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En sus instrucciones para el proyectado alzamiento militar contra el Gobierno del Frente Popular instaurado tras las elecciones de febrero de 1936, el general Mola, “Director” de aquél y Comandante Militar de Navarra, asignaba a la guarnición de la Comandancia Exenta de Asturias una misión de índole defensiva y secundaria en el conjunto de los planes generales del pronunciamiento. En virtud de las instrucciones de Mola, las fuerzas acuarteladas en el antiguo Principado debían mantener a raya a las masas populares de las cuencas mineras de la provincia y del puerto de El Musel. Cometido éste en apariencia de fácil cumplimiento, más de ardua ejecuci6n en la práctica, por cuanto aquellas masas habían protagonizado dos años atrás una revolución, la de octubre de 1934, cuya represión precisó de la intervención de las unidades más selectas del Ejército español, como el Tercio, los Regulares y los Batallones de Cazadores africanos.
En vísperas del levantamiento, ocupaba el cargo de Comandante Militar de Asturias el coronel de Estado Mayor Antonio Aranda Mata, y las unidades del Ejército a su mando se agrupaban en Oviedo, capital de la provincia, y en la ciudad marítima de Gijón, distantes entre sí ambas localidades veintiocho kilómetros. Guarnecían la capital, el Regimiento de Infantería “Milán”, con cuatrocientos hombres y una Compañía de sesenta plazas destacada en Trubia, localidad donde radicaba la Fábrica de Cañones; y un Grupo de Artillería de Montaña, de a dos baterías con un total de ocho piezas del ciento cinco, y cien artilleros. En Gijón, tenían sus cuarteles el Regimiento de Infantería de Montaña “Simancas’, con cuatrocientos hombres sobre las armas; y el Octavo Batallón de Zapadores-Minadores, éste con ciento ochenta soldados en sus filas. El Comandante Militar de Gijón lo era el coronel Antonio Pinilla Barcelón, Primer Jefe del Regimiento “Simancas”.
Más importantes que las del Ejército, eran en la provincia las fuerzas de orden público, consistentes en ocho compañías de la Guardia Civil, y cuatro de Asalto, de éstas últimas tres en Oviedo y una en Gijón. Completaban los Cuerpos armados, las tropas del Resguardo, con trescientos carabineros. En total ascendían los efectivos de la guarnición asturiana a unos tres mil hombres, de los cuales mil trescientos eran Guardias civiles, y cuatrocientos diez de Asalto.
La noticia de la sublevación del Ejército de África, acaecida el 17 de julio de 1936, la dio a conocer en Asturias el diario socialista “Avance” en su edición del sábado 18 de julio, y las organizaciones afectas al Frente Popular decretaron la huelga general poniendo en pie de guerra al proletariado de la provincia. De las cuencas del Caudal y del Nalón acudieron a Oviedo nutridos contingentes de mineros, veteranos en su mayoría de la revolución del treinta y cuatro, al tiempo que los dirigentes políticos y de clase se reunían con el gobernador civil, Isidro Liarte Lausín, en un Comité en el cual se hallaban representadas las tendencias integradas en la alianza frentepopulista, incluido el sector libertario.
Los líderes izquierdistas no abrigaban serios recelos en cuanto a Asturias concernía, así como tampoco respecto a la conducta a seguir por la guarnición militar de la provincia. La acusada personalidad del coronel Aranda, hombre de talante liberal que profesaba la fe republicana, fuera de toda sospecha, disipaba al respecto cualquier duda posible. La adhesión al Gobierno del Comandante Militar de la Provincia se daba por descontada.
De ahí que atendiendo a las urgentes peticiones que llegaban procedentes de Madrid, se dispuso en la tarde del sábado, día 18, la partida hacia la capital de España de dos expediciones de mineros, en ferrocarril una, por carretera transportada en camiones, otra. Encuadraban a los expedicionarios oficiales de Asalto, de ideología republicana. El comandante Ayza, con Martínez Dutor como segundo, asumía el mando de las columnas, de las cuales, tan sólo la vanguardia consiguió alcanzar Madrid.
Cuando el coronel Aranda dilataba con subterfugios ordenancistas la entrega del armamento que se le solicitaba, los anarquistas y comunistas del Comité le pidieron al Comandante Militar que clarificase su conducta, y se negaron a la partida hacia Madrid de nuevas columnas de mineros.
Del Ministerio llamaron al coronel los generales Castelló y Miaja, y el teniente coronel Saravia, requiriéndole para hacer entrega de las armas, a lo que Aranda se oponía con pretextos de índole reglamentaria. Hasta el momento en que, hallándose en el Gobierno Civil reunido con Liarte Lausín y el Comité del Frente Popular, le llegó un despacho telegráfico ordenándole efectuar la entrega. Con la excusa de transmitir personalmente la orden a los Jefes de Cuerpo, Aranda abandonó la reunión, en compañía del teniente coronel de la Guardia Civil, para trasladarse seguidamente al cuartel del Regimiento “Milán”.
Convocó a los Jefes, efectivamente, para comunicarles su decisión de sublevarse, según en conversación telefónica sostenida aquella misma mañana, le había prometido al general Mola. Era el día 19 de julio.
Aranda lo tenía todo dispuesto para el pronunciamiento. La víspera se había entrevistado en secreto con Pinilla, Comandante Militar de Gijón, y ambos coroneles quedaron de acuerdo en proclamar el Estado de Guerra cuando la ocasión se mostrase favorable. Previsor, Aranda había ordenado la concentración en la capital de las Compañías de la Guardia Civil, excepción hecha de la de Gijón.
Los Jefes de Cuerpo de la guarnición, coronel Recas, del “Milán”, tenientes coroneles Lapresa, de la Guardia Civil, y Ortega, de Estado Mayor; capitán de Artillería Corujedo, mostraron su adhesión al Comandante Militar, secundando su actitud. No fue citado a la junta el comandante Ros, de Asalto, de filiación izquierdista.
En el mismo telegrama recibido de Madrid ordenando la entrega del armamento, el coronel escribió de su puño y letra: “No se cumple por ser contrario al honor militar y a los verdaderos intereses de la Patria. Tómense las medidas oportunas para dominar Oviedo”.
Eran las cuatro y media de la tarde, y a partir de ese instante se precipitaron los acontecimientos. El coronel llamó a su presencia al comandante Caballero, antiguo jefe del Grupo de Asalto, depuesto por el Gobierno del Frente Popular. Caballero, con el teniente Rodríguez Cabezas como segundo, al frente de dos secciones de la Guardia Civil se presentaron en el cuartel de Santa Clara sublevando a los guardias de Asalto. En aquellos momentos se estaba procediendo a repartir armas a las Milicias Populares, y el comandante Ros, algunos guardias y varios milicianos se hicieron fuertes en el Almacén de Respetos, siendo reducidos al día siguiente, hallando Ros la muerte.
La decidida acción provocó el pánico. El Comité del Frente Popular emprendió la huida, así como también los mineros que en número de tres o cuatro mil ocupaban la ciudad. Y cuando Caballero se presentó en el Gobierno Civil con sus guardias, los números de la Compañía de Asalto que custodiaba el edificio hicieron causa común con el que había sido su comandante. Liarte Lausín, solo, abandonado por todos, hubo de resignar el mando.
Dueño de la capital merced al audaz golpe de mano, a las diez de la noche, a través de la radio, lanzaba Aranda un estentóreo ¡Viva España! y solicitaba del elemento civil voluntarios para empuñar las armas. Unos ochocientos hombres, en su mayor parte jóvenes falangistas, respondieron en el momento a la convocatoria del coronel. Estos paisanos militarizados no constituyeron ningún Cuerpo de Voluntarios, sino que se encuadraron en las distintas unidades del Ejército, Guardia Civil y Asalto.
Alzado en armas, Aranda no improvisaba. Profesional brillante de Estado Mayor, tenido por uno de los militares más competentes del Ejército español, cuando se hizo cargo de la Comandancia Exenta de Asturias elaboró un plan de operaciones para el caso de que se desatase una nueva revolución semejante a la del treinta y cuatro. Plan que, limitado en sus ambiciones originarias por la posterior reducción de las fuerzas, consistía en síntesis en la creación de un reducto triangular con los vértices en Oviedo, Gijón y Avilés, más el apéndice de Trubia, y formar al tiempo una columna al objeto de actuar ofensivamente sobre las cuencas mineras. Tal era el plan que el coronel iba a poner en práctica en la tarde del domingo, 19 de julio. Al efecto, había comunicado telefónicamente con los coroneles Pinilla y José Franco Mussió, director de la Fábrica de Armas de Trubia este último. A Pinilla le ordenó ocupar Gijón, obteniendo la conformidad del coronel. A Franco Mussió le ordenó asimismo defender la Fábrica, y de no poder hacerlo, proceder a su destrucción, a lo cual se opuso el Director de aquella.
En la madrugada, trescientos Guardias Civiles y una Compañía de Infantería del “Milán”, con una Batería de Montaña, ocupaban posiciones en los alrededores de Oviedo, y a las diez de la mañana del lunes, día 20, otra Compañía del “Milán”, con bandera y banda de Música, daba lectura en la Plaza de la Escandalera al Bando por el que se declaraba el Estado de Guerra. Se celebraba el solemne acto castrense, y ya las fuerzas destacadas en torno a la capital se veían precisadas a romper fuego contra los grupos de milicianos, mineros en su mayor parte, que se concentraban en los accesos a la ciudad. El cerco de Oviedo acababa de dar comienzo.
En Gijón las cosas no rodaron tan favorablemente para el Comandante Militar de Asturias. En el interior del cuartel del “Simancas”, en la tarde del domingo 19, el capitán Nemesio González amotinó a su Compañía, y por tal causa hubo de suspenderse la salida de la fuerza. Con semejante aplazamiento, la guarnición gijonesa desaprovechaba la ocasión propicia para sublevarse y perdía el factor sorpresa. Y así cuando en la madrugada del lunes, día 20, se echaron las tropas a la calle, el Frente Popular había tomado ya sus disposiciones: en el Cuartel de Asalto se repartieron armas a las Milicias gijonesas, engrosadas con columnas llegadas de La Felguera; y se habían concentrado en la ciudad las fuerzas del Cuerpo de Carabineros, leales al Gobierno. En los talleres se blindaron camiones, y en la Casa del Pueblo, con dinamita y gasolina, se fabricaron granadas de ocasión.
Milicianos, carabineros, guardias de Asalto, se opusieron a las unidades de Infantería, Zapadores, y Guardia Civil que pretendieron ocupar la plaza de acuerdo con el plan que se había elaborado la víspera en una reunión de Jefes de Cuerpo celebrada bajo la presidencia de Pinilla. Dicho plan era ya conocido por el Frente Popular a través de los capitanes de Asalto y de Carabineros que habían asistido a aquella reunión, y que pese al compromiso adquirido en principio con los conjurados, concluyeron por adoptar una actitud pro gubernamental. Según el plan, una Compañía de Infantería habría de tomar la Casa del Pueblo y las Estaciones, una sección de la Guardia Civil se posesionaría del Ayuntamiento y del Banco de España, dos secciones de Zapadores ocuparían la Fábrica de Gas y el Hospital, los Carabineros dominarían el muelle local y el puerto de El Musel, y la Compañía de Asalto patrullaría las calles montando vigilancia en los edificios de Correos, Teléfonos y Comisaría de Policía. Una segunda Compañía de Infantería procedería a la declaración del Estado de Guerra, y fuerzas del “Simancas”, del Batallón de Zapadores, y de la Guardia Civil, se harían con las entradas de la ciudad.
Para cubrir los objetivos señalados, salieron a la calle dos Compañías del “Simancas”, la 2ª. y la 3ª., una sección de la Guardia Civil y dos secciones de Zapadores. Los suboficiales de la 3º. compañía de Infantería desarmaron al capitán y al teniente, y apostada la fuerza en las inmediaciones del cuartel, se abri6 fuego contra éste. Otra compañía del “Simancas” hizo su salida, primero, para hacerlo tras ella dos secciones, una de fusiles y otra de máquinas. Batidas las fuerzas en un combate callejero que se prolongó hasta el mediodía del lunes, las tropas hubieron de replegarse sobre el cuartel de Infantería, lo cual no pudieron efectuar todas las unidades, quedando aisladas las dos secciones de Zapadores, la sección del “Simancas” mandada por el teniente Frías, y un pelotón del mismo Regimiento con el alférez Hilario Gómez, así como también otro pelotón de la Guardia Civil, unidades que concluyeron por deponer las armas. Como también se rindieron el destacamento que guarnecía el Fuerte de Santa Catalina, y el Cuartel de la Benemérita. Se frustraba así el alzamiento de la guarnición gijonesa, la cual quedaba recluida en los acuartelamientos del “Simancas” y del Zapadores, convertidos ambos en reductos.
Malas noticias eran éstas para el coronel Aranda, agravadas aún por las que recibía de Trubia, donde el director, el coronel de Artillería José Franco Mussió, desoyendo sus instrucciones, rendía a los mineros la Fábrica de Cañones. El golpe de mano fulminante y eficaz concebido por el Comandante Militar de la provincia, tan sólo había triunfado plenamente en Oviedo, ciudad que, junto con los cuarteles gijoneses, se mantenía como solitario baluarte. En consecuencia, era la guerra la que había hecho estallido en tierras del antiguo Principado de Asturias.
Asedio del cuartel de Simancas
Se convirtió en uno de los hechos históricos de la Guerra Civil por la dureza de los combates y de las circunstancias que en él se dieron.
El edificio quedó en ruinas. En el año 1941 fue devuelto a sus antiguos propietarios, la Compañía de Jesús, y se comenzó su reconstrucción el 24 de agosto de 1942, manteniendo las formas y líneas constructivas de la anterior edificación en el mismo emplazamiento.
El general Francisco Franco visitó las ruinas en septiembre de 1939 y concedió al colegio la Cruz Laureada de San Fernando, máxima condecoración militar española. Dicha cruz aparece en el escudo del actual colegio.
El 25 de julio de 1958 se inaugura el monumento a los héroes del Simancas, obra de Manuel Álvarez Laviada, situado en una de las esquinas de la plaza de entrada al centro. En la iglesia, en los laterales de la nave se hallan sendos monumentos con los restos de los defensores, con la imagen de dos ángeles portando un ramo de laurel y una placa con los nombres de los caídos en el asedio. Durante muchos años no era infrecuente que durante la construcción de viviendas en los alrededores del edificio se encontrasen restos de proyectiles de artillería.
España dividida en dos zonas incompatibles
Para toda España eran aquellos decisivos días de julio, días de inquietud y de zozobra, en los cuales se gestaba la escisión del territorio en dos mitades antagónicas. Triunfaba el pronunciamiento militar en Sevilla, Zaragoza, Burgos, Valladolid y La Coruña, cabeceras respectivamente de las Divisiones Orgánicas II, V, VI, VII y VIII; así como también en el Protectorado de Marruecos y en la Comandancia Militar de las Canarias.
Fracasaba, por el contrario, el alzamiento, en las Divisiones I, III y IV, con cabecera en Madrid, Valencia y Barcelona.
Dominarían los alzados las cuatro provincias gallegas, Castilla la Vieja –excepción hecha de Santander, su provincia marítima–, el antiguo reino de León, Aragón, Navarra, Álava, Cáceres, y, en Andalucía, Sevilla, Cádiz, Huelva, Córdoba y Granada; y en las islas Canarias, Mallorca e Ibiza.
El Gobierno de la República mantendría su autoridad en el resto del país: Castilla la Nueva, Cataluña, Levante, Vizcaya, Guipúzcoa, Santander, Badajoz, Murcia, Albacete, Almería, Málaga, Jaén, y la isla de Menorca.
Repartido así, un tanto al azar, el territorio nacional, la guerra civil plantaba en él sus reales, para prolongarse cruel y sangrienta durante tres años de horrible pesadilla inacabable.
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