En el 38 Aniversario de la muerte de Francisco Franco

 
 
 
Eduardo Palomar Baró 
 
 
 
 
Editoriales publicados en la muerte de Franco 
 
 
   Hemos recopilado una serie de editoriales publicados en diversos semanarios   españoles –entre ellos algunos en la línea de oposición al régimen y su fuerte talante crítico, como Cambio-16 y La Actualidad Española– con ocasión del fallecimiento del Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos Francisco Franco Bahamonde, ocurrido el 20 de noviembre de 1975.  
 
Franco, cuarenta años de la Historia de España            
 
   Quizá nos falte perspectiva histórica para encuadrar con exactitud la figura de Franco político, Franco gobernante, Franco estadista, en el amplio marco de la Historia de España. Quizá sea precisa la serenidad que se adquiere con el paso del tiempo para valorar suficientemente los pros y los contras de su largo período de gobierno y carisma personal político. El juicio histórico sería ahora impreciso.            
 
   Pero, indudablemente, desde que en 1936 tomó las riendas del poder, Franco comenzó a gobernar y no dejó de hacerlo en España –primero en una parte del territorio nacional y luego en el país entero– hasta pocos días antes de su muerte. Fue Jefe de Estado según las leyes promulgadas bajo su mandato, con poderes de prerrogativa excepcionales reservados por y para él mismo, hasta el momento de su fallecimiento, si bien, ante la gravedad de su enfermedad y en consideración a su imposibilidad de ejercer directamente el poder, el Gobierno acudió por segunda vez al recurso del artículo 11 de la Ley Orgánica del Estado, encomendando la Jefatura del Estado en funciones a su sucesor a título de Rey, en lugar de declarar su incapacidad, procedimiento más largo y doloroso.            
 
   Comienza ahora la avalancha de juicios y datos sobre el que durante casi cuarenta años largos de la Historia de España rigió los destinos del país con pulso nada común.            
 
   Hay ya una copiosa bibliografía sobre Franco, pero muchos de los estudios que sobre su persona se han escrito pecan de apasionamiento. Franco ha entrado en la Historia y la Historia dictará su veredicto sobre la calidad de su largo período de mandato.            
 
   Se ha hablado mucho del Franco militar, del Franco táctico, del Franco africanista…, quizá se ha insistido menos en el Franco auténticamente político, aunque su talla política es innegable.            
 
   Y aun quienes desde la trinchera de enfrente acaban reconociéndole dotes auténticas de auténtico político, suele quedarse en el tópico de la “astucia gallega”. Y es verdad que Franco nació en El Ferrol, como otros políticos de talla –Canalejas, Pablo Iglesias– y como algunos de los hombres que fue seleccionando para sus Gobiernos desde la primera hora de la guerra civil. Pero ni la astucia es patrimonio del gallego, sino de los campesinos, ni la característica definitoria de Franco puede decirse que haya sido la astucia.                    
   
   Franco, como otros políticos gallegos, como otros gallegos no políticos, al menos no políticos con cargo público, fue un hombre tenaz –que esa sí es característica racial gallega–, abnegado en el trabajo, austero, firme en unos pocos principios y maleable en todo cuanto pueda y deba ser, a su debido tiempo, objeto de transacción.  
 
Manuel Fernández Areal
LA ACTUALIDAD ESPAÑOLA
Número fuera de serie
160 Ptas.  
 
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Franco ha muerto. Sus restos reposarán para siempre en la Basílica del Valle de los Caídos.            
 
   Franco ha muerto. Esta es, sin retórica inútil, descarnada como la muerte misma, la noticia que ha asumido en consternación y en luto a España. O, mejor dicho ahora, a la gran familia española, pues nunca se siente más familiarmente unida una comunidad de convivencia que cuando participa de un mismo motivo de aflicción.             Franco ha muerto. Después de una enfermedad que tal vez ha parecido más larga por lo grave y por sus fluctuaciones dramáticas –que la gran prensa traducía inmediatamente en titulares de primera página y urgente envío de informadores a montar la guardia ante el palacio de El Pardo o ante la Ciudad Sanitaria de la Paz–, ha entregado su alma al Señor, con la cristiana entereza de cuantos se batieron hasta el último aliento, pero hubieron de rendirse al fin a los designios de la voluntad divina.            
 
   Después de tantos días en tensa espera de comunicados sobre la enfermedad de Franco, su muerte no pudo constituir una sorpresa, máxime teniéndose en cuenta la gravedad del ilustre paciente. Pero al correr de los días en aquella situación, no era extraño que la admiración popular asociase a la fama del Caudillo invicto la leyenda de una privilegiada facultad de supervivencia… Leyenda tanto más fácil de admitir por lo que en el fondo la deseaban cierta los españoles para el hombre excepcional que les había proporcionado casi cuatro décadas de paz, de bienestar y de progreso en todos los órdenes.            
 
   Histórico momento de dolor en el que está viviendo el país ante la pérdida del Caudillo a quien tanto debe. Todos en general nos hemos beneficiado de esa política de realidades que Franco impulsó desde los primeros tiempos del Alzamiento, tiempos en que, como refirieron algunos de sus ayudantes y colaboradores inmediatos, interrumpía a veces sus cálculos sobre el mapa de operaciones militares para considerar lo poco que ganaba un pescador o un hombre del campo con familia que mantener. Gracias a aquellas preocupaciones, que entonces pudieron parecer marginales, el proletariado, que había sido propicio caldo de cultivo para todas las subversiones, fue viviendo cada vez mejor, más seguro, y llegó a sentirse totalmente vinculado a los intereses de la nación, que son los suyos.            
 
   Estas y otras reflexiones fundamentales, inspiradas por noble gratitud, se hace hoy el español medio, el español de la calle, cuando el artífice de tanto bien ha dejado de ser de este mundo. Gracias a la obra de Franco y a sus prudentísimas decisiones, entre las que destaca la muy magistral que aseguró la sucesión, podemos hoy contemplar serenamente el futuro, encarnado en la figura del que va a ser nuestro Rey, conjugando en su persona la tradición y el prestigio de la Monarquía española en la Historia y una amplia, juvenil y ambiciosa visión del futuro de la Patria.            
 
   Conocido es el interés que Franco puso en la formación de don Juan Carlos a lo largo de unas etapas señaladas por la edad  y por sucesivos ciclos de preparación para las supremas tareas que le esperaban al frente de los destinos de España. Y por cuanto a don Juan Carlos se refiere, bien puede decirse que no habrá habido Príncipe heredero más consciente de su predestinación y más entregado en la empresa de forjarse para dominar riesgos y aprovechar posibilidades al frente del país que había de regir. Eso explica la admiración y el respeto que despertó en sus temporales actividades como Jefe del Estado en funciones.            
 
   Ahora va a ser Rey. Un Rey que ha velado larga y tensamente sus armas y accede al pleno ejercicio de sus deberes y prerrogativas en la plenitud de sus energías espirituales y físicas y acogido por el beneplácito y el afecto generales del pueblo, que aspira a seguir adelante por el camino emprendido, en paz interior y con los demás países, sin sacrificio de su propia dignidad. Paz y honor fueron conceptos básicos del breve discurso que pronunció don Juan Carlos en el Sahara muy poco después de asumir por segunda vez la Jefatura del Estado, debido a la enfermedad del Generalísimo Franco.            
 
   Paz y honor fueron en todo momento columnas principales en que se basó siempre la acción del militar y estadista excepcional que acaba de abandonarnos para siempre, del hombre que evitó la entrada de España en la segunda guerra mundial y que cuando la animadversión y la calumnia se cebaron en nuestro país, abrió de par en par las puertas del mismo a cuantos quisieron venir a ver personalmente la verdad de esta España, que, como cualquier otra nación soberana, tiene perfecto derecho a ser respetada, libre de todo sectarismo y de toda injerencia extranjera.            
 
   Franco, el capitán que la Providencia puso al frente de España cuando más peligraba su libertad e independencia bajo el zarpazo comunista, asegurando no pocas tranquilidades al mundo occidental; el estadista clarividente que nos mantuvo al margen de la gran conflagración mundial, el artífice concienzudo de esta España que hoy vemos alineada entre las más industrializadas y productivas del mundo y con instituciones sociales en pugna constante por aumentar su ejemplaridad de todos reconocida, se nos ha ido para siempre. Y con nuestras oraciones por su eterno descanso, el último homenaje de gratitud y afecto imperecederos se lo rendimos fielmente agrupados en torno a su sucesor. Él lo quiso así, y la suprema cortesía al superior es la obediencia.  
 
¡HOLA!
Número 1.631
29 de Noviembre de 1975
25 Ptas.  
 
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La muerte de Franco            
 
   El General Francisco Franco, el hombre que más ha influido en los destinos de este país desde hace siglos, murió esta semana a los ochenta y dos años de edad, después de una larguísima agonía. Más de la mitad de los españoles que han nacido y vivido siempre bajo su mando se encontraron así institucionalmente huérfanos. Hasta ahora el mundo político español había girado siempre alrededor de la figura del General Francisco Franco, y a partir de ahora se abre una nueva etapa de la historia nacional en la que todo puede ser posible, porque el futuro se nos ha quedado entre las manos.            
 
   El luto, la inquietud y la angustia fueron el sentimiento dominante en estos días entre una gran parte de la población española, especialmente de aquella que vivió los horrores de la guerra civil y unió su voluntad a las banderas de Franco. Pero en estos días difíciles tampoco hay que negarle sitio a la esperanza. Una historia de cuarenta años acabó y una nueva etapa se inicia sobre bases tales que permiten confiar en un futuro venturoso.             
   La muerte del General Franco no es sólo la del protagonista de la última de las guerras civiles españolas, sino que es también la muerte del hombre que presidió la etapa más larga y más cambiante de la historia moderna de España. El país de 1936 ó 1939 es irreconocible hoy. Han pasado tantas cosas, se ha trabajado tanto, se ha sufrido tanto y se ha tenido tanta esperanza, que hoy, a pesar de todos los miedos y todas las huerfanías, hay muchas posibilidades de enterrar para siempre el hacha de la guerra entre hermanos españoles y poner bases firmes para una nación moderna, justa, culta y hasta próspera.            
 
   En estos días están sonando las campanas funerarias de un mundo legendario que termina. También se abren las puertas de una etapa en la que quizá, y para siempre, seamos los españoles capaces de ser diferentes, de aceptarnos como tales y de vivir juntos. Ha llegado la hora de enterrar la palabra enemigo y resucitar la palabra adversario. Ha llegado la hora de olvidar generosamente muchas cosas, de dejar la historia para los historiadores y ocuparnos del futuro a manos llenas.            
 
   Hay que olvidar ahora rencores y recuerdos, hay que mirar hacia delante, hay que reinventar la moderación y la civilidad, hay que proclamar a los cuatro vientos que este país es viable, es capaz de autogobernarse y hasta ser feliz. El luto de un mundo que termina encierra en sí mismo el fruto de un mundo que empieza.  
 
CAMBIO 16
Número Extra
Noviembre 1975
50 Ptas.
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Franco ha muerto. ¡Viva Franco!            
 
   La noticia era ya esperada desde el día en que Francisco Franco tuvo que entrar por primera vez en el quirófano del Regimiento de la Guardia, en el palacio de El Pardo. Han sido días angustiosos ante las verjas y ante las pantallas de televisión, ante los receptores de radio y también ante las llamadas del teléfono. Ha muerto uno de los baluartes más firmes de la Milicia y de la política occidental en un momento clave de la historia de Europa, cuando los clarines del mundo anuncian presagios que sólo las conciencias firmes y robustas podrán soportar. Helsinki y el nuevo “termidor comunista”, esa cuña establecida en el mundo libre por el peligro ideológico de allende los muros de la vergüenza, encontraba ante la figura del Caudillo el carisma que prohibía avances más rápidos, como amedrentada por la figura histórica que tenía delante. Y éste fue el alerta manifestado por el propio Caudillo en su testamento, leído por el presidente del Gobierno.            
 
   Se trataba, no lo olvidemos, del primer capitán de un pueblo que había hecho al comunismo organizado morder el polvo de la derrota. Desde entonces, los cenáculos subversivos del universo, ya se llamasen logias, comités, soviets supremos o núcleos de agitación y propaganda, encontraron en sus planes el recuerdo de una espada limpia que cercenó la cabeza y los tentáculos de un animal poderoso, escurridizo, que a partir de aquella fecha cambió tácticas y argumentos optando por la vía penetrante y silenciosa del rastreo subterráneo, bajo un suelo muchas veces falto de cimentación y de saneamiento en sus galerías. Francisco Franco, en su momento, fue intérprete de un sentir de la vida idealizado por el espíritu de una Patria rota que lanzaba al cielo sus brazos en busca de libertad. El capitán general de aquellas fechas, militar consciente de su papel ante la Historia, puso en marcha el vehículo de curso legal que mediante la guerra, y después a través de la paz, devolviese confianza a una nación que había perdido su partitura ante el gran orfeón del mundo, quedándose ayuna de música y de letra, de dirección y de batuta. Y Franco asumió la responsabilidad ante un pueblo golpeado y zarandeado por las grandes losas que lo aprisionaban y que ya anunciara José Antonio, otro capitán caído por esa misma causa, en idéntica madrugada, treinta y nueve años antes, al filo de un amanecer que, como este de 1975, estaría signado por la esperanza de una victoria continuada, en sus leyes y principios, por los ideales de una Cruzada que devolvió a España la dignidad y el orgullo, el pálpito y la vida, el pan y la justicia.            
 
   No es el momento de lágrimas, aunque la tristeza y la pena hagan cancha en nuestros corazones. Es hora de pedirle a Dios que conceda el descanso eterno a quien entregó su existencia por la esencia de la Patria, haciendo de los hombres, de las tierras y de las clases el supremo haz de una consigna pactada con España a través del fuero de la sangre.            
 
   Y decimos que no debe arrumbarse nuestro espíritu porque Francisco Franco ya se preocupó en vida de atar todo hasta el final, con cabos de pescador, y nos dejó un Rey que encarnará una Monarquía nueva que no traiga del pasado más que la lealtad a la institución, y del presente el punto de partida y la fe de vida inscrita por el sacrificio de los mejores en las tablas de un Movimiento Nacional y liberador.            
 
   Franco ha muerto. ¡Viva Franco! ¡Arriba España! ¡Viva España!  
 
FUERZA NUEVA  
Edición especial  
29 de noviembre de 1975  
30 Ptas.
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Franco y su entrega total a España            
 
   Cuando España se viste de luto y el silencio revela con singular elocuencia la consternación del pueblo por su Caudillo muerto, ha de hacerse un esfuerzo para traducir en palabras todo lo que sugiere este momento histórico al español medio, al hombre de la calle, que siente sin teatralidades y piensa con la lógica definitiva del que trabaja con los demás y con todos participa de las inquietudes presentes y futuras del país. De este país que Francisco Franco ha regido durante casi cuatro decenios, hasta el último instante de su vida, hasta el último aliento y con espíritu de servicio que sólo la muerte pudo apagar.            
 
   Historiadores de todas las tendencias enjuiciarán la figura del hombre excepcional que acaba de abandonarnos para siempre. Para el español medio es el Caudillo que, después de haber rectificado enérgicamente el rumbo de España cuando se precipitaba al caos absoluto en 1936, aseguró largos años de paz y de progreso en todos los órdenes, dando lugar a la aparición de una masa mayoritaria de ciudadanos que conocen los bienes de la independencia económica, del confort, representado por servicios y bienes de consumo que antes sólo podía permitirse una minoría privilegiada, y de la satisfacción de ver abiertas para sus hijos posibilidades superiores. La “paz de Franco” –expresión ésta que ha dejado de ser un “slogan” para dar fe de la más fecunda era de España en estos últimos siglos– ha hecho posible que nuestra Patria figure en uno de los primeros puestos de la lista de potencias industriales del mundo, un puesto envidiable y envidiado al que no hubiera podido llegar un pueblo escindido en discordias y malgastando esfuerzos en luchas suicidas.            
   
   La más rápida síntesis de los méritos personales de Franco al frente de los destinos de España enumera en destacadísimo término el gran servicio que rindió al país manteniéndolo apartado de la segunda guerra mundial, pese a las presiones ejercidas por potencias que habían prestado ayuda a la España nacional contrarrestando la de organizaciones y unidades militares internacionales a la zona republicana-comunista. La hábil y eficaz acción desplegada por Franco para permanecer al margen de dicho conflicto evitó a nuestro pueblo los horrores y las ruinas del mismo en los países que lo hubieron de padecer, mientras el nuestro se aplicaba a su reconstrucción y sentaba las bases para el desarrollo económico y social de esta clase trabajadora con acceso a la vivienda propia, al coche, a los estudios y a otras múltiples comodidades y ventajas que otrora pudieron parecerle un sueño irrealizable.            
 
   Franco fue ante todo un militar crecido y madurado en la responsabilidad y en el mando, y ya se sabe, un buen oficial ha de preocuparse antes de la tropa a él encomendada que de sí mismo. Este sentido de la vida militar y del mando le hicieron exigente consigo mismo y con sus colaboradores más o menos inmediatos, lo que tuvo por efecto elevar a la categoría y honor de servicio a la Patria hasta las más humildes funciones en la gran cadena de la producción y la convivencia en la producción. Esto ha hecho que cambiase mucho la mentalidad colectiva de los españoles, aunque muchos quizá no se hayan dado cuenta de ello hasta este instante, en que la muerte del Jefe nos invita a la reflexión introspectiva y serena. El español crecido y desarrollado en los “años de Franco” es algo diferente del anterior, en un sentido general: se siente más identificado con el contorno y con el quehacer colectivo de la Patria.            
 
   Cada vez que Franco se dirigía al país, en mensajes relacionados con fechas o acontecimientos memorables o cuando las circunstancias lo imponían, nunca se dejó llevar por especulaciones ideológicas tanto como por la sencilla y llana dialéctica del sentido común, del enfoque directo y real de las cosas y de los hechos, a fin de sacar conclusiones y directrices prácticas para la vida de España y de sus gentes. Llevó al mando político y civil la lógica escueta y decisiva de un militar en campaña, y, de este modo, sin perderse en disquisiciones bizantinas al uso de otros tiempos, fue llevando adelante programas cada vez más ambiciosos y galvanizando energías del país, al mismo tiempo que procuraba la preservación de los bienes culturales y espirituales inherentes a la condición de un pueblo que durante siglos diera pautas al mundo.            
 
   Ya en su discurso de toma de posesión de la Jefatura del Estado, en Burgos, recordó Franco el puesto ocupado por España en épocas pretéritas. Otra frase evocadora del orgullo de ser españoles figuró en su más reciente alocución, desde el balcón del palacio de Oriente, a la última gran manifestación de lealtad y adhesión a su persona. Fiel a este orgullo de la estirpe y practicando la “filosofía de la eficacia”, se mantuvo Franco en el esforzado y total servicio a España desde que, siendo muy joven todavía, saliera como segundo teniente de la Academia Militar de Toledo, hasta que el otro día le sorprendió la muerte, con casi ochenta y tres años de edad, mientras España vivía en angustiada espera de los comunicados médicos sobre el curso de su enfermedad.             Dejaba prevista y bien prevista la sucesión en la Jefatura del Estado, para que ésta se verifique automáticamente y sin traumas; pero hasta el último instante perseveró en el empeño de resolver, o de allanar al menos, los problemas pendientes en este delicado momento de nuestra Historia. Sólo la muerte pudo hurtarle la última satisfacción –y el último servicio– de ceder al Rey la suprema magistratura libre de mayores preocupaciones inmediatas. Hasta el instante final, su corazón y su mente estuvieron al servicio de España, a la que amó como el mayor bien que Dios pudo encomendarle en la Tierra.            
 
   El Señor Todopoderoso, que siempre estuvo presente en sus actos, habrá tenido comprensión paternal para los errores que inevitablemente acompañan a toda vida humana, pues su fe en Él  fue tan inmensa como el amor a su Patria, para la cual vivió dando ejemplo insigne decristiano y de caballero. Exactamente como debía hacerlo el que casi cuarenta años fue Caballero de España.                
 
   Un puesto que tiene dignísimo sucesor en la persona del Príncipe de España, a quien desde estas columnas rendimos homenaje de lealtad absoluta y total.            
 
   España prosigue el rumbo de sus superiores destinos.  
 
¡HOLA!  
Número especial  
25 Ptas.  
 
Epílogo
 
   El común denominador de algunos de los Editoriales publicados en estos diversos semanarios españoles, –a raíz del fallecimiento del Generalísimo Francisco Franco Bahamonde– hacen referencia a los buenos deseos y las ilusiones puestas en el recién proclamado Rey, se desvanecían al poco tiempo al no observar el juramento, por Dios y sobre los Santos Evangelios, de “cumplir y hacer cumplir las Leyes Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los principios que informan el Movimiento Nacional”.   En las hemerotecas de aquellos días, se podía leer: “Juró Su Alteza, con voz firme y tras la frase ritual de “si lo hiciereis, que Dios os lo premie y si no, que os lo demande”, quedó proclamado Rey de España don Juan Carlos de Borbón y Borbón”.            
 
   Es interesante recordar algunos párrafos del primer mensaje de la Corona: […] Una figura excepcional entra en la Historia. El nombre de Francisco Franco será un jalón del acontecer español y un hito al que será imposible dejar de referirse para entender la clave de nuestra vida política contemporánea. Con respeto y gratitud, quiero recordar la figura de quien durante tantos años asumió la pesada responsabilidad de conducir la gobernación del Estado. Su recuerdo constituirá para mí una exigencia de comportamiento y de lealtad para con las funciones que asumo al servicio de la Patria. Es de pueblos grandes y nobles el saber recordar a quienes dedicaron su vida al servicio de un ideal. España nunca podrá olvidar a quien, como soldado y estadista, ha consagrado toda la existencia a su servicio”.            
 
   A los 38 años de estos acontecimientos, los iconoclastas izquierdistas se han cargado todas las estatuas “de esa figura excepcional” así como toda la simbología del “Movimiento Nacional”. Los que tenían que decir algo y oponerse, no han levantado ni un solo dedo. ¡Vergüenza, traición, cobardía, perjurio, vileza, indignidad, infidelidad e infamia! ¡Qué Dios se los demande!            
 
   ¡Quién iba a decir en noviembre de 1975 que llegaríamos a la caótica situación actual!                                      
 
 
 
 
 

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