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Lugar Sagrado y de Reconciliación
El Valle de los Caídos es un monumento erigido por voluntad de Franco a los combatientes de ambos bandos caídos en la Guerra Civil Española, caso único en la historia. En él están enterrados unos 40.000 cuerpos, aproximadamente la mitad de cada bando, figurando junto al altar las tumbas del propio Francisco Franco y de José Antonio Primo de Rivera. El templo pertenece al Patrimonio Nacional y ha sido el más visitado de sus monumentos. Los enterramientos están rigurosamente registrados en un volumen cuyo contenido se está informatizando.
Cierto radicalismo contra el Valle ha irrumpido en el presente con riesgo para la convivencia de los españoles, buscando reabrir las heridas de la guerra, y contra los españoles que quieren vivir en paz. Ya se escribe en los periódicos “Adiós España”, ya se dice que el progreso con el que quieren justificar tantas acciones, resulta en sentido contrario, hacia 1936.
En estos momentos hay un abierta ofensiva contra el Valle de los Caídos, un lugar donde se oyen sólo las preces de los monjes benedictinos y de miles de fieles que acuden a aquél lugar de recogimiento y oración. Allí también están recogidos restos de millares de combatientes de ambos bandos de la Guerra Civil y el lugar, y así fue expresamente determinado por Franco, y recogido y elevado por la Iglesia, que convertía aquél lugar en sagrado, y en un monumento de reconciliación nacional y de peregrinación a la Cruz.
Habría que atender, para sosegar tantas actitudes que ahora manifiestan odio y revancha, las palabras del Abad del Valle Dom. Anselmo Álvarez:
“Es el lugar símbolo con que se quiso sellar aquella hora de España y fue una cruz y un altar… lo que ha unido la sangre de Dios, no lo separe el hombre…. no se construye una sociedad amputando previamente sus raíces o procediendo a invertir sus fundamentos históricos”.
En 1960 el Papa Juan XXIII, admirado y querido por todos, declara Basílica la iglesia de la Santa Cruz.
“En este monte sobre el que se eleva el signo de la redención humana ha sido excavado una inmensa cripta, de modo que en sus entrañas se abre amplísimo templo, donde se ofrecen sacrificios expiatorios y continuos sufragios por los caídos de la Guerra Civil de España. Y allí acabados los padecimientos, terminados los trabajos, y aplacadas las luchas, duermen juntos el sueño de la paz, a la vez que se ruega sin cesar por toda la Nación Española”.
Que esa determinación de lugar de encuentro y reconciliación de todos tiene numerosos y muy claros testimonios, como este llamamiento del Gobierno Civil de Madrid, que publicaba Abc el 30 de mayo de 1958, en que se ponía en conocimiento de cuantos desearan el traslado de los restos de sus familiares caídos al Valle: “uno de los principales fines que determinaron la construcción del Monumentos Nacional a los Caídos en el valle de Cuelgamuros (Guadarrama) fue el de dar sepultura a quienes fueron sacrificados por Dios y por España y a cuantos cayeron en nuestra Cruzada, sin distinción del campo en el que combatieron según exige el espíritu cristiano que inspiró aquella magna obra, con tal de que fueran de nacionalidad española y de religión católica.
Contra todo ello, se suceden las propuestas del destrozo de la reconciliación lograda en una regresión sectaria y fratricida, peligrosa porque promueve la discordia y fractura a la sociedad española, también con esos objetivos siniestros sobre el Valle de los Caídos. La avanzadilla son los marxistas y los independentistas, unos españoles que no quieren serlo, y por eso también resulta una paradoja dramática que se erijan en defensores de esas propuestas de disgregación de la Nación Española.
Hay un vendaval informativo que acoge las propuestas antihistóricas de convertir el Valle en un “centro de interpretación del franquismo, para ayudar a la gente a entender lo que significó la dictadura”, e incluso se habla de compromisos del Gobierno y hasta de plazos para consumar el tremendo disparate, en definitiva una situación negativa y peligrosa que juzgamos ha de ser abordada inmediatamente por la exigencia de respeto que merece el Valle de los Caídos.
DATOS E HISTORIA
El Valle de los Caídos se encuentra dentro del término municipal de San Lorenzo del Escorial, situado al noroeste de la Comunidad de Madrid. Se llega a él por la carretera C–600 desde la autopista AP-6, salida Guadarrama. En este entorno, denominado “Cuelgamuros” se encuentra el monumento conmemorativo a los caídos en la guerra Civil, que ideó e hizo levantar el Generalísimo Franco en los años cuarenta y cincuenta. El recinto tiene una extensión de 1.365 ha., con exuberante vegetación característica de esta zona de la Sierra del Guadarrama.
Las obras dieron comienzo en 1940 bajo la dirección del arquitecto Pedro Muguruza, continuándolas en 1950 el arquitecto Diego Méndez. El conjunto, presidido por la inmensa cruz con esculturas de Juan de Avalos se abre en una explanada desde la cual se domina una bella panorámica. Finalizó su construcción en 1958 y fue inaugurado el día 1 de abril de 1959.
Todo tiene una escala gigantesca, en especial la enorme basílica que fue excavada en la misma roca. En línea vertical con la gran cruz del exterior, y bajo la bóveda del altar mayor, se hallan las tumbas de José Antonio Primo de Rivera y de Francisco Franco, cubiertas con una sencilla losa de mármol. En la parte exterior del risco se encuentra el monasterio de los Padres Benedictinos, a los que fue encomendado el cuidado de la basílica y la hospedería, ambos edificios unidos por una amplia lonja.
Desde las puerta de entrada al recinto una carretera de bello trazado nos lleva al pie del monumento de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, desembocando en una gran explanada de 30.600 m2. A medio camino entre la entrada y la explanada el viajero se encuentra con cuatro grandes monolitos cilíndricos, de granito, de 11,50 m. de altura y 1,50 m. de diámetro cada uno, que reciben el nombre de “Juanelos”. Fueron esculpidos en el siglo XV, bajo la dirección de Juanelo Turriano.
Puede accederse a la base de la Cruz por medio de un funicular de reciente instalación. La altura de la Cruz es de 150 m. y sus brazos miden 46 m. Por el interior sube un ascensor. A 25 m. de altura, en el primer basamento, tienen adosadas las esculturas de los cuatro Evangelistas realizadas por Juan de Avalos. En el segundo basamento, a 42 m., se representan las cuatro virtudes cardinales.
En la explanada se encuentra la entrada a la Cripta de 262 m. de longitud. Fue necesario excavar 200.000 m3. de roca para su construcción. La puerta de entrada, construida en bronce, es obra del escultor Carlos Ferreira. En ella están representados los 15 misterios del Vía Crucis; también del mismo artista son los dos arcángeles del atrio colocados en nichos. En la reja que da paso a la nave se hallan representados cuarenta Santos y está rematada en el centro con la figura del Apóstol Santiago. El diseño es del arquitecto Diego Méndez y la forjó José Espíes. Los 88 m. de la nave están divididos en cuatro tramos; hay en ella seis capillas y en los murales ocho tapices tejidos en oro, plata y lino realizados por Guillermo Pannematier en el siglo XV. En ellos se representa el “Apocalipsis de San Juan”. El crucero de la nave mide 75 m. de largo; a través de su recorrido vemos ocho estatuas de granito, obra de los escultores Sanrrino y Antonio Martín.
El Altar Mayor es de una pieza de granito pulimentado, frente a él están las tumbas de Francisco Franco y José Antonio Primo de Rivera. Corona el Altar Mayor la cúpula de 42 m. de altura y 40,75 m. de diámetro, decorada con mosaico policromado formado por seis millones de piezas cerámicas obra de Santiago Padrós. En la cabecera del crucero está el Coro, distribuido en tres niveles, y con 70 sitiales en madera labrada. En los laterales hay dos capillas con los restos de unos 40.000 caídos en los frentes de la guerra civil 1936 – 39, aproximadamente la mitad de cada bando, traídos aquí por voluntad de Francisco Franco, como un símbolo de reconciliación entre españoles.
EN DEFENSA DE LA VERDAD
Ante la campaña contra el Valle de los Caídos con la pretensión de convertirlo en un monumento laico, desatada desde sectores comunistas y que propugnan la ruptura de la unidad de España, con datos inexactos cuando no tergiversados, es obligación de salir en defensa de la verdad para lo cual se hacen las puntualizaciones siguientes:
Es falso que las grandes obras del Valle de los Caídos fueran realizadas por “presos políticos”. Es cierto que entre los obreros profesionales figuraron, a partir de 1942, determinado número de condenados por graves delitos, castigados por los tribunales a penas de muerte, en muchos casos, conmutadas por 30 años de reclusión; pero a pocas personas se les escapará, por muy legas que sen en la materia, que alguien que no fuera especialista en la perforación de túneles mediante la utilización de dinamita, por ejemplo, pudiera intervenir en la ejecución de obra tan compleja. El arquitecto don Diego Méndez, que se encargó de la continuación de las obras y del proyecto y construcción de la Cruz, tras la renuncia, por enfermedad, de don Pedro Muguruza, afirma en su obra “El Valle de los Caídos. Idea. Proyecto. Construcción”, lo siguiente: “La maledicencia ha cargado las tintas a la hora de valorar el papel que en la realización de las obras desempeñó dicho personal. Lo rigurosamente cierto es que este pequeño grupo de obreros fue atendido, aunque con las naturales limitaciones derivadas de su situación, en pie de igualdad con el resto de los trabajadores libres. Su especial psicología impulsó a algunos de ellos a asumir voluntariamente las misiones más peligrosas, aquéllas en las que para vencer a la naturaleza, había de esgrimir las armas del coraje y la dinamita. Sobre alguno de estos hombres, más no sólo sobre ellos, recayó la ciclópea tarea de horadar el Risco de la Nava, para hacer sitio a la prodigiosa Basílica que hoy alberga. Ya, como personal libre, la casi totalidad continuó su tarea en el Valle hasta el fin de las obras, contratados por las diferentes empresas. Hubo, incluso, algunos que pasaron después a trabajar en la Fundación”.
Es falso, como se afirmó recientemente en Televisión Española, en la serie “Memoria de España”, que en las obras hubieran intervenido veinte mil presos políticos”. Es cierto, como afirma Diego Méndez, en el libro citado, que a lo largo de quince años, dos mil hombres (no quiere decir que todos a la vez, ni que todos fueran penados) aportaron su esfuerzo diario hasta dar cima a la obra”.
Es falso que los presos que trabajaron en el Valle de los Caídos lo hicieran obligatoriamente. Es cierto que todos y cada uno de los obreros penados se ofrecieron voluntariamente a las Empresas, por un lado, y, por otro, mediante instancia a la Dirección General de Prisiones. La razón era fácilmente compresible: Lo que comenzó siendo la manera de redimir tres días de la pena por uno trabajado, según Orden Ministerial de 7 de octubre de 1938, lo amplió el Patronato Central para la Redención de Penas por el Trabajo, en 1943, hasta la redención de seis días por cada uno trabajado. El Código Penal lo estableció más tarde en tres días redimidos por dos trabajados. Con lo cual, a los penados que trabajaban en el Valle, que se beneficiaban también de los múltiples indultos decretados por el Jefe del Estado, se les concedió la libertad provisional no más tarde de cinco años después de su condena. Así que en 1950 no quedó ni un solo penado “político” en el Valle. En esa fecha comenzaron a trabajar reclusos comunes que querían redimir penas por el trabajo.
Es falso que los trabajadores libres o penados sufrieran penalidades sin cuento, con un sistema de trabajo de campo de concentración. Es cierto, como declaró Damián Rabal, cuyo padre y él mismo trabajaron como obreros libres, contratados por la empresa San Román, a Daniel Sueiro, autor de “El Valle de los Caídos. Los secretos de la cripta franquista”, que la cripta se comenzó a perforar a finales de 1941 con diez o doce obreros a los que pronto se sumaron trabajadores procedentes de Peguerinos, El Escorial y Guadarrama, y que los “penados” llegaron a finales de 1942. Pronto se hicieron casas para los obreros, Iglesia, enfermería, economato y un campo de fútbol. Hay que resaltar que los penados cobraban un sueldo mínimo cifrado en siete pesetas, de la época, diarios, más la comida. Y que enseguida fueron subidos a diez pesetas diarias, más los pluses por trabajo a destajo, más o menos peligroso, etc. Gran parte de ellos llevaron allí a sus familias; allí hubo bodas y bautizos. Y allí quedaron la mayoría de ellos, trabajando como obreros libres tras obtener la remisión total de las penas, mientras sus hijos estudiaban en la Escuela organizada al efecto, escuela mixta, la única existente en la España de la época, siguiendo las enseñanzas de un maestro que redimía así su condena de muerte conmutada a treinta años. No debían ser tantos los “penados”, por lo menos al principio, por cuanto Paco Rabal, miembro del PCE, reconoció que en la vivienda que le habían concedido a sus padres vivían la mayoría de ellos. Ambos hermanos coinciden en que las condiciones de vida era “allí mucho más suave que en las prisiones. Todos (los obreros profesionales) procurábamos echar una mano (…) porque los presos no eran útiles para aquella clase de trabajo; se lesionaban, no sabían ni podían. Muchos iban solos a El Escorial o a Guadarrama, y no se fugaban, sino que volvían. Además podían tener allí a sus mujeres. Ellas iban allí y ya se quedaban…”. Según la prensa de la época, a finales de 1943 trabajaban en el Valle unos seiscientos obreros. La mayoría de ellos de dedicaban a construir la carretera actual.
Es falso que en la construcción de las instalaciones del Valle de los Caídos murieran “centenares, cuando no millares de presos políticos”, tal se afirma sin aportar prueba alguna. Es cierto, como declaró a Daniel Sueiro el médico don Ángel Lausín, que llegó a Cuelgamuros el año cuarenta, para redimir pena, que “como médico del Consejo de Obras del Monumento me ocupé de todos los obreros de las diversas empresas que trabajaban allí. Allí hubo accidentes, enfermos, partos, en fin, de todo. Pero para los heridos graves se organizaba el traslado en ambulancias… Los traían a la Clínica del Trabajo, que está en la calle de Reina Victoria… Hubo catorce muertos en todo el tiempo de la obra, porque yo he estado allí prácticamente todo el tiempo”. Don Ángel Lausín ganaba mucho dinero en el Valle, pero cuando la obra terminó le desaparecieron los ingresos del seguro de enfermedad de todos los trabajadores y del seguro de accidentes y sólo le quedó el sueldo de médico del Consejo de las Obras. Por ello pidió una plaza de médico, y se le concedió, en el Ambulatorio del Seguro de Enfermedad de San Blas, en Madrid, donde se jubiló.
Es falso que los penados “políticos” comenzaran a llegar al comienzo de las obras y continuaran hasta su terminación. Sí es cierto lo declarado por el médico citado: “De los presos políticos que estuvieron allí hasta el año cincuenta, y yo he estado allí, la mayoría eran excelentes personas, estaban cumpliendo una condena por cosas políticas y estaban ganando unas pesetas para mantener a sus familias. Una vez liberados, muchos se quedaban allí trabajando. Alrededor de los años cincuenta ya quitaron los establecimientos penales y sólo quedó el personal libre”. El practicante, don Luis Orejas, condenado a nueve años, quedó en libertad poco después de su llegada al Valle, pero prefirió quedarse allí donde empezó ganando quinientas pesetas mensuales. Llevó a su mujer y allí nacieron sus cuatro hijos. Tras la inauguración del Valle logró una plaza de practicante en el servicio de urgencias de La Paz. Don Gonzalo de Córdoba, el maestro, había sido condenado a la última pena, conmutada por treinta años. Cobraba, al llegar al Valle, en mayo de 1944, mil cien pesetas mensuales. Don Gregorio Peces-Barba del Brío, padre de don Gregorio Peces-Barba, condenado a muerte por hechos reflejados en la Causa General, también le fue conmutada la pena de muerte en 1942, llega al Valle a comienzos de 1944 y en abril recibió la libertad condicional, con lo que pudo abandonar el Valle. Durante esos tres o cuatro meses le acompañaron su mujer y su hijo. El señor Peces-Barba declaró a Daniel Sueiro: “Por mi parte, tampoco puedo decir que haya estado arrancando piedras, sería estúpido decir eso; no hubiera sido demasiado útil arrancando piedras. Yo estuve en el trabajo de las oficinas”. Así otros, cuyos nombres omitimos por no alargar esta nota.
Es falso que la construcción del Valle de los Caídos supusiera un dispendio que hizo peligrar las finanzas nacionales. Sí es cierta la liquidación final del Interventor General de la Administración del Estado y del Consejo de la Obras, rendida en mayo de 1961. La liquidación revela que el coste de las obras se elevó a 1.159.505.687,73 pesetas, similar a la deuda actual de Radio Televisión Española y muy inferior a los déficit de todas las televisiones autonómicas. Por lo demás, no se invirtió en la obras ni un solo céntimo del Presupuesto Nacional. El dinero, según advierte el Decreto-Ley de 29 de agosto de 1957, “A fin de que la erección del magno Monumento no represente una carga para la Hacienda Pública, sus obras han sido costeadas con una parte del importe de la suscripción nacional abierta durante la guerra y, por lo tanto, con la aportación voluntaria de todos los españoles que contribuyeron a ella”. Fueron 235.450.374,05 pesetas. El resto procedió de los recursos netos de los sorteos extraordinarios de la Lotería Nacional que se celebraban anualmente el día 5 de mayo, y que, hasta aquél momento se habían destinado a la construcción de la Ciudad Universitaria de Madrid. Según Diego Méndez a ello hay que sumar “millares de donativos particulares, algunos de ellos de procedencia verdaderamente ejemplar y emocionante”.
Es falso que en la Basílica del Valle de los Caídos solamente estén enterrados los muertos del lado nacional o que Franco la construyó para que le sirviera de Mausoleo. En el Valle de los Caídos están enterrados cuarenta mil españoles de uno y otro lado de las trincheras, por lo que constituye el monumento representativo de la reconciliación nacional. Allí se reza y se oficia por unos y otros, sin distinción de ideologías. Franco compró una tumba en el cementerio de El Pardo. Fue el gobierno de entonces, quien determinó que el enterramiento del Generalísimo fuera en el Valle, decisión ratificada por S.M. el Rey, Juan Carlos I, quien pidió permiso al Abad de la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos para enterrar allí a Franco.
Queremos terminar con palabras de un enemigo de Franco, detractor de la construcción del Valle de los Caídos, y padre de otro enemigo de Franco y así mismo detractor del monumento. Son palabras del citado don Gregorio Peces-Barba del Brío: “… teníamos que ir inculcando a nuestros hijos, lo que teníamos que ir inculcando a las generaciones que pudieran sucedernos, es que en España no podía volver a repetirse aquella tremenda catástrofe que supuso nuestra Guerra Civil. Por eso pienso que los vencidos de la guerra no hemos tenido nunca, no hemos tenido jamás deseos de venganza; no hemos querido ni hemos tenido presente más que el deseo de que entre las dos Españas no se siguiera ahondando. El ahondar entre las dos Españas no ha sido fruto de los vencidos. Yo quiero resaltar eso, que a los vencidos, que hemos hecho la Guerra Civil y somos supervivientes de la Guerra Civil, no se nos puede ni se nos debe tachar de revanchistas ni de marcados. Los que hemos hecho la Guerra Civil hemos sido desde el primer momento los más interesados en educar a nuestros hijos en el respeto y en el amor al prójimo; en educarles en el sentido de que su vida y su actividad y sus vivencias políticas vayan encaminadas a que de una vez para siempre vuelva a haber paz entre los españoles y aquello no vuelva a producirse”.
Que así sea.
por