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Cuando los obispos ensalzaban a Franco como «un hombre providencial, el Caudillo de los españoles», por Álex Navajas
Álex Navajas
Más de 40 prelados elogiaron en sus homilías la figura del general tras su fallecimiento, y Tarancón llegó a mostrar su dolor «por la muerte de alguien a quien sinceramente queríamos y admirábamos»
Cuando el 20 de noviembre de hace 50 años el general Francisco Franco exhalaba su último aliento, se trataba de una figura querida, respetada y admirada por la mayoría de los españoles. Ese respeto y aprecio era también la tónica habitual entre los obispos de la Conferencia Episcopal de entonces, y más de 40 de ellos tuvieron palabras laudatorias para el Jefe de Estado recién fallecido durante las misas de funeral que celebraron en sufragio por su eterno descanso.
Muchas de esas intervenciones vienen recogidas en el libro La Iglesia reconoció a Franco (Producciones Armada), y resulta cuanto menos llamativa la enorme diferencia de lo que afirmaban del general Franco los prelados que le conocieron a lo que manifiestan algunos obispos en la actualidad. Los primeros veían en el Caudillo «un hombre providencial» que fue «el elegido por Dios para, en medio del desorden y las actividades contra la Patria y la religión, dirigir una cruzada –que no Guerra Civil– e instaurar de nuevo los dos valores supremos: Dios y la Patria». El que así se expresaba era monseñor Luis Franco Cascón, obispo de Tenerife.

El cardenal Tarancón visita a Franco
Los prelados que glosaban la figura de Franco no eran exclusivamente los más cercanos ideológicamente al régimen. El cardenal Vicente Enrique Tarancón, a la sazón arzobispo de Madrid-Alcalá y reconocido por sus postulados más progresistas, afirmó: «En esta hora nos sentimos todos acongojados ante la desaparición de esta figura auténticamente histórica. Nos sentimos, sobre todo, doloridos ante la muerte de alguien a quien sinceramente queríamos y admirábamos».
Las palabras de Tarancón sobre Franco
«Hay lágrimas en muchos ojos, y yo quiero que mis primeras palabras de obispo sean para recordar a todos, a la luz de nuestra fe cristiana, que los muertos no mueren del todo… Y este amor de Dios de Franco es el que yo sí puedo elogiar en esta hora. Cada hombre tiene distintas manera de amar. La del gobernante es la entrega total, incansable, llena a veces de errores inevitables, incomprendida casi siempre, al servicio de la comunidad nacional… Creo que nadie dudará en reconocer aquí conmigo la absoluta entrega, la obsesión diría, con la que Francisco Franco se entregó a trabajar por España, por el engrandecimiento material y espiritual de nuestro país, con olvido incluso de su propia vida. Ha muerto uniendo los nombres de Dios y de Espada… Gozoso porque moría en el seno de la Iglesia, de la que siempre ha sido hijo fiel… Si todos cumplimos con nuestro deber, con la entrega con que lo cumplió Francisco Franco, nuestro país no debe temer por el futuro…».

La portada del libro ‘La Iglesia reconoció a Franco’ Producciones Armada
El cardenal Marcelo González, para muchos, el contrapeso a Tarancón, rogó en las exequias por el general para que «brille la luz del agradecimiento por el inmenso legado de realidades positivas que nos deja ese hombre excepcional». «Esa gratitud que está expresando el pueblo y que le debemos todos, la sociedad civil y la Iglesia, la juventud y los adultos, la justicia cristiana, a la que quiso servir Francisco Franco y sin la cual la libertad es una quimera, nos habla de la necesidad de Dios en nuestras vidas», añadió el entonces arzobispo de Toledo.
De todas las diócesis españolas
Las palabras laudatorias provenían de todas las diócesis españolas. En Barcelona, el cardenal Narciso Jubany, reconocía que «somos testigos de las múltiples manifestaciones de los sentimientos religiosos del ilustre difunto. Hemos constatado su gran espíritu patriótico y hemos admirado su total dedicación al servido de España». Monseñor Doroteo Fernández, obispo de Badajoz, llegaba a referirse a «el perfil sobrehumano de su figura: la del soldado invicto, espejo de las mejores virtudes castrenses, la del estadista, timonel taumaturgo de la nave de la patria, siempre segura en sus manos; la del político que estructura instituciones de cara al futuro, hoy ya presente, con el macizo programa que permita a su pueblo el logro de los más nobles ideales».

El arzobispo de Toledo, cardenal Marcelo González oficia el funeral de «corpore insepulto» en la Plaza de Oriente de Madrid, presidido por los Reyes de España. En la fotografía: Rafael Giosco, vicepresidente de República Dominicana; Imelda Marcos, primera dama de Filipinas; Augusto Pinochet, Jefe de Estado de Chile, y su esposa Lucía HiriartCuadrado / Europa Press
El propio monseñor Antonio Añoveros, obispo de Bilbao, célebre por el incidente que protagonizó en 1974 con el presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, y que obligó a que el propio Franco terciara, afirmó tras su fallecimiento que «es, sin duda, un hombre para la historia y es también y sobre todo un hombre para Dios». El prelado navarro destacó del Jefe del Estado su «permanente dedicación a sus ideales, su arriesgada vocación militar al servicio de la patria desde su juventud, su entrega a las dificilísimas tareas de gobierno supremo en casi cuarenta años».
El obispo de Ciudad Real, monseñor Juan Hervás y Benet, pareció captar el estado de ánimo general en el país: «El luto nacional que guardamos no es tanto el fruto de una disposición legal, cuanto al espontáneo y común sentir de nuestro pueblo que ha ido siguiendo atenta y ansiosamente, día a día, y noche tras noche, la dolorosa enfermedad del Jefe del Estado, como si se tratara de una persona entrañablemente familiar».
«Todo un pueblo que se siente dolorido y apenado»
En Córdoba, su obispo monseñor José María Cirarda, pronunciaba una homilía en la que destacaba los que, a su parecer, eran los grandes logros del Jefe de Estado recién fallecido: «España ha cambiado su faz en estos últimos cuarenta años: se han universalizado la instrucción y la cultura, se ha elevado el nivel de vida de las gentes, nuestras leyes sociales se han transformado». El obispo de Coria-Cáceres, monseñor Manuel Llopis, elevaba esta plegaria a Dios: «Mirad, Señor, cómo llora España porque acaba de perder a quien le dio la paz, la tranquilidad, el progreso, la tecnificación, la elevación del nivel de vida, la industrialización y lo que para muchos es más grato; que imprimió en su vida y supo transmitirnos un acendrado ejemplo de vivir en el seno de la Iglesia católica y morir con la bendición de Dios». Después añadió: «Si estuviéramos fuera del templo y en un acto extralitúrgico, podría yo hacerme eco de su talento político y de sus dotes de insigne estadista, pero ante el altar de Dios y en un acto de sufragio, lo que vale es todo un pueblo que se siente dolorido y apenado y por eso reza implorando, confiadamente, la infinita misericordia de Dios sobre el Caudillo que acaba de perder».
Monseñor José Guerra Campos, obispo de Cuenca, hizo toda una crónica del momento: «Esta mañana he estado cinco horas de pie en un rincón próximo al cuerpo yacente de Francisco Franco, viendo pasar a mi lado el desfile prieto, inacabable, de un pueblo que, para verlo un instante, soporta horas de espera». «Casi he tocado su emoción, sus lágrimas, sus llantos. He admirado, como otros muchos testigos, la impresionante participación de los jóvenes. Por primera vez en la vida hemos comprobado muchos cómo el homenaje respetuoso de un pueblo a su gobernante tenía la misma vibración conmovedora de un duelo familiar. El mensaje póstumo de Francisco Franco es emocionadamente aleccionador. Espléndida profesión de fe en Cristo y en la Iglesia. Una manifestación de finura evangélica, según las Bienaventuranzas; finura en el perdón; finura en el agradecimiento. Unos consejos de gobernante cristiano para la gran familia cristiana que es, gracias a Dios, la sociedad civil española», observaba el obispo de Cuenca.
Las palabras de Suquía
Algo similar opinaba el obispo de Málaga, monseñor Ramón Buxarrais, al citar el testamento de Franco: «Sus palabras de perdón e invitación a seguir el camino de una convivencia pacifica, son todo un programa de acción para los que continuaremos tejiendo la historia». Monseñor Miguel Moncadas, obispo de Menorca, constataba que «nuestro Jefe de Estado ha desaparecido de nuestra vista. Sus ojos no ven ya la luz de este mundo. Cuesta aceptar el escándalo de la muerte. Nuestra nación está triste, está de luto».

La comitiva del entierro en el Valle de los Caídos de Francisco FrancEuropa Press
El arzobispo de Oviedo de entonces, y que unos años después sería el presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), monseñor Gabino Díaz Merchán, lamentó que «el Generalísimo nos ha dejado». «Ocupa desde ahora un puesto indiscutible en nuestra historia patria», subrayó, y añadió que el fallecido tuvo «abundantes ocasiones para ejercitar, con la ayuda de la gracia divina, la generosidad de su entrega personal al servicio de los españoles».
Medio siglo después
En su discurso del pasado martes en la apertura de la 128ª Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, monseñor Luis Argüello, arzobispo de Valladolid y presidente de la CEE, rememoraba que «hace cincuenta años la mayoría de los obispos de España, hombres que habían conocido guerra y posguerra, dedicaron a Franco palabras de elogio y agradecimiento, además de pedir sufragios por su alma y orar por el futuro inmediato de España». Monseñor Argüello hizo un rápido repaso de las relaciones entre la Iglesia y el Estado durante el franquismo, un recorrido que va «de la adhesión a Franco al distanciamiento crítico en la línea del Concilio Vaticano II y el pontificado del Papa Pablo VI».
A su juicio, se trató de «una relación singular», que «comienza con el apoyo de la carta colectiva de 1937 y el agradecimiento ante la extraordinaria persecución religiosa sufrida con miles de muertos y represaliados por razón de su profesión católica» y concluye con «un distanciamiento entre la Iglesia y el régimen del general Franco» que se produciría desde 1958.
Sea como fuere, la Iglesia –y España– ha cambiado en este medio siglo. De eso no cabe duda.
