Franco visto por sus ministros: Carlos Rein Segura

Constituía una de las preocupaciones más constantes de Franco la de liberar a los agricultores de la usura.

 

Ingeniero agrónomo. Ministro de Agricultura del 20 julio 1945 al 19 julio 1951. Nació en Málaga el 19 de julio de 1897. Cursó los estudios de ingeniero agrónomo y de Derecho. Afiliado a FE en Málaga, donde desempeñaba su profesión, estuvo encarcelado al iniciarse el Alzamiento. En 1938 fue nombrado delegado sindical provincial de Málaga, cesando en 1941 al ser designado director del Servicio Nacional del Cultivo y Fermentación del Tabaco. En noviembre del mismo año es nombrado vicesecretario nacional de Ordenación Económica de la Delegación Nacional de Sindicatos. Perteneció también a la secretaría política de la Secretaría General del Movimiento. Siendo ministro de Agricultura Miguel Primo de Rivera, pasó a ocupar la subsecretaría del departamento, cargo que desempeñaba al ser nombrado miembro del Gobierno. Después de su cese como ministro estuvo entregado al ejercicio de su profesión. Volvió a desempeñar un. puesto de carácter público al ser nombrado nuevamente director del Servicio Nacional del Cultivo y Fermentación del Tabaco. También pasó a ser procurador en Cortes. Está en posesión de diversas condecoraciones y ha sido presidente y consejero de varias em-presas privadas y públicas. Está casado y tiene ocho hijos.

 

LA SERENIDAD DE FRANCO

Franco tenía una gran personalidad e imponía un gran respeto. Hay quienes creen que para ser autoritario hay que manifestarse en forma descompuesta y desagradable, y para algunos, el máximo de autoridad se concreta en dar las consignas u órdenes a gritos. Personalmente siempre he creído que las personas que así se comportan, lo hacen precisamente para ocultar su timidez o su falta de autoridad verdadera .Yo nunca vi excitado al Caudillo. Era de una gran serenidad, que se manifestaba hasta en los momentos más críticos, y en el trato con él se traslucía un gran sentido de humanidad y de cordialidad. Su personalidad imponía el respeto de tal forma que, en las antesalas previas a sus audiencias, tuve ocasión repetidas veces, de observar el nerviosismo y el aire preocupado de personalidades que esperaban ser recibidas. A veces, pensaba que esa preocupación se debía acaso al temor de que la perspicacia de Franco iba a darse cuenta del verdadero intríngulis en algún asunto que deseaban exponerle.

Era creencia bastante generalizada la de que no dejaba hablar en las audiencias, y que para ello acaparaba el uso de la palabra. Creo que, cuando esto ocurría, era tan sólo un medio diplomático de evitar que le planteasen, con imprudencia, asuntos no claros, inspirados en miras personales o interesadas, evitando con ello tener que expresar su disgusto. Digo esto, porque en mis audiencias siempre me dejó hablar y exponer con detalle y tiempo los temas que le sometía. Cuando siendo ya ministro, se trataba de disposiciones que deseaba someter al Consejo, el Caudillo me escuchaba atentamente; me hacía sugerencias que, atinque improvisadas, generalmente eran acertadas por su sentido realista; me pedía aclaraciones y normalmente terminaba diciéndome que lo sometiese al Consejo de Ministros para que éste se pronunciase sobre su contenido. Una prueba de que dejaba hablar y prestaba atención a lo que le decían en sus audiencias, es la de que en ocasiones me proporcionó con ello situaciones difíciles.

En general, o por lo menos en España, casi todo el mundo es agricultor, desde el que tiene algunas macetas hasta los grandes terratenientes; y a los que no lo son, les gusta también hablar de agricultura. Unido esto al deseo de algunos, de llevar al Caudillo impresiones optimistas, e incluso porque, en algunos casos particulares, tales impresiones respondían a la realidad de sus fincas, presumían de obtener beneficios y rendimientos que estaban muy lejos de ser ni aproximadamente la media general. Y con ello, algunas veces conseguían dejarle impresionado y me creaban un problema cuando tenía que exponer la situación real de los agricultores y las necesidades de ayudas para hacer rentables sus explotaciones.

En las discusiones que, por disparidad de criterios, se originaban en los Consejos, raras veces tomaba posición en favor o en contra; cuando estimaba que el tema había sido suficientemente debatido, y no se había planteado ninguna objeción fundamental, daba por terminada la controversia, y quedaba aprobada la propuesta con las modificaciones aceptadas. En cambio, cuando en las discrepancias no se vislumbraba una avenencia, en lugar de imponer una solución, encargaba a los ministros discrepantes que estudiasen de nuevo el tema y buscasen una solución común para someterla al Consejo siguiente.

LIBRAR AL CAMPO DE LA USURA

Aunque las dificultades materiales absorbían casi toda la actividad del Ministerio de Agricultura, el optimismo del Caudillo y su seguridad en un porvenir más favorable, para el que había que prepararse, servían de acicate para afrontar problemas de más largo alcance. Y en tal sentido, se promulgaron disposiciones tales como la Ley de expropiación de fincas por causa de interés social, que, en mis tiempos, se aplicó en varias ocasiones y que después creo que cayó en el olvido, siendo, como era, un instrumento jurídico de gran valor para resolver muchos’ problemas locales de reforma social agraria. Recuerdo el interés con que acogió el Caudillo el proyecto de Ley que le presenté para dotar de medios económicos al Crédito Agrícola, ya que constituía una de sus más constantes preocupaciones, la de liberar a los agricultores de la usura, y reiteradamente me exponía la necesidad de buscar soluciones que permitieran concederles préstamos a largo plazo y bajo interés.

Otra Ley que desde el primer momento acogió con satisfacción fue la de «Colonización y distribución de la propiedad en las zonas regables». Esta Ley fue el instrumento que permitió poner en riego grandes zonas como la del Plan Badajoz y otras muchas, en terrenos dominados por grandes presas y pantanos. Y, no por su categoría, pero sí porque era una prueba del optimismo con que mirábamos el porvenir, menciono el Decreto creando, en julio de 1946, la Red Nacional de Silos, en unos momentos en que padecíamos una terrible escasez de trigo, insuficiente para el consumo nacional. Como es natural, no faltaron quienes, con ironía, me preguntaron que qué era lo que pensábamos almacenar en ellos. Aguantando la broma, se emprendió su construcción por toda España y el tiempo, sin mucho tardar, vino a demostrar lo fundamentado de nuestro optimismo.

Durante mi etapa de ministro, se inauguró la I Feria Internacional del Campo en Madrid, organizada por la Delegación Nacional de Sindicatos, bajo los auspicios y el amplio apoyo del Caudillo y del Ministerio de Agricultura. Creo poder asegurar que la Feria fue un éxito, como continuó siéndolo cada vez que se volvió periódicamente a celebrar. Era un certamen que traía el campo a la ciudad y sus problemas tomaban actualidad y juntos vibraban y se compenetraban agricultores y madrileños ajenos a la agricultura.


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