio Primo de Rivera y durante la guerra civil española colaboró con los Nacionales, participando en numerosos actos de propaganda. Considerado como el filósofo del grupo literario de José Antonio, sus crónicas periodísticas eran verdaderos ensayos.  El 9 de febrero de 1939, o sea a los quince días de la liberación de Barcelona, que tuvo lugar el 26 de enero de 1939 por el Ejército de Franco, escribió un magistral artículo haciendo referencia a la odisea vivida por Rafael Sánchez Mazas, otro gran escritor falangista, también amigo personal de José Antonio Primo de Rivera, colaborador de los periódicos FE y Arriba, y que durante la guerra civil permaneció encarcelado en zona roja, condenado a muerte, fusilado y, por fin liberado, como por un milagro.            
 
   Eugenio Montes publicó este interesante artículo con ocasión de la llegada a la Ciudad Condal, recién liberada, de Rafael Sánchez Mazas:
 
   «Con pelliza de pastor y pantalón mahón agujereado de balazos, y ese color centeno de extremeño, duro de huesos e increíble de alma, he aquí, milagroso y cierto… A Sánchez Mazas, el más antiguo falangista de todos los vivos y a la par el más nuevo porque llega, casi resurrecto, del otro mundo, después de un viaje dantesco por países de sueño y pesadilla, con prisiones, barcos fantasmas, cárceles en el mar y en la tierra firme, insomnios, hospitales, paredes frías, fusilamientos, fugas, bosques, y al término de la noche y de las lunas, el encuentro alborozado con nuestras tropas, libre por fin, en el lugar y el momento en que, junto a la sombra azul del Pirineo, se libera España. Tan feliz como Ulises tras el largo viaje, náufrago de tierra firme, salvado de sí mismo, por su fe, su brío y su vitalidad inverosímil. Por el destino de la patria que le necesitaba en la hora del laurel y el triunfo, ella que lo tuvo en la hora rara de la fundación y el principio. Salvado por su propio destino personal que quizá le sometió a tan terribles pruebas para que uno de nuestros mejores espíritus en el orden del pensamiento se completase cabalmente como vencedor del desorden de la pasión y la acción. El primero en la teoría tenía que ser también primero en los méritos del sufrimiento, el riesgo y el temple. Nada menos que todo un héroe, curtido de soles, de lluvias, de rocíos, de adversidades que hubieran acabado con quien no fuese, como él, nada menos que todo un hombre.            
   
   Cárcel de Madrid con José Antonio que lo tuvo a su lado cuando la Falange aun no estaba bautizada, cuando aún buscábamos nombre para lo que era idea platónica, arquetipo, esquema. Cárcel de Madrid con colaboración entre los dos amigos inseparables, Rómulo y Remo de la nueva eterna romanidad de España. En los primeros días en que la gran bestia entonces dominante se apresuró a poner la lluvia de la reja ante los ojos de quienes habían columbrado y profetizado el amanecer y el vuelo de la patria, para quitarle la alegría de asistir al resurgimiento y contemplar la perfección de su propia criatura andante. Una salida en las semanas anteriores al Movimiento y ya, tras el 18 de julio, la aventura de las esquinas y los escondites, con los esbirros rojos siguiéndole las huellas. El refugio de una Embajada, que un día asaltan las hordas furibundas. Rafael, guiado por su ángel, huye a un patio, sube no sé qué escalera y se encuentra, sin saber cómo, en la casa de un caballero que le da hospitalidad y amparo.            
 
   Luego, otra Embajada la de Chile gran hospedería del dolor paciente. Allí  Rafael hace fecunda la espera esperanzada escribiendo meditaciones sobre temas místicos y una narración imaginaria. Y, para tonificar y adoctrinar a los demás refugiados, da conferencias, y aun le hurta horas al descanso y la noche para completar la doctrina de la Falange, en la cual ha sido quien más puso, aparte José Antonio, impar entre pares. Mientras tanto el Ejército del Caudillo rescata tierras, las comarcas de sus antepasados: Extremadura, Vasconia y media España en un horizonte azul y a Rafael le acucia la inquietud de venir a mover la rueda de la Historia que tanto contribuyó a mover cuando estaba parada.             
 
   Sale de la Embajada, anda ignorado por la Barcelona roja buscando el instante y la ocasión de cruzar el Pirineo, pero sus huellas le delatan y tres pistolas del S.I.M rojo lo encañonan. De prisión en prisión, hasta la cárcel flotante e inmóvil del “Uruguay”. Después, enfermo, con nefritis, al campamento de los trabajos forzados, en Falset, donde el eco sordo de nuestros cañones próximos suena a villancico en sus oídos, por los días de Navidad.            
 
   Se finge el proceso que le tenían urdido y le condenan, tanto por la magnífica Historia que ha hecho cómo por la que pueda hacer. Todavía en esos momentos de angustia, Sánchez Mazas les explica el credo de la Falange a sus camaradas de agonía.            
 
   El día 9 de enero, ya en marcha la gran ofensiva, le sacan de Barcelona, en un grupo de cincuenta, y lo llevan a Santa María de Collell, con destino a la muerte. Para el día 30 fijan la ejecución de esa cincuentena de patriotas. Santa María de Collell, en el antiguo condado de Besalú, tierra antigua de mayorazgos y casonas. En las estribaciones pirenaicas, estampa del Pirala (*) y las guerras carlistas, seminario antiguo y montaña al fondo. Lentamente se disponen a bien morir los patriotas. Las manos acarician las medallas que en la infancia puso la ternura materna; en los labios, el susurro íntimo y cálido del rezo.            
 
   Eran cinco los fusileros asesinos, y eran las ocho y media de la mañana. Quizá Rafael rezaba entonces por sus camaradas de agonía y por sí mismo, la oración de los caídos, que compuso para los que con alma entera rinde su cuerpo de martirio a la tierra de nuestra triste y anchurosa España. La descarga seca; caen todos, menos él, que, asistido del milagro y el destino, en un rebrote de vida tras la muerte, salta y corre, campo traviesa; en los oídos la queja silenciosa de sus compañeros de martirio y los gritos y los tiros de rabia de los asesinos. Una ametralladora le va ladrando a la espalda, como un can. Dos balas le atraviesan el pantalón, junto a la rodilla; pero el ala del ángel invisible las desvía, sin que ellas lo noten, y no les deja agujerear la carne. Por los matorrales, con la voz que suena a su lado: “Debe estar por aquí, y herido”.            
   Remonta, corriente arriba un arroyo, y el rumor de las aguas esconde y tapa el rumor de su cuerpo. Tumbado en las llanuras, de día; andando de noche, llama, hambriento, a la honrada puerta aldeana de una masía.            
 
   Con el pan del vagabundo va así, de casa en casa, y se interna en el bosque, donde él, amante de la compañía cubre su soledad con una choza de tierra roja que él mismo se hace.            
 
   En un camino resbala y pierde las gafas. Entonces debió sentirse más solo que nunca; pero sus ojos, miopes, que casi no veían el mundo exterior, encontraban la luz, volviéndose a la propia intimidad creyente.            
 
   Bañolas. Paisaje dulce, como de cuadro de Patinir (**). La pupila azul de un lago debía mirar atónita a aquel extraño caminante. Otras pupilas atónitas también le miraban. Tres huidos de las filas rojas, indecisos y temerosos. Rafael se acerca y se los lleva. Medio como prisioneros, medio como guardianes. Al cabo, anteayer encuentra gente de su guerra y de paz. ¡Son los del Cuerpo de Ejército de Navarra!            
 
   Rafael Sánchez Mazas. ¿Recuerdas? Fue en tu casa donde, juntos, José Antonio, tú y yo, dijimos, unánimes y unísonos: “Se llamará Falange”. Era en un balcón abierto sobre los collados de la Moncloa. Oíamos, tenue aún, pero ya irrecusable, el corazón profundo de España en primavera, y el aire nos traía, con el eco de un siglo, los gritos goyescos de aquellos fusilados por las Brigadas Internacionales, reos del delito de querer la independencia de España.            
 
   Cinco años después llegas, víctima y vencedor, de otro fusilamiento goyesco, con el traje agujereado por las balas de los mamelucos, cuando España, más triunfadora que en el 1808, logra salvar su independencia, derrotar a la Revolución extraña y hacer su propia Revolución, que ha de darle forma y norma a su destino.            
 
   Profeta de tu patria, hoy puedes ver en madurez sonrisa y pan la espiga de la semilla que sembraste hace cinco años. Tú, que ayudaste a traer la primavera, ayuda ahora al estío, granado en verso y sangre».
 
Eugenio Montes
 
 
[N. del A.]
(*) Antonio Pirala Criado, nació en Madrid en el año 1824. Historiador y político español, conocido por sus monumentales obras sobre la historia de las Guerras Carlistas. Liberal progresista, fue secretario de la Casa Civil del rey Amadeo I y gobernador civil de varias provincias. En ‘Anales de la guerra civil’ (1853) esboza su futura obra sobre las guerras carlistas, analizando las dos primeras. Al tener gran amistad con los principales protagonistas de las guerras carlistas ello le llevó a obtener datos y documentos de todas las procedencias. De su imparcialidad y rigor da fe que los historiadores de ambos bandos usaron y citaron sus obras con frecuencia. Murió en Madrid en 1903.
 
(**) Joachim Patinir nació en Amberes en 1485. Se distinguió dentro de la pintura flamenca por su gran capacidad para el paisaje que normalmente se consideraba secundario. Construyó composiciones basadas exclusivamente en la fuerza del paisaje, dotándolo de un protagonismo inédito hasta el momento. Alberto Durero, conoció a Patinir en el curso de una visita a los Países Bajos, dejando escrito en su diario que era: “un buen pintor de paisajes”. Una de sus obras, “Huida a Egipto”, está en el Prado. Murió prematuramente, en el año 1524, en Amberes.