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Emilio Mola Vidal nació en 1887 en la isla de Cuba, entonces provincia española, e ingresó en 1904 en la Academia de Infantería de Toledo, la misma por la que pasaron años más tarde Francisco Franco, Camilo Alonso Vega, Juan Yagüe, Agustín Muñoz Grandes y tantos otros jefes militares. En vez de prestar servicio de guarnición en España, pidió ser destinado a Marruecos, donde fue herido. Mandó tropas de regulares y de legionarios, estuvo a las órdenes de Dámaso Berenguer, José Sanjurjo y José Millán-Astray. Por su servicio obtuvo la Medalla militar Individual y en 1927 ascendió a general de brigada.
En enero de 1930, Alfonso XIII despachó al general Miguel Primo de Rivera y llama al general Berenguer para que forme un nuevo Gobierno. Éste recurrió a Mola, que era comandante general de Larache, y en febrero de 1930 le nombró director general de Seguridad, con la misión de vigilar a la oposición republicana. De esos meses Mola dejó unas memorias magníficas en las que describe el ambiente de derrotismo en que vivían los cortesanos y los monárquicos. Su labor contribuyó a abortar la rebelión de diciembre de 1930 en Madrid, en la que intervino Ramón Franco.
El Gobierno republicano destituyó a Mola y le llevó a juicio por supuestos crímenes contra los demócratas. Aunque fue absuelto, el Gobierno de Niceto Alcalá-Zamora y Manuel Azaña, le devolvió a la cárcel y le expulsó del Ejército. La Ley de Amnistía, aprobada por las Cortes de derechas, le permitió reingresar en el Ejército y en 1935 se le nombró jefe de la circunscripción oriental del Protectorado marroquí.
El Gobierno del Frente Popular no quería tenerle en Marruecos, al mando de tropas veteranas, por lo que le destinó a Pamplona y le sometió a vigilancia del gobernador civil, como gobernador militar. Sin embargo, allí Mola se zambulló en la conspiración, junto con los carlistas. Uno de sus colaboradores fue el capitán Carlos Moscoso del Prado, padre del ministro de Felipe González Javier Moscoso y del abuelo del diputado socialista Juan Moscoso del Prado.
Su plan consistía en la sublevación de las guarniciones de la Península y Marruecos entre los días 17 y 19 de julio, pero fracasó. Mola quedó convertido en jefe militar de una amplia zona que abarcaba Galicia, el reino de León, Castilla la Vieja menos la provincia de Santander, Aragón, Álava, Navarra y parte de la provincia de Cáceres, con su capital. Tuvo que dividir sus fuerzas, abundantes en hombres pero escasas en armas: defensa de Zaragoza, Huesca y la frontera con Guipúzcoa, avance hacia Madrid por la carretera de Irún y toma del Alto de los Leones. El mantenimiento de esta zona dependía de que el general Franco pudiese cruzar a la península desde Maruecos y unirse desde Sevilla.
El Alzamiento no sólo había fracasado en sus objetivos militares, sino que, además, había pedido su cabeza política: el 20 de julio en Cascaes (Portugal) murió el general Sanjurjo, cuando se estrelló la avioneta que pilotaba el monárquico Juan Antonio Ansaldo. El 24 de julio, los jefes militares formaron una Junta de Defensa Nacional con sede en Burgos. La presidía el general de división Miguel Cabanellas Ferrer, y a ella se incorporó Franco semanas más tarde, cuando las dos zonas en poder de los alzados pasaron a ser una sola.
El voto de Mola para Franco
A finales del verano, después de numerosas victorias (liberación de Huelva, Badajoz y San Sebastián), los miembros de la Junta decidieron si el mando debía ser único o colectivo. Las discusiones se realizaron en septiembre de 1936 cerca de Salamanca y en ellas participaron los generales Cabanellas, Dávila, Mola, Saliquet, Valdés y Cabanillas, Gil Yuste, Franco, Orgaz, Queipo de Llano y Kindelán y los coroneles Montaner y Moreno Calderón. Los monárquicos Kindelán y Orgaz, se dice que por indicación del exrey Alfonso XIII, propusieron a Franco, también monárquico, como jefe único; la propuesta contó con el apoyo de Mola, que llegó a amenazar a los demás con marcharse si no se aprobaba el mando único. Puesta a votación la propuesta, todos, salvo Cabanellas, que se abstuvo, votaron a favor. El 1 de octubre, se publicó el nombramiento de Franco como Jefe del Estado y Generalísimo, dignidades que mantuvo hasta su muerte en 1975.
El año 1937 comenzó con buenos augurios. En febrero se liberó Málaga y a finales de marzo comenzó la ofensiva dirigida por Mola para conquistar el frente norte. El avance fue lento y lleno de problemas: la armada británica impidió el bloqueo de los puertos del Cantábrico decretado por Franco, se produjeron los bombardeos de Guernica y Durango, las negociaciones secretas entre el PNV y el régimen fascista italiano se alargaban…
Para retrasar el avance de Mola hacia Bilbao, el Gobierno de Valencia desencadenó a finales de mayo una ofensiva cuyo objetivo era tomar Segovia y que describe Ernest Hemingway en Por quién doblan las campanas. El 1 de junio hubo una discusión entre Franco y Mola a cuenta de esta ofensiva, ya que el primero culpaba al segundo de que se hubiese producido: los milicianos llegaron a La Granja y allí fueron detenidos.
El 3 de junio, con sus tropas cerca de Bilbao, Mola, cuyo cuartel general se encontraba en Vitoria, subió a un avión con destino a Valladolid para reunirse de nuevo con Franco. Sin embargo, su avión se estrelló a causa de la niebla en el monte de La Brújula, en el municipio de Alcocero (Burgos), que en su honor lleva el nombre de Alcocero de Mola. El cadáver del general se reconoció gracias a la cámara fotográfica que siempre llevaba consigo.
Una campaña propagandística del enemigo
En seguida, en la zona republicana se hizo circular el rumor de que a Mola lo había matado Franco para quitarse de encima a un rival. En el Abc de Madrid (6-6-1937) se afirmó que iba a presidir el primer Gobierno que se formase después de la toma de Bilbao y se negó (una manera de afirmar) que se hubieran producido disturbios entre falangistas, requetés y oficiales del Ejército.
Además, Ricardo de la Cierva en su Nueva y definitiva historia de la guerra civil afirma que por orden de Franco se confiscaron el contenido del despacho de Mola y el manuscrito en el que éste contaba detalles sobre la conspiración y los primeros días de la guerra. Esto último era una medida completamente lógica en guerra, pues el bando rojo se apoderó de las memorias inéditas de Niceto Alcalá-Zamora y las publicó mutiladas y el nacional hizo lo mismo con los cuadernos de Manuel Azaña.
En sus memorias, que obran en la biblioteca de esta Fundación Nacional Francisco Franco, Ramón Serrano Suñer califica así las teorías conspirativas sobre la muerte de Mola: “no puede extrañar, sin embargo, que, desde las posiciones de hostilidad implacable y sistemática en una guerra civil, se difundiera maliciosamente la especie de que Mola había muerto víctima de un sabotaje. Se trataba de un infundio; de una patraña deliberadamente injuriosa.”
Ahora que un catedrático que ingresó en la Administración como funcionario franquista, Ángel Viñas, pretende haber descubierto que Franco hizo matar de un tiro en el bajo vientre al general Amado Bulnes, comandante militar de Gran Canaria, para poder trasladarse desde Santa Cruz de Tenerife sin levantar sospechas, conviene refutar a los conspiranoicos que ven en este accidente la mano del Generalísimo.
¿Era necesario matar a Mola?
¿Qué motivos tenía Franco para querer matar a Mola?, ¿librarse de un posible rival poco antes de que éste consiguiese, con la toma de Bilbao, un prestigio similar al que Franco había ganado con la liberación del Alcázar de Toledo? En esos momentos, Franco ya tenía todo el poder, y gracias en parte a Mola: era Jefe del Estado y del Gobierno, Generalísimo y Jefe Nacional del partido único, constituido en abril de 1937 sin apenas oposición.
Por otro lado, ninguno de los demás generales supervivientes de la guerra se rebeló más tarde contra él. A Enrique Varela, le destituyó del Ministerio del Ejército sin que éste se resistiera. Los falangistas Juan Yagüe y Agustín Muñoz Grandes, que fueron vistos por el III Reich como sustitutos de Franco, se mantuvieron leales a su camarada. Los monárquicos Antonio Aranda, Francisco García-Escámez y Alfredo Kindelán y el voluble Gonzalo Queipo de Llano tampoco hicieron nada aparte de firmar algunos de ellos un manifiesto y murmurar.
En 1948, se restauraron en España los títulos nobiliarios, que la República había abolido. Franco se reservó la facultad de concederlos y el 18 de julio de ese mismo año creó el ducado de Mola, a favor de Emilio Mola. El diplomático José Antonio Vaca de Osma ha escrito en La larga guerra de Francisco Franco que “si hubo un título justificado del franquismo, fue ése”.
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