Declaraciones del Caudillo a Henri Massis

 
 
 
18 de agosto de 1938    
 

 
Henri Massis Amedee Félix, nació en París el 21 de marzo de 1886. Fue un crítico literario, ensayista, historiador, político y literario. Creó revistas como Roseau d’Or y el World. Comprometido con la Acción Francesa, participó en el régimen de Vichy. Murió en París el 17 de abril de 1970.
 
Declaraciones de Franco a Henri Massis
 
   He aquí una confusión (sus sentimientos con respecto a Francia) que, aquí menos que en cualquier otra parte, podría producirse, Pero, más que en otras partes, sabemos también hasta qué abismos la barbarie marxista puede conducir a un noble país, Porque es precisamente el alma, el espíritu, contra el que dirige sus ataques y el espíritu español había sufrido ya tan profundamente sus ataques que empezaba a desaparecer en España.
 
   Desde hace años, venía siguiendo las devastaciones de una empresa de descomposición mental y moral que iba extendiéndose a todas partes, a la escuela, al cuartel… Como militar, había tenido entre mis manos las instrucciones dadas por el Komintern con la finalidad de ir desorganizando sistemáticamente nuestro Ejército…     
 
   Había tenido conocimiento de los documentos que se referían a la destrucción de las iglesias y de los conventos, y poseíamos la lista de los mejores españoles que debían ser asesinados; conocíamos el día, la fecha de ello… ¡Ojalá nuestro ejemplo pueda servir a Francia, y mostrar a todos los franceses dónde están los verdaderos enemigos de la civilización! Porque nuestro levantamiento no interesa sólo la existencia de España. Lo he dicho creo que con razón: Nuestra lucha rebasa las fronteras nacionales; ha tomado la forma de una Cruzada en la cual se juega la suerte de Europa y es a España a quien vuelve a corresponder el honor de defender una fe, una civilización, una cultura común a Francia y a nosotros, y que el bolchevismo pretende destruir.
 
   Pero Francia no quiere conocer otro peligro que no sea el alemán, lo cual, por otra parte, se explica. También parece que lo que más temen los franceses en nuestro país es precisamente la influencia de Alemania, a causa de la ayuda que nos ha prestado. Esta ayuda ¿cómo vamos a olvidarla? En una hora particularmente difícil y confusa nos facilitó lo que nos faltaba… y faltaba en absoluto. La fe en el triunfo, sí la teníamos, pero nada más. Alemania nos facilitó el material de que carecíamos para luchar contra la maquinaria bélica rusa de que los rojos disponían en abundancia. Pero todo lo hemos pagado, y lo hemos pagado al contado. Gracias a nuestras riquezas agrícolas, a nuestras actividades industriales, gracias al estado de nuestras finanzas no hemos tenido que contraer deudas con nadie.
 
   Pero, pregunto por mi parte, ¿en el orden intelectual no hay riesgo de que el germanismo experimente un aumento de prestigio entre los españoles?
 
   Única y exclusivamente en casos de individualidades aisladas y esto por razones científicas o técnicas antes que por afinidades espirituales. Nuestras concepciones del mundo, nuestras tradiciones nacionales, nuestros caracteres son demasiado diferentes para que pueda establecerse jamás un contacto en profundidad.
 
   Nuestro Movimiento no corre peligro alguno de sufrir deformaciones extranjeras. Tampoco corre el peligro de “fascistizarse” y aún menos de “marxificarse”.
 
   El fascismo, ya que esta es la palabra que se emplea, el fascismo representa por dondequiera que se manifieste, caracteres tan variados como lo son los países y sus temperamentos nacionales. Constituye esencialmente una reacción de defensa del organismo, una manifestación del querer vivir, del no querer morir, que, en ciertos momentos se apodera de todo un pueblo.
 
   Además, cada pueblo reacciona también a su manera y según su concepción de la vida. ¡Nuestro levantamiento es de sentido español! ¿Qué puede haber de común entre nuestro Movimiento y el hitlerianismo que fue, ante todo, una reacción de sentido alemán contra el estado de cosas engendrado por la derrota y la abdicación y la desesperación que la siguieron? La mística racista, no podría, además, explicarse más que por la falta de unidad religiosa de Alemania dividida entre protestantes y católicos.
 
   Añadid para explicar las violencias anticatólicas de los nazis, el papel que ha desempeñado el catolicismo como partido político durante los años de Weimar. Por su alianza con la social democracia había terminado por aparecer como una minoría confesional dirigida contra la nación.
 
   Nosotros somos católicos. ¡En España se es católico o no se es nada! Incluso entre los rojos, aquel que reniega de su fe sigue siendo católico, aunque no sea más que por oposición al no católico… porque, aquí y allá, en Burgos como en Valencia, en Salamanca como en Barcelona, se trata del mismo pueblo, de la misma raza. Nuestra unidad, nuestra fraternidad, la encontramos dentro del catolicismo… Allí encontramos también nuestra concepción del mundo y de la vida. Este carácter católico bastaría para distinguir del estadismo mussoliniano o del racismo hitleriano, nuestra Revolución española que es una vuelta integral a la verdadera España, una reconquista total.
 
   Pero lo que la distingue aún más de la italiana y de la alemana es que, para .librar nuestro país de los bolcheviques, hemos tenido que hacer la guerra  –¡y qué guerra!–. Sí, para rechazar esta invasión al mismo tiempo espiritual, política, social y militar, nos hemos visto obligados a hacer la guerra en el suelo de la Patria entregada de antemano al extranjero bajo pretexto de ideología común. Pues bien, esta necesidad trágica no han tenido que experimentarla ni Alemania ni Italia. Los sacrificios que antes de triunfar, los fascistas o los nazis, sufrieron en sus filas, no ascienden, en su totalidad a la cifra de las pérdidas que sufrimos desde 1931 hasta julio de 1936, es decir, durante el período anterior a la sublevación nacional. ¡Y desde que empezó la guerra han caído cerca de un millón de españoles!
 
   También queremos nosotros que de esta guerra cruel salga la salud de nuestro pueblo porque es para el pueblo español para quien nosotros trabajamos. El espíritu democrático y parlamentario se había introducido en nuestras instituciones y la democracia que de hecho veníamos siguiendo desde hace más de un siglo, aquella democracia no es la verdad; no engendra más que el error y el mal. No, este no es el camino que deben seguir los que desean verdaderamente el bienestar del pueblo y su prosperidad. ¡No conduce más que a las catástrofes!
 
   Nosotros crearemos la verdadera democracia, no la que de democracia sólo tiene el nombre y que permite la explotación de los débiles por los fuertes, queremos reconstruir una sociedad sana, una democracia que sea digna del hombre y le dé la conciencia, de la dignidad de su estado. Esta reforma, la hemos empezado ya, porque al mismo tiempo que guerreamos para reconquistar España, organizamos la paz social y preparamos el porvenir. No me refiero a la paz cívica, que es su condición previa, porque en toda la España reconquistada, en el Sur como en el Norte, usted ha podido constatar –¿no es verdad?– que esto ya es un hecho consumado. ¿Se ha dado usted cuenta de que vivimos en un país en guerra civil?  
 
   Lo he dicho en reiteradas ocasiones: No queremos una España dominada por un solo grupo, sea éste el que sea, se llame capitalista o proletario. Es preciso borrar de una vez para siempre los prejuicios de lucha de clases. Pero, para ello, es preciso que no haya ociosos, parásitos y parados. La vida fácil, superficial y vacía, de no hace mucho tiempo, ya no es posible. ¡Esta vida ya no debe existir! En nuestra España ya no caben estas vanidades ni estos vicios. Ni el espíritu de cautela ni el egoísmo de los ricos podrán desviarnos del camino que nos hemos trazado. Es un camino que conduce hacia nuevas virtudes; se llama austeridad, moral, trabajo.
 
   Nuestro Movimiento no es la resurrección de leyes injustas, de privilegios abolidos para siempre. ¡Lo que deseamos es el saneamiento material y moral de todo el pueblo español, en un espíritu de fraternidad humana que tiene su origen de los preceptos del Evangelio!
 
   España es un país privilegiado que puede bastarse a sí mismo. Tenemos todo lo que nos hace falta para vivir, y nuestra producción es lo suficientemente abundante para asegurar nuestra propia subsistencia. No tenemos necesidad de importar nada, y es así como nuestro nivel de vida es idéntico al que había antes de la guerra. Ignoramos los problemas que se plantean en las naciones demasiado pobladas. En España hay, debe haber, trabajo para todos. Se trata sólo de distribuirlo bien; y en este respecto exigiremos también que cada uno cumpla con su deber.
 
   También el nuevo régimen que se impondrá en España –que por un cierto tiempo deberá mantener la dictadura– este nuevo orden político, habrá de ser necesariamente totalitario. Yo lo definiría así: un régimen autoritario de integración nacional. Porque, después de un tal desplazamiento, una división tan cruel, será necesario antes unificarlo de manera enérgica, volver a crear los beneficios de la unidad. Sí, rehacer la unidad entre los hombres de España, la unidad entre las clases, la unidad entre las regiones, reincorporar a todos los españoles a la Patria común, restableciendo para todos el orden de la Patria. ¡Y que no se equivoquen; el principio de autoridad, de orden, de jerarquía que será preciso restablecer con toda severidad, no los invocaremos sólo porque somos militares! Estos principios nadie podrá eludirlos. Se imponen a quien quiera ordenar las fuerzas complejas de España para que puedan funcionar regularmente, normalmente.
 
   Más si es indispensable reaccionar contra los excesos del individualismo, de las peculiaridades españolas, contra las tendencias separatistas que nos han causado tanto mal; si es preciso realizar la verdadera unificación de España, lo que nosotros llamamos su “unidad de destino”, los principios en que se inspira nuestra Revolución Nacional se basan, como ya le dije, en la noción de la “persona humana”. Para nosotros, la integridad espiritual y la libertad del hombre son valores intangibles y he aquí lo que diferencia también nuestra doctrina de las doctrinas totalitarias que todo lo atribuyen al Estado; es esto lo que da su carácter propio, lo que la especifica entre todas las demás doctrinas. Pero es tan específicamente española por ser precisamente tan específicamente católica. Como decía José Antonio, y con ello expresaba el pensamiento de todos: “No se puede respetar la libertad humana más que considerando al hombre tal como nosotros lo consideramos, es decir, como depositario de valores eternos, como la envoltura carnal de una alma susceptible de salvarse o de perderse”.
 
   Pero nadie tiene el derecho de hacer de su libertad un instrumento contra la unión, la fuerza y la libertad de la Patria.
 
   En el orden cultural, como en el orden social, del que acabo de hablarle ahora mismo, el nuevo Estado español actuará como un Estado católico, porque debemos reconquistar también nuestro universo espiritual cuya atracción, cuya llamada y cuyo esplendor queremos que brillen de nuevo, para rechazar a la sombra, de donde jamás debieron salir todas las malas costumbres extranjeras que tan perniciosamente habían llegado a seducir a cientos de nuestros intelectuales. ¡Para los intelectuales de alma y pensamiento españoles, hay aquí una tarea magnífica! No se trata de restaurar nuestro humanismo, de rehabilitar nuestra Historia, nuestra ciencia, porque un pueblo puede improvisarlo todo excepto su cultura intelectual.
 
   Ha de poderlo (se refiere a si el Clero está en condiciones de ayudar a la reforma de España). Deberá permanecer menos al margen, mezclándose más en la vida intelectual de España. La enseñanza religiosa no debe limitarse a la infancia. Es una cultura superior, de carácter filosófico de que tienen necesidad las juventudes universitarias, porque a esa edad es cuando se busca el sentido de la vida, en que a través de los grandes sistemas, se forma una idea del universo, de la humanidad, de su propio destino y, al mismo tiempo, de sus deberes. La verdad de la doctrina no importa aquí menos que la pureza del corazón.
 
   Nuestro Movimiento no debe carecer de doctrina porque la doctrina sola es la que puede restituir sentido de España que había terminado por desaparecer, en demasiadas almas. España no realizará íntegramente su revolución más que volviendo a ser fiel a sí misma, más que volviendo a encontrar el orgullo de su ser, más que haciendo de su espíritu una realidad que la permita elevarse nuevamente por encima del resto del mundo. Nadie debe temer que nos atribuyamos un imperialismo agresivo, conquistador. ¡Lo que reivindicamos es un imperialismo esencialmente espiritual, capaz de hacer brillar las ideas que encarnan la Hispanidad! ¡Esta noción de “Hispanidad”, que hoy inspira y afirma nuestra defensa de la civilización de Occidente, es la que, mañana, legitimará la misión imperial de España tal como acabo de definírsela! España, que ha dado continentes inmensos a la cristiandad, que ha dotado al género humano de tesoros incalculables, España no sabría renunciar a esa misión.
 
   Como usted ve, tenemos ante nosotros una tarea inmensa a realizar, una tarea de una grandeza que asusta y que bastará durante largos años para movilizar nuestros pensamientos, para absorber nuestra acción de una manera completa. ¡Desde ahora, tenemos todo un porvenir que construir!
 
   Seremos también un Estado que no tendrá otras aspiraciones que la de vivir en paz con las demás naciones. Con respecto a Francia nuestro interés es que sea fuerte, porque se trata de la paz del mundo, y nosotros tendremos necesidad de esa paz para rehacer, para organizar lo conquistado a tanto precio.
 
   Tengo confianza, sobre todo cuando pienso en que con nosotros esta la juventud, que se bate hoy con tanto heroísmo y abnegación y que no se apasiona menos por la obra de resurgimiento nacional. Sin ella, sin esta fuerza nueva, y el puro ímpetu que imprime a todo, ¿qué podríamos nosotros? ¡Es ella la que hará la Nueva España!
 
   Sí, en Francia, son patriotas. El francés se levantará siempre para la defensa de su Patria, pero una vez pasado el peligro, olvida, deja destruir lo que ha defendido con tanto cariño. Y he aquí la mayor estupidez de los regímenes democráticos, inútilmente sangrientos. Por no introducirlas en seguida en las ideas, en las costumbres, de organizarlas en algo que prolongue sus beneficios, se pierden las virtudes de los sacrificios más sublimes. ¡Y Dios sabe que vuestro pueblo es capaz de ello!
 
   ¿Cómo el mismo pueblo puede permitir que sus hijos queden indefensos contra las teorías de maestros comunistas que los contaminan? Nosotros lo hemos conocido todo. ¡Es terrible! ¡Así es cómo se asesina moralmente un país, cómo se le conduce al abismo! ¡Pero este peligro también los franceses lo desconocen! Por consiguiente no todo consiste en guerrear con valor.  
 
   Además, ¿qué se puede esperar hoy de una guerra? ¡La guerra sería el fin de Europa! ¡Una guerra general como la que Moscú pretende desencadenar en Occidente para destruir su civilización y realizar lo que gracias a nosotros la barbarie asiática no ha podido todavía conseguir, una guerra así rebasaría en potencia destructora todo lo que se ha visto hasta ahora!
 
   ¡No sería comparable a nada de lo que ha habido si se juzga sólo por lo que está sucediendo en España!
 
   La guerra que estamos haciendo nosotros es atroz ¡y nosotros no hacemos una guerra total! ¡Nosotros no empleamos gases, llamas, microbios; me he negado siempre a ello! ¿Pero, para un enemigo extranjero, se tendrían consideraciones parecidas? De la misma manera, los bombardeos que llevan a cabo nuestras escuadrillas están dirigidos estrictamente contra los objetivos militares. ¡No se trata de destrucciones sistemáticas ni de aniquilación de ciudades! Estas ciudades son ciudades españolas. No operamos en un país extranjero. ¿Y qué interés tendríamos nosotros en destruir lo que habrá que reconstruir mañana? ¡Todo lo dejamos a los rojos y a su frenesí impotente! Y sin embargo, es a nosotros a quienes se acusa de hechos parecidos. ¡La propaganda de la mentira conoce también el empleo del silencio! ¿Por qué no se dice nada cuando aún ayer, en Burriana, en Nules, ciudades enteras, son destruidas deliberadamente por los rojos? Se trataba de ciudades ricas y encantadoras, con construcciones completamente modernas. Para ahorrarles las injurias de la guerra nos hemos limitado a cercarlas. Pero cuando los rojos se vieron perdidos no esperaron ni siquiera a que los habitantes hubieran terminado la evacuación de sus casas para incendiar manzanas enteras, y para volarlas con dinamita. Cuando nosotros entramos en ellas no encontramos más que ruinas en llamas. Pues bien, estos crímenes no dan lugar a protesta alguna por parte de esas almas sensibles que siempre están dispuestas a indignarse por los hechos que se nos atribuyen, y que nosotros no cometemos.