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Franco visto por sus ministros.
Coord. Ángel Bayod
Página 314
La personalidad del Generalísimo Franco constituye una de las figuras más excepcionales de la historia de España.
Licenciado en Ciencias Exactas y Económicas. Ministro de Información y Turismo del 11 junio 1973 al 29 diciembre 1973. Nació en Madrid el 19 de abril de 1930. Se licenció en Ciencias Exactas y en Ciencias Económicas. Es diplomado superior de Estadística Matemática por la Universidad de París, ampliando estudios en los Estados Unidos. Tras desempeñar puestos directivos en la empresa privada, en 1959 pasa a prestar sus servicios en la Secretaría General Técnica de la Presidencia del Gobierno. En 1962 es nombrado vicesecretario general de la Comisaría del Plan de Desarrollo, encargándose en 1964 de la jefatura del Servicio Central de Planes Provinciales.
En 1965 es nombrado director general jefe de la secretaría del ministro comisario del Plan de Desarrollo y en 1969 pasó a ocupar el cargo de director general de Política Interior y Asistencia Social del Ministerio de la Gobernación. Ha sido consejero nacional del Movimiento y procurador en Cortes de libre designación del Jefe del Estado. Fue también presidente de la Comisión Interministerial de Planes Provinciales, presidente y vicepresidente de distintas Comisiones del Plan de Desarrollo y de varios organismos de asistencia social. Es alférez de complemento de la Milicia Aérea Universitaria. Está en posesión de varias condecoraciones. Casado y con ocho hijos, falleció 27 de abril de 2011.
¿Cuál es su visión personal del anterior Jefe de Estado?
No es fácil exponer brevemente los rasgos más importantes de una personalidad como la del Generalísimo Franco que constituye una de las figuras más excepcionales de la historia de España.
Desde su juventud sus actuaciones fueron noticia y en cada una de las etapas de su vida fue figura de relieve.
Su proverbial sobriedad y sentido de la disciplina, propia de su condición militar, su forma de anteponer a cualquier consideración los intereses de España, supeditando toda su vida al servicio del Estado, su fe en Dios y su fidelidad a la Iglesia, el conocimiento profundo de las virtudes y defectos del pueblo español y de toda su geografía nacional, son rasgos característicos de su personalidad.
Aunque mi trato con él fue ya en el declive de su vida, mantuvo sus dotes de prudente estadista. Todas las intervenciones que yo le escuché, tanto en los despachos como en las reuniones del Consejo de Ministros, revelaban la experiencia de una vida vinculada a los acontecimientos importantes de la historia contemporánea y denotaban su extraordinario sentido común.
El haber tenido la oportunidad de tratarle fue para mí, no sólo una experiencia trascendental en mi vida, sino un privilegio del que me siento especialmente honrado.
Durante los últimos días del mes de septiembre de 1973, tuvo lugar uno de los momentos de máxima tensión internacional por los sucesos que se desarrollaron en el Extremo Oriente, en los que se vivieron horas difíciles que pudieron desembocar en una confrontación de graves consecuencias.
Entonces yo sustituía al ministro de Asuntos Exteriores, Laureano López Rodó, que, ausente de España, asistía a la Asamblea General de las Naciones Unidas, en la que intervino con un importante discurso, el día 28 de septiembre.
Las autoridades norteamericanas, a través de su representación diplomática, demandaron la utilización de las bases conjuntas a fin de repostar y suministrar efectivos en un primer despliegue hacia la zona conflictiva.
Comuniqué al almirante Carrero la situación y éste me pidió que se le informara de la evolución de los acontecimientos, se tuviera la máxima reserva y se evaluaran los compromisos dimanantes de los acuerdos hispanonorteamericanos.
La expectación aumentó con la convocatoria de una rueda de prensa en Washington por el entonces secretario de Estado norteamericano, Kissinger.
El presidente Carrero, después de despachar con el Generalísimo, me llamó para darme instrucciones precisas. El Gobierno español no podía tomar una decisión hasta que se reuniera el día que normalmente estaba convocado. El Caudillo una vez más actuaba con su habitual prudencia y sin dejarse llevar por los acontecimientos.