Franco, Comandante militar de Canarias, por Eduardo Palomar Baró

 
Eduardo Palomar Baró 
 
 
 
   Se ha comentado, y se sigue comentando hasta la saciedad, que Franco fue el instigador del golpe militar de 1936, aunque para ello tengan que obviar algo tan conocido como que el cerebro de la conspiración era Emilio Mola, por ello fue llamado “El Director”, y que, de triunfar ésta, la jefatura del Estado sería entregada a José Sanjurjo. En realidad, la participación de Franco en la preparación de la rebelión no sólo fue prácticamente nula sino que los militares alzados no confiaban en él.
 
   Franco no quería comprometerse, a la vez que se reunía con los conjurados, procuraba mantener sus vínculos con el Estado republicano. En el año 1933, Franco fue destinado a La Coruña. Poco después lo fue a la Comandancia Militar de las Islas Baleares. El triunfo del centro-derecha en 1933 significó un freno a la reforma militar emprendida por Manuel Azaña. El nuevo primer ministro, Alejandro Lerroux, nombró a Franco asesor militar del Gobierno. Desde ese cargo fue el principal artífice, nombrado por el ministro de Guerra Diego Hidalgo Durán, contra la revolución de Asturias, que tuvo lugar el 6 de octubre de 1934. Como recompensa por su actuación recibió el nombramiento de Comandante en Jefe del Ejército en el protectorado de Marruecos. Al año siguiente fue llamado por el nuevo ministro de la Guerra, José María Gil-Robles, líder de la CEDA, para ocupar el puesto de Jefe de Estado Mayor.            
 
   El triunfo en las elecciones de febrero de 1936 del Frente Popular –coalición de partidos de izquierda liderada por Azaña– significó un importante revuelo en los cuarteles. Ante los rumores de golpe de Estado –ya en 1932 el general Sanjurjo lo había intentado sin éxito– el Gobierno llevó a cabo una política de dispersión de los militares considerados como desafectos, alejándolos lo más posible de Madrid, lo que motivó el destino de Franco a la Comandancia General de Canarias y al general Goded a las islas Baleares.            
 
   El 9 de marzo de 1936 embarcó en Cádiz, Francisco Franco, el nuevo comandante militar de Canarias. Con él y con su familia viajaba su pariente y ayudante, el teniente coronel Franco Salgado.            
 
   Por estas fechas, Franco ya no tenía ninguna confianza en la posibilidad de la convivencia nacional dentro del Régimen republicano.            
 
   Su ánimo se había inclinado, ciertamente, hacia las soluciones drásticas, si todos los demás remedios fracasaban; pero seguía siendo partidario de agotar los trámites pacíficos. Aún pondría de su parte algún intento importante para evitar el choque armado entre unos españoles y otros. “Cuando no haya más remedio”, le había dicho al teniente coronel Valentín Galarza, enlace general entre los distintos Mandos superiores, “dispuestos a poner un límite al desorden y a la subversión”.            
 
   Casi en vísperas de tomar el tren asistió a una reunión en la que estuvieron presentes los generales Mola, Villegas, Fanjul, Orgaz, Ponte, Varela, Saliquet, García de la Herranz, González Carrasco y Rodríguez del Barrio. También cambió impresiones con algunos políticos civiles.         
 
   En la estación de Sevilla, durante la parada del tren, recibió noticias de que en Cádiz estaban ardiendo algunas iglesias. El embarque en el vapor “Dómine” se llevó a cabo, por consiguiente, bajo augurios sombríos. El día 12 de marzo de 1936 llegó a Tenerife, luego de haber hecho una muy breve escala en Las Palmas.            
 
   Desde el primer día en su nuevo destino empezó a estudiar los problemas militares del archipiélago. Lo primero que hizo fue disponer un detenido viaje de inspección, después, preparar un plan de defensa de las islas, tan inestimables desde muchos puntos de vista, entre ellos el de la estrategia militar a seguir.            
 
   Ya el día del desembarco en Tenerife, se produjeron algunas pequeñas manifestaciones de elementos del Frente Popular. Les había molestado el nombramiento del comandante general que llegaba en aquel momento. Al cabo de muy poco tiempo hubo en el Estado Mayor de la Comandancia la impresión acentuada de que la vida de Franco corría riesgo, y cabía temer un atentado. Se reforzaron las guardias y se estableció una especial en la parte trasera de la residencia oficial. Una noche, la guardia tuvo que hacer fuego contra unos individuos que trataban de acercarse al amparo de las sombras. Los presuntos agresores huyeron.            
 
   A Madrid llegaban mensajes frente-populistas pidiendo el relevo del comandante militar. En los muros de Tenerife aparecieron algunos letreros que expresaban dura hostilidad contra él. Elementos de extrema izquierda procuraban mantener una fuerte presión contra el Ejército. Mientras tanto, se recibían de la Península noticias abrumadoras. Incendios, asaltos, tiroteos en las calles, ocupaciones de edificios y de tierras, asesinatos, llamamientos a la rebelión armada… El plazo que le iba quedando a la autoridad para reaccionar adecuadamente y gobernar de verdad se acortaba por momentos. Franco obedeciendo a un designio muy meditado, quiso dar una última oportunidad para suscitar esa reacción del Gobierno. Y con fecha 23 de junio de 1936, escribió una carta al Presidente y a la vez Ministro de la Guerra, Santiago Casares Quiroga, avisándole del descontento de gran parte del ejército. Pero Casares no hizo caso a la misiva dirigida por Franco. Esta carta pronto se hizo famosa, conservando un valor histórico indiscutible, al anunciarle los peligros inminentes, señalando el camino para salirles al paso.            
 
   El 12 de julio Franco escribe un telegrama en clave para Mola: “Geografía poco extensa”, es decir, que no se unía a la tentativa. Al llegarle la nota, Mola informó al resto de sus compañeros de que Franco no colaboraría con ellos.            
 
   En la madrugada del 13 de julio de 1936 es asesinado José Calvo Sotelo, y eso hace reconsiderar a Franco su postura. Algunos historiadores manifiestan que al conocer el execrable asesinato de Estado, exclamó: “La patria ya cuenta con otro mártir. No se puede esperar más. ¡Es la señal!” Y manda un nuevo telegrama al general Mola comunicándole que puede contar con él.      
 
 
 

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