EL DÍA DE LA VICTORIA, por Honorio Feito

 
 
 
 
Honorio Feito
 
 
 
   Con independencia de la valoración ideológica de cada uno, el último parte oficial, leído aquel 1º de abril de 1939, anunciando el final de la Guerra Civil 1936-1939, marcó el comienzo de una nueva etapa que hizo a España resurgir de sus escombros para llenarse de polígonos industriales, planes de desarrollo y bloques de viviendas nuevas, en los nuevos barrios que fueron ampliando el anillo geométrico de nuestras ciudades. Aquel 1º de abril, Día de la Victoria, puso fin a un trienio de enfrentamientos armados y marcó la frontera entre la destrucción (la Guerra Civil fue el colofón a un periodo de nefasto recuerdo para la convivencia), y el inicio de un futuro tan anhelado como necesario. Marcó, por otra parte, un punto de inflexión en nuestra Historia Contemporánea, caracterizado por la división de los españoles, que había comenzado tras la Guerra de la Independencia. La Guerra de la Independencia fue la última acción conjunta del pueblo español, antes de que la Constitución del año 1812 dividiera a los españoles en dos bandos antagónicos, el último signo de unidad de nuestro pueblo. Es decir, que aquel 1º de abril de 1939, con la redacción del parte oficial de la Guerra por parte del Generalísimo, y su lectura y anuncio para todos los españoles, podría haber sido también el punto y final de una de las etapas más convulsas y difíciles de nuestra Historia, la Contemporánea, a la que seguiría otra etapa marcada por el progreso y el bienestar social, que los expertos bien podrían denominar la etapa informática, tomando como referencia la popularización de esta herramienta que hoy domina o invade la vida de las jóvenes, y menos jóvenes, generaciones.  
 
 
   Aquel 1º de abril dio comienzo la regeneración, el primer movimiento capaz de obrar el milagro, pero el desarrollo tuvo unos inicios nada fáciles. Antes, incluso de terminar el conflicto, Franco ya había dispuesto una batería de medidas con las que comenzar la reconstrucción de España. Medidas que tendrían dos objetivos fundamentales: superar el trauma causado por la guerra, cuyas consecuencias eran el dolor por los perdidos, la destrucción del aparato industrial, la destrucción de las vías férreas y de las comunicaciones, la agricultura bajo mínimos de producción, la economía deprimida, la anulación, en suma, de prácticamente los sistemas de producción; el miedo y la desconfianza fruto de la lucha partitocrática y de la dictadura de la izquierda durante el régimen republicano anterior y, en definitiva, el estado de máxima depresión, el hambre y las necesidades en medio de una escombrera, tras tres años de encarnizada lucha (adjetivo para describir el empeño de los dos bandos, rasgo inconfundible del carácter español). Y, en segundo lugar, dar la necesaria estabilidad a España para devolverla al status de preferencia de las grandes naciones, perdido en el siglo anterior y que había atacado a la propia autoestima como nación tras la pérdida de su hegemonía internacional.   La batería de medidas puestas en práctica por el régimen, en el periodo inmediato al término de la Guerra, son, también con independencia del credo ideológico de cada uno, los mecanismos necesarios para la arquitectura de una política basada en la justicia social que propugnaba la Falange de José Antonio Primo de Rivera, compromiso que contó con los falangistas y también con otros sindicalistas sumados a la tara de vertebrar el futuro de España. Podemos citar algunos casos, de evidente e irrefutable ejemplo, como la Ley de subsidio familiar, del 1 de septiembre de 1939; o ese mismo año la ley del subsidio de vejez, o la que en julio del año siguiente se promulgó bajo el título de Ley del Descanso dominical y festivos, o la de diciembre de 1942, la famosa Ley del Seguro obligatorio de enfermedad…  
 
 
   Tras los difíciles años de post guerra, a los que hay que sumar los no menos difíciles de la Segunda Guerra Mundial, y su post guerra, con la lógica afectación del entorno, pero con la ayuda para reconstrucción de los americanos a través del conocido Plan Marshall, del que España, como todos saben, quedó exento, el Régimen enfocó la recta del desarrollo económico, acompañado de un permanente desarrollo social, que fue la clave, a mi modo de ver, del gran éxito de aquella España que superó todos los obstáculos para demostrar al mundo, al incluirse entre las primeras potencias industriales y convertirse en uno de los países europeos de mayor crecimiento, que no había perdido la solera de las grandes naciones. Franco no lo hubiera podido lograr sin el pueblo español, pero es seguro que el pueblo español no lo hubiera podido lograr sin Franco.  
 
 
   Es una evidencia que el reflejo, a modo de resumen en un artículo, no hace justicia a las dificultades de los tiempos duros, las carencias de una ajustada economía, y las consecuencias de un bloqueo internacional diplomático y económico. La disciplina en la gestión, la confianza en tus posibilidades, la fe, en definitiva, articulan las soluciones y despejan el panorama para un futuro más esplendoroso.  
 
 
   Retorno al comienzo de mi artículo para recordar que aquel 1º de abril de 1939, además de anunciar el final de la Guerra Civil, última vivida por los españoles en los campos de batalla, pero colofón de una larga serie de enfrentamientos a lo largo del siglo XIX, a los que hay que sumar también los reveses sufridos en el aspecto internacional, pudo haber sido además el anunció del fin de una era marcada por la división de nuestro pueblo, preso de los intereses de los partidos políticos, y de los grandes grupos de presión internacionales. Porque, tomando como referencia el conflicto armado al que nos referimos, y tras casi cuatro décadas de paz y bienestar, con el desarrollo de las políticas sociales para la población, y un desarrollo industrial y económico sin precedentes entre los países desarrollados, aquello que fue la Transición tuvo, como consigna política, destruir la figura de Franco, como Jefe del Estado que obró la recuperación y el desarrollo, sin que nadie desde la Jefatura del Estado nuevo, ni de las demás instituciones estatales, saliera al paso para detener la crítica ácida, carente de fundamento y de argumentos capaces, llegando a extremos ridículos y permitiendo que cualquier mindundi pudiera esplayarse a gusto, o emprendiendo una absurda venganza al excluir a Francisco Franco del callejero, retirar estatuas y recuerdos públicos y anular su nombramiento honorífico en cualquier ayuntamiento o diputación, medidas utilizadas tanto para sumarse a la moda de criticar el franquismo como para mostrar la incapacidad de estas corporaciones que no tienen otra cosa que ofrecer a sus ciudadanos. Porque difamar y destruir es labor de necios.  
 
 
   Lo ocurrido a partir del 20 de noviembre de 1975 es bien conocido, tal vez por ser más reciente. Los mismos males, los mismos vicios, los mismos protagonismos que desembocaron en el conflicto armado. Son los fallos de un sistema en decadencia que produce líderes cada vez más incapaces y corruptos cada vez más numerosos, y donde el egoísmo se adueña del sentido común y la cordura, pero infiere un daño irreparable en la programada destrucción de España.