Breves notas sobre la Guerra Civil Española

 
Eduardo Palomar Baró 
 
 
   La Guerra Civil española no es un hecho aislado, sino que es la consecuencia natural de la inestabilidad y caos que se produjo durante los nefastos años de la Segunda República. Y ello llevó inexorablemente a la contienda. El gobierno republicano contó con la ayuda de la Unión Soviética a cuyo fin destinó un apoyo de imagen que se manifiesta en imágenes como la de la madrileña Puerta de Alcalá, donde colocaron la efigie del sanguinario dictador comunista Josef Stalin, rodeado de los líderes soviéticos Litvinov y Voroshilov en los tres arcos de media punta del citado monumento, y el escudo de la Unión Soviética por encima de la inscripción Real de Carlos III y ocultando la misma, y un letrero con la leyenda “Viva la URSS”.  
 
Palabras del propio Presidente de la República, Manuel Azaña
 
   (…) “Había gobiernitos de cabecillas independientes en Puigcerdá, La Seo, Lérida, Fraga, Hospitalet, Port de la Selva, etc. Debajo de eso, la gente común, el vecindario pacífico, suspirando por un general que mande, y que se lleve la autonomía, el orden público y la FAI en el mismo escobazo”.
 
   (…) “Cuando empezó la guerra, cada ciudad, cada provincia quiso hacer su guerra particular. Barcelona quiso conquistar las Baleares y Aragón, para formar con la gloria de la conquista, como si operase sobre territorio extranjero, la gran Cataluña. Vasconia quería conquistar Navarra; Oviedo, León; Málaga y Almería quisieron conquistar Granada; Valencia, Teruel; Cartagena, Córdoba. Y así otros. Los diputados iban al Ministerio de la Guerra a pedir un avión para su distrito, “que estaba muy abandonado”, como antes pedían una estafeta o una escuela. ¡Y a veces se lo daban! En el fondo, provincianismo fatuo, ignorancia, frivolidad de la mente española, sin excluir en ciertos casos doblez, codicia, deslealtad, cobarde altanería delante del Estado inerme, inconsciencia, traición. La Generalidad se ha alzado con todo. El improvisado gobierno vasco hace política internacional. En Valencia, comistrajos y enjunques de todos conocidos, partearon un gobiernito. En Aragón surge otro, y en Santander, con ministro de Asuntos Exteriores y todo. ¡Pues si es en el ejército! Nadie quería rehacerlo, excepto unas cuantas personas, que no fueron oídas. Cada partido, cada provincia, cada sindical, ha querido tener su ejército. En las columnas de combatientes, los batallones de un grupo no congeniaban con los de otro, se hacían daño, se arrebataban víveres, las municiones…
   
   “En Valencia, todos los pueblos armados montaban grandes guardias, entorpecían el tránsito, consumían paellas, pero los hombres con fusil no iban al frente cuando estaba a quinientos kilómetros. Se reservaban para defender su tierra. Los catalanes en Aragón han hecho estragos. Peticiones de Aragón han llegado al gobierno para que se lleve de allí las columnas catalanas. He oído decir a uno de los improvisados representantes aragoneses que no estaba dispuesto a consentir que Aragón fuese “presa de guerra”… En los talleres, incluso en los de guerra, predominaba el espíritu sindical. Prieto ha hecho público que mientras en Madrid no había aviones de caza, los obreros del taller de reparación de Los Alcázares se negaban a prolongar la jornada y trabajar los domingos… Después del cañoneo sobre Elizalde, en Barcelona, no quieren trabajar de noche. Valencia estuvo a punto de recibir a tiros al gobierno cuando se fue de Madrid. Les molestaba su presencia porque temían que atrajese los bombardeos. Hasta entonces no habían sentido la guerra. Reciben mal a los refugiados porque consumen víveres. No piensan que están en pie gracias a Madrid.”  
 
Relatos de la republicana Clara Campoamor
 
   Impulsora del sufragio universal en España, así como de la primera Ley del Divorcio. Diputada del Partido Republicano Radical. Masona, iniciada en la logia de adopción “Reivindicación” dependiente de la Logia Condorcet, del Gran Oriente Español en Madrid.
 
   El alzamiento civico-militar le sorprendió en Madrid, donde asistió al terror “miliciano”, huyendo de la capital, marchando a Alicante para embarcar vía Génova y llegar a Suiza.
 
   En 1937 escribió: “Solamente en la Casa de Campo se encontraban de 70 a 80 cadáveres cada mañana. Un día, el gobierno hubo de confesar que había 100 muertos”.
 
   “En mayo de 1937 estalló una guerra civil interna entre socialistas y comunistas, de un lado, y trotskistas del POUM y anarquistas del otro. Guerra civil con muchos crímenes que evidencia lo que hacían a los católicos y derechistas si eso se hacían entre ellos. Para colmo, Juan Negrín, ministro de Hacienda, con la aquiescencia del socialista Largo Caballero envía a la Unión Soviética el oro del Banco de España, que nunca será recuperado, pese a que todas las compras de armamento lo fueron al contado”.  
 
Depuración republicana en la guerra
 
   Con el apoyo de los periódicos y con su cese ratificado en la Gaceta (actualmente Boletín Oficial del Estado, BOE) fueron depuradas y enviadas al desempleo numerosas personas en empresas privadas y en la administración sólo por su condición política, religiosa o social o por supuesta desafección al régimen. Además, al ser publicados en la Gaceta los nombres de los depurados, les hacía blanco directo de las checas, paseos o de otras represalias.
   
   El Decreto de 21 de julio de 1936 del gobierno republicana cesaba, es decir, depuraba a todos los empleados públicos que fueran notoriamente enemigos del régimen. Dichos conceptos eran tan vagos que servían para expulsar de la administración por el mero hecho de ser de derechas o católico, o sencillamente, ser enemigo de un cargo público importante. Ello afectó a trabajadores de ayuntamientos, correos, telefónica, juzgados, bancos, guardia civil y resto de organismos.
 
   El 21 de agosto de 1936 se aprobó un decreto que permitía al Consejo de Ministros republicano cesar, es decir, depurar aún en el caso de que no se pudiera decretar como enemigo del régimen a una persona. Que fue ampliada aún más por un decreto de octubre de 1936.    
 
Religión en la zona republicana
 
   En la zona Nacional se produce una recuperación de la práctica religiosa, que contrasta con la zona roja, en la que se prohíbe el culto, se destruyen las iglesias o se trasforman en almacenes, se asesina a católicos, sacerdotes y monjas y se expropian las propiedades eclesiásticas. Todo ello aparejado con la destrucción de millares de obras de arte de incalculable valor, perdidas para siempre.
 
   Fueron asesinados por miembros del bando republicano y por motivos religiosos:
 
– 13 obispos (Nieto, de Sigüenza; Huix, de Lérida; Laplana, de Cuenca; Asensio, de Barbastro; Serra, de Segorbe; Basulto, de Jaén; Borrás, de Tarragona; Esténaga, de Ciudad Real; Ventaja, de Almería; Medina, de Guadix; Irurita, de Barcelona; Ponce, de Orihuela; y Polanco, de Teruel).
– 4.184 miembros del clero secular, seminaristas incluidos.
– 2.365 religiosos.
– 283 monjas.
 
   A parte fueron asesinados varios miles de personas no tanto por razones políticas sino religiosas.
 
   Salvador de Madariaga, nada sospechoso de “nacional”, escribió en su “Ensayo de Historia Contemporánea”, Buenos Aires, 1955. “Nadie que tenga buena fe y buena información puede negar los horrores de esta persecución. Que el número de sacerdotes asesinados haya sido de dieciséis mil o mil seiscientos, el tiempo lo dirá. Pero que durante muchos meses y aun años bastase el mero hecho de ser sacerdote para merecer la pena de muerte, ya de muchos tribunales más o menos irregulares que como hongos salían de los pueblos, ya de revolucionarios que se erigían a sí mismos en verdugos espontáneos, ya de otras formas de venganza o ejecución popular, es un hecho plenamente confirmado. Información a modo de ejemplo en la página sobre la cultura religiosa en Valencia monumental. También se puede ver en la Gaceta de Madrid, como la de 17/10/36 en la que el gobierno republicano del Frente Popular se incauta la iglesia de las Salesas Reales de Madrid para el Ministerio de Justicia, apropiándose igual los objetos de culto”.  
 
Represión indiscriminada por el Frente Popular
 
   No hay clases sociales para la represión del Frente Popular, y así abarca desde la clase trabajadora hasta los maestros.
 
   Está extendido el supuesto de que las víctimas de las milicias republicanas eran capitalistas y religiosos, respetándose al pueblo trabajador. Aun cuando ello nunca debiera servir de justificación para el crimen, ello es completamente falso, y como muestra un botón. Veamos las muertes políticas en un pueblo medio de una provincia típica de la zona republicana. Así, vecinos de un pueblo como Carlet (Valencia) murieron asesinados 5 personas de profesiones liberales (ingeniero, médico, veterinarios y oficial notaría); 6 industriales y propietarios; 1 guardia civil; 2 religiosas (Teresa Rosat Balasch y Josefa Romero Clariana de 61 y 65 años de edad), el secretario del ayuntamiento (Alfonso Pellicer Vanaclocha) y 10 labradores (José García García, 18 años; Salvador García Ferrer, Eduardo Hervás Bello, Bartolomé Borrás Monzó, José Peris Vanaclocha, Ernesto Peris Vanaclocha, José Miguel Lacuesta, Francisco Montesinos Pérez, Andrés Primo Casp y José Casanovas Arlandis); 2 albañiles (José Picó Vanaclocha por ser de Acción Católica, y José Quiles Tomás); 1 maestro (Eduardo Primo Marqués); 1 zapatero (Virgilio Pellicer Vendrell); 1 ama de casa (Trinidad Hervás Martínez, de 38 años) y el ordinario del lugar (José Fabra Sanz). Como se ve el colectivo más castigado es el de los labradores.
 
   Los crímenes producidos durante la Guerra en la que ella misma se llamaba zona roja son millares, por lo que es de imposible enumeración, si bien existe numerosa bibliografía al respecto, incluso con listado de víctimas.
 
   Serían ejecutados en la zona republicana entre 60.000 y 75.000 personas (unos 25.000 en la zona nacional). En Madrid fueron asesinados por el Frente Popular unas 17.000 personas (sólo en noviembre de 1936 en Madrid fueron aniquilados 6.775 personas). A todo ello hay que añadir el instinto criminal que caracterizó a socialistas y comunistas con el empleo de las terroríficas checas, tan extendidas en Madrid, Barcelona y Valencia.
 

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