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Por decreto del 24 de julio de 1936 se formó la Junta de Defensa Nacional, órgano colegiado de Gobierno que asumía todos los poderes del Estado, así como la representación del mismo ante las potencias extranjeras, en la Zona Nacional.
En un principio, dicha Junta estuvo compuesta por el general de División, Miguel Cabanellas Ferrer, que hacía las veces de presidente de la misma, y que fue elegido el 23 de julio de 1936, como general más antiguo; por el también general de División Andrés Saliquet Zumeta; los de Brigada, Miguel Ponte y Manso de Zúñiga, Emilio Mola Vidal y Fidel Dávila Arrondo; y por los coroneles del Cuerpo de Estado Mayor del Ejército, Federico Montaner Canet y Fernando Moreno Calderón. Con posterioridad se integraron en ella el capitán de navío Francisco Moreno Fernández, que el mismo día de su incorporación, el 30 de julio de 1936, fue nombrado jefe de la flota. El 3 de agosto lo hizo el general de División, Francisco Franco Bahamonde y el 18 del mismo mes, el también general de División Germán Gil Yuste. El 17 de septiembre, el general de División, Gonzalo Queipo de Llano y el general de Brigada, Luis Orgaz Yoldi. La Junta fijó su residencia en Burgos y ejerció su mandato hasta el 1º de octubre de 1936 en que, por decreto de la misma se nombró Jefe del Gobierno del Estado al general Franco –que asumió todos los poderes del nuevo Estado- y comenzó a funcionar la Junta Técnica del Estado.
El 21 de septiembre de 1936, la Junta de Defensa celebró su primera reunión en una finca del ganadero Antonio Pérez Tabernero, en Muñodono, a unos 30 kilómetros de Salamanca, junto a su aeródromo de guerra. Asistieron los generales Cabanellas, Dávila, Mola, Saliquet, Valdés y Cabanillas, Gil Yuste, Franco, Orgaz, Queipo de Llano y Kindelán y los coroneles Montaner y Moreno Calderón. Se produjo una votación y todos, menos Cabanellas, aceptan la necesidad del mando único. Entonces Kindelán, con el apoyo de Mola y de Orgaz, propone a Franco. Todos aceptan, con la abstención de Cabanellas. Franco mandó hacer llegar al general Dávila y Mola su firme posición: no quería el mando, pero si se le ofrecía tenía que ser total. Franco dirigía, en el frente de Toledo, las operaciones para la liberación del Alcázar, que tuvo lugar al anochecer del 27 de septiembre. Todo Cáceres se reunió frente al Palacio de los Golfines de Arriba, y Franco hubo de salir al balcón. Allí Millán Astray y Yagüe le proclamaron Generalísimo y anunciaron que al día siguiente sería elegido para la Jefatura suprema.
“Organizada con perfecta normalidad la vida civil en las provincias rescatadas y establecido el enlace entre los varios frentes de los Ejércitos que luchan por la salvación de la patria, a la vez que por la causa de la civilización, se impone ya un régimen orgánico y eficiente que responda adecuadamente a la nueva realidad española y prepare, con la máxima autoridad, su porvenir.
“Razones de todo linaje señalan la alta conveniencia de concentrar en un solo poder todos aquellos que han de conducir a la victoria final, y al establecimiento, consolidación y desarrollo del nuevo Estado, con la asistencia fervorosa de la nación.
“En consideración a los motivos expuestos, y segura de interpretar el verdadero sentir nacional, esta Junta, al servicio de España, promulga el siguiente Decreto:
Artículo 1º. En cumplimiento de acuerdo adoptado por la Junta de Defensa Nacional, se nombre jefe del Gobierno del Estado español al excelentísimo señor general de división don Francisco Franco Bahamonde, quien asumirá todos los poderes del nuevo Estado.
Artículo 2º. Se le nombra asimismo generalísimo de las fuerzas nacionales de Tierra, Mar y Aire, y se le confiere el cargo de general jefe de los Ejércitos de operaciones.
Artículo 3º. Dicha proclamación será revestida de forma solemne, ante representación adecuada de todos los elementos nacionales que integran este movimiento liberador, y de ella se hará la oportuna comunicación a los Gobiernos extranjeros.
Artículo 4º. En el breve lapso que transcurre hasta la transmisión de poderes, la Junta de Defensa Nacional seguirá asumiendo cuantos actualmente ejerce.
Artículo 5º. Quedan derogadas y sin vigor cuantas disposiciones se opongan a este decreto. Dado en Burgos a 29 de septiembre de 1936. Miguel Cabanellas.”
La denominación Jefe del Gobierno del Estado, ante la atribución simultánea de todos los poderes del Estado equivalía sin más a la Jefatura del Estado, como se demostró en la ley que Franco firmó el 1º de octubre de 1936, en la que se hablaba simplemente de Jefatura del Estado, como reconoció, desde el primer día, la Prensa. El mismo día 30 de septiembre, por iniciativa personal, el obispo de Salamanca, el catalán Enrique Plá y Deniel –que cedía a Franco su palacio como nuevo cuartel general-, firmaba una importantísima pastoral, Las dos ciudades, en que por vez primera la Iglesia de España declaraba Cruzada al Movimiento Nacional. “La actual lucha –decía la pastoral- reviste, sí, la forma externa de una guerra civil; pero en realidad es una Cruzada.”
El 1º de octubre de 1936 la Junta de Defensa proclama en Burgos Generalísimo y Jefe del Estado al general Francisco Franco, a quien el general Cabanellas, en su discurso, llama Jefe del Estado. Franco acepta en una breve arenga en la que afirma “mi pulso no temblará” y recalca: “Me tengo que encargar de todos los poderes.” Luego sale al balcón de la Capitanía General de Burgos y dirige unas palabras al pueblo que le aclamaba. En la noche del 1º de octubre de 1936, Franco pronunció por los micrófonos de Radio Castilla de Burgos un importantísimo discurso programático –que mereció el expreso elogio del rector de la Universidad de Salamanca, don Miguel de Unamuno-. Fue el primer mensaje con que Franco, como nuevo Jefe, se dirigió a la nación:
“¡Españoles!: Los que escucháis en vuestros hogares las noticias de Radio Castilla, los que, en el frente de batalla, escucháis a los pequeños radiadores (sic) que os llevan las noticias de vuestros hogares y de la retaguardia. Españoles que, bajo la horda roja, sufrís la barbarie de Moscú y que esperáis la liberación de las tropas españolas. Españoles que en América sufrís la incertidumbre de la España grande. A todos los que, unidos, lucháis por ella. A vosotros me dirijo, no con arengas de soldado. Voy solamente a exponeros los fundamentos de nuestras razones, no con tópicos ni contumacias, sino con el propósito de hacer un breve examen del pretérito y de lo que nos proponemos en el porvenir.
No se trata, por tanto, de invocar una situación que justifique nuestra decisión. Lo que es nacional no precisa razonamiento. España, y al invocar este nombre lo hago con toda la emoción de mi alma, sufría la mediatización más nociva de algunos intelectuales equivocados, que tenían un concepto demoledor. Permanecimos en silencio mientras se iba inoculando el virus que jamás debió atravesar las fronteras, para traer aquí lo que hay en otros países de demoledor, aunque se revistiese de literatura, y así se iba perdiendo el concepto de la Bandera, del Honor, de la Patria y de los valores históricos.
Todo eso, y mucho más, acabó por añadir, a la falta de sentimiento patriótico, la pérdida del carácter tradicional de nuestro pueblo, olvidadas nuestras pasadas glorias y falto de conciencia para el porvenir, por ese concepto moderno de las cosas. Vivimos de tal suerte sumidos, unos en el error y otros en la incultura, que, obedeciendo órdenes secretas, no era de extrañar que en un instante no tuvieran inconveniente en destruir todo lo que fuera elemento diverso de los factores de nuestra riqueza. Después del abismo en que aparecía sumida España, y siguiendo sólo la potestad de una misma tendencia materialista, no era difícil venderla al mejor postor extranjero. Tal es la estampa que representábamos en el concurso de las naciones.
Entre tanto, nuestra balanza comercial era adversa y descendería nuestro propio nivel desoyendo nuestras voces de todos los días. Se creaban obstáculos a todos cuantos defendían la personalidad de España, se enrarecía el ambiente nacional, y, por medio de este comunismo, se destruía la economía, se fomentaba el odio y se sustentaba la anarquía en todas las provincias de España. Por esto se da cuenta España y acomete su liberación con amplio espíritu de colaboración social para el restablecimiento en el porvenir de la instauración de su propia libertad, la cual, por ser suya, la reclamará dentro y fuera del solar patrio. España se organiza dentro de un amplio concepto totalitario de unidad y continuidad. La implantación que implica este movimiento, no tiene exclusivo carácter militar, sino que es la instauración de un régimen de autoridad y jerarquía de la Patria.
La personalidad de las regiones españolas será respetada en la peculiaridad que tuvieron en su momento álgido de esplendor, pero sin que ello suponga merma alguna para la unidad absoluta de la Patria. Los Municipios españoles también se revestirán de todo su rigor como entidad pública.
Fracasado el sufragio inorgánico, que se malversó por los caciques nacionales y locales, la voluntad nacional se manifestará oportunamente a través de aquellos organismos técnicos y Corporaciones que representen de manera auténtica sus intereses y la realidad española. Cuanto mayor sea la fuerza del Estado español más se avanzará y las regiones y los Municipios, las Asociaciones y los individuos, gozarán de amplias libertades sin menoscabo de los supremos intereses del Estado.
Dentro del aspecto social, el capitalismo se encauzará y no se regirá como clase apartada, pero tampoco se le consentirá una inactividad absoluta. El trabajo tendrá una garantía absoluta, evitando que sea servidumbre del capitalismo y que se organice como clase, adoptando actitudes combativas que le inhabiliten para colaboraciones conscientes. Se implantará la seguridad del salario hasta que se pueda llegar a la participación de los obreros, haciéndose beneficiarios en el aumento de producción. Serán respetadas todas las conquistas alcanzadas legítimas y justamente, pero al lado de estos derechos estarán sus deberes y obligaciones, especialmente en cuanto afecta al rendimiento de su trabajo y leal colaboración. Todos los españoles estarán obligados a trabajar según sus facultades. No puede el Estado nuevo admitir parásitos.
En el orden internacional, comercial, viviremos en armonía con todos los demás pueblos, en especial con los de comunidad de raza, de lengua y de idearios comunes, y dentro de la más leal convivencia, siempre que no sean incompatibles con nuestro sentido ideológico. Exceptuamos de manera rotunda el contacto soviético.
Estoy seguro que en esta tierra de héroes y de mártires que vierte su sangre generosa para que el mundo encuentre en España la más clara de las visiones, cuando escriba sobre las páginas de su Historia, que no es Oriente ni Occidente, sino genuinamente española, marcará el ejemplo a seguir con este movimiento nacional. ¡Viva España!”
En la tarde del 1º de octubre de 1936, Franco firmó el decreto número 1, por el cual se organizaba el Ejército Nacional en dos grandes regiones: la del Norte, al mando del general Mola; la del Sur, que incluye la provincia de Badajoz, a las órdenes del general Queipo de Llano. Por esta ley también se creaba la Junta Técnica del Estado como organismo ejecutivo de la Administración, que respondiese a las características de autoridad, unidad, rapidez y seriedad, presidida por el general Fidel Dávila Arredondo. Franco instaló, desde el 5 de octubre de 1936, su cuartel general en el palacio episcopal de Salamanca, y nombró al General Cabanellas Inspector General del Ejército. En el palacio de Anaya, el General Millán Astray y el escritor Ernesto Giménez Caballero, montaron los importantes Servicios de Propaganda. Logrado el mando único, Franco ordenó al jefe del Ejército Norte, general Mola, el avance sobre Madrid.