El agua en la era de Franco, por Gonzalo Fernández de la Mora y Mon

 

 
Gonzalo Fernández de la Mora y Mon

Razón Española nº 206. Noviembre-Diciembre 2017

 
 

         Leo en El País de 31 de mayo un artículo de Juan Benet titulado «Sequía y crisis», que contiene algunas inexactitudes, de hecho y de interpretación, y omisiones esenciales.

1. Escribe el autor: «Cuando amenaza la sequía, surge la polémica sobre los aciertos y errores de las obra hidráulicas ejecutadas». Lo que el autor denomina sequía es, en realidad, la hipersequía, puesto que, España, como demuestra cualquier mapa pluviométrico de Europa, es uno de los países con menos precipitaciones medias. Los datos rigurosos se conocen desde finales, del siglo pasado (véase la clásica monografía de A. Angot: Régime des pluies de la península Ibérique). Salvo en los aledaños pirenaicos y en la cornisa cantábrica, donde hay prados, lo que domina en el resto de nuestro territorio son los secarrales. En la mitad de España las precipitaciones anuales son inferiores a 500 mm. En el sureste, las Canarias y Aragón, hay zonas semidesérticas. El problema del agua en España es geográfico y crece a medida que la demanda aumenta. El deber de los gobiernos es afrontarlo con previsión y adelantarse a las necesidades. Esto es lo que se hizo durante la era de Franco y no se ha hecho después.

Por ejemplo, la última presa para abastecimiento de Madrid, la del Atazar, que fue en su género la mayor de Europa, se inauguró en 1973. En aquella ocasión dije que para la década de los 90 habría que acometer nuevas obras de abastecimiento de la capital, como, por ejemplo, el trasvase del Tormes. Pero desde entonces no se ha construido ni una sola presa para este fin.

2. Escribe el autor: «Buena parte de la opinión todavía cree que la política hidráulica es, en gran medida, una herencia del franquismo». Ya los romanos tuvieron una política hidráulica, como lo demuestran el acueducto de Segovia o el embalse de Proserpina en Mérida. También los árabes, y así sucesivamente hasta llegar a la Dictadura de Primo de Rivera, pasando por el Canal Imperial de Aragón y el de Castilla. Pero, ¿cuáles son las cifras? Basta hojear el volumen de casi 400 páginas titulado Inventario de presas españolas, que presenté en 1973 al XI Congreso Internacional de Grandes Presas celebrado en Madrid. Allí, en su introducción, se escribe: «En el año 1940 la capacidad de embalse alcanzaba el volumen de 4.133 hectómetros cúbicos; en el año 1972 alcanzó 38.819 hectómetros cúbicos, es decir, casi se duplicó en los 32 años transcurridos». En otras palabras, durante la era de Franco no sólo se proyectó, sino que se realizó 10 veces más política hidráulica que en los 2.000 años anteriores. Del beneficioso impacto ecológico de estos embalses da una idea el hecho de que crearon 8.000 kilómetros de ribera interiores, casi el doble que nuestras costas marítimas. La opinión pública no está equivocada, más bien tiene una idea demasiado modesta e imprecisa de la inmensa revolución efectuada en la infraestructura hidráulica durante la Era de Franco.

3. El autor cita los planes hidráulicos de Costa, de Gasset y de Lorenzo Pardo, y se olvida de otros muchos, como el de Guadalhorce, quizás porque fue ministro de la Dictadura. Ahora bien, en el Ministerio de Obras Públicas ha habido planes viarios, portuarios, hidráulicos, etcétera, para dar y tomar. Todo proyecto inteligente es necesario y teóricamente valioso, pero el problema político se reduce a convertirlo en realidad. Por ejemplo, mi Plan Nacional de Autopistas (1970), que dio lugar a todas las autopistas que tenemos, se convirtió en simple buen deseo mío cuando los Gobiernos ucedistas y socialistas interrumpieron su ejecución. Entre unos trazos sobre el papel y millones de toneladas de hormigón bien dispuesto hay un abismo, el que separa los dichos y las obras.

4. Escribe el autor: «La política hidráulica iniciada en los tiempos de Costa». Cuando, muerto el gran regeneracionista Costa, que algunos han calificado de prefascista, se publicaron en 1911 los dos tomos de La fórmula de la agricultura española y el tomo complementario Política hidráulica, ya había en España 80 grandes presas. Y como explica el propio Costa en su primer libro citado (volumen primero, páginas 245 y siguientes), lo más importante que logró fue la ley de 6 de septiembre de 1886 para la construcción del canal de Tamrite, inaugurado en 1906. A pesar de las excelentes recomendaciones de Costa, todavía en 1940 el agua embalsada en España era relativamente mínima.

5. Acerca del plan que atribuye a Manuel Lorenzo Pardo, escribe el señor Benet que «fue cuidadosamente retirado de los despachos oficiales en 1939». Cuando yo fui ministro de Obras Públicas (1970-1974), los tres volúmenes del Plan Nacional de Obras hidráulicas, impresos en 1933, estaban en los despachos oportunos y, desde luego, en el mío. Conservo, por ser de mi propiedad particular, el ejemplar que me dedicaron, el 10 de julio de 1971, los hijos de Lorenzo Pardo para agradecer mi decisión de levantar un monumento a tan insigne ingeniero en el trasvase Tajo-Segura que él había bosquejado. No sólo no se ignoró a Lorenzo Pardo, sino que se le rindió un homenaje extraordinario y sin precedentes. Dicho esto hay que añadir que el plan fue una obra colectiva y también firmaron capítulos otros expertos como C. Sáenz García, Ángel Arráz y Joaquín Ximénez de Embrún. Pero lo más importante es que el plan fue posible gracias a los trabajos previos realizados por las confederaciones hidrográficas creadas por Primo de Rivera, como expresamente, reconocen los autores del plan, dependientes en todo momento de las curvas de aforos efectuadas en la década anterior (véase el tomo Aforos. Régimen de los principales ríos de España, 1914-1930). Y en fin, el plan publicado en 1933 tenía como importantes precedentes el Plan de Obras Hidráulicas de 1902, el de 1909, el de 1916, el de 1919 y el de Guadalhorce, desgraciadamente sólo realizados en muy modesta medida. El que se llevó a cabo fue el Plan General de Obras Hidráulicas de 1940.

          6. El autor se refiere al Plan Hidrológico Nacional que ahora está en preparación. De él sólo conozco lo que anticipa El País bajo el significativo título: «El Gobierno combatirá la sequía con un plan que cambiará los cultivos y subirá el precio del agua». Aunque se alude a embalses, la operación se presenta, sobre todo, como de «redistribución y encarecimiento del agua y abandono de ciertos cultivos». La imagen inicial del proyectado PHN es muy preocupante, porque parece relegar lo verdaderamente esencial, es decir, nuevas presas para recoger con carácter hiperanual toda el agua disponible y para que ni una gota vaya al mar sin haber sido exhaustivamente aprovechada. La solución no es «repartir la sequía» (fórmula comunista) ni «subir los precios» (fórmula hipercapitalista), sino más presas y depuradoras y mejores redes de distribución; pero todo esto no se hace con simples decretos, sino con acero, granito y cemento.

      7. Los españoles no sólo beben, sino que también riegan, principalmente gracias a la inmensa infraestructura hidráulica construida en un plazo récord durante la Era de Franco. En 1942, los regadíos afectados por obras estatales se extendían a 450.000 hectáreas, mientras en 1972 (antes del funcionamiento del trasvase Tajo-Segura que redotaría 47.000 hectáreas y pondría en nuevo riego otras 35.000 hectáreas) se elevaban a 1.655.000 hectáreas, o sea, en 30 años se habían cuadriplicado los regadíos estatales establecidos a lo largo de los dos milenios anteriores. A esto habría que añadir el millón de hectáreas de regadíos privados que en 1972 habían podido construir los particulares en una España en desarrollo y altas tasas de inversión. Y para perfilar someramente el cuadro (dejando aparte los grandes complejos de depuración de aguas, como los de Madrid) hay que recordar que la potencia eléctrica de origen hidráulico instalada en 1940 era 1.350.000 kilovatios mientras que en 1975 llegó a 12 millones de kilovatios, o sea, se decuplicó en 35 años gracias a las presas construidas. Desde 1956 pudimos exportar energía (2.333.000 kilovatios/hora en 1960 y más de un millón en 1974), mientras que ahora la importamos de las centrales nucleares francesas, amenazadoramente próximas a nuestras fronteras. Creo que los juicios hay que formularlos desde los datos (en este caso asequibles a cualquier alfabetizado) y que sólo a partir de los datos reales puede cometerse la solución de los problemas.

 Artículo de El País, 8-6-1988
 
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